sábado, 15 de octubre de 2011

ESTAMPAS de la Capital

No me percaté que habíamos llegado. Me había quedado profundamente dormida a pesar del breve lapso de tiempo que se hace desde el municipio de Toluca hacia la Capital del país.
No hacía tanto calor, pero el sol brillaba con intensidad y el cielo azul estaba hermosamente despejado. Era un sábado en el Distrito Federal, cerca de las 3:30 de la tarde, en pleno centro. Los escenarios variados, los colores y sonidos embargaron mi mente, llenando mi imaginación de mil posibilidades...

Una avenida adornada con enormes árboles frondosos y banquetas llenas de plantas y flores cuidadosamente cultivadas, de perfecto trabajo de jardinería. Los vehículos de todo tipo transitan por las anchas calles a una velocidad rápida, pasando por las enormes casas de adineradas familias de abolengo.  Unas con extensos jardines en su frente, y otras, con garigoleados canceles. Algunas otras, con aspecto místico, otroras mansiones de condes o hacendados de la época Colonial. Una casa en especial llamó mi atención. Era vieja, muy vieja. Pero a pesar de que su fachada anunciaba todas sus primaveras e inviernos, era magníficamente hermosa. No era la más grande ni la más chica. Hecha de ladrillos rojos, las enredaderas verdes iban y venían de arriba a abajo. No tenía mucho jardín frontal, pero el cancel negro que la rodeaba hacía parte de su ornamento rústico y encantador, con ventanales igualmente encerrados en negras rejas engarigoladas. Sin duda, una vieja casa bella.

Llegamos al centro. Veo gente. Mucha gente. Las banquetas, las calles y las avenidas están llenas de gente. De carros. De música. De ruido. De olores. De sabores. De colores.
Veo un papá cargando a su niña bebé en el canguro. Veo a una pareja joven y tipo caucásica, caminando alegres, él empujando la carriola donde va un niño de unos dos años, y ella, con cabello largo y rubio, carga en su espalda a otro niño como de cuatro. Un hombre se acerca al carro a pedir dinero. Pero se detiene exactamente en mi ventana. Me mira, buscando mis ojos entre mis lentes oscuros. Volteo mi cara, retrocediendo, y él insiste. El carro arranca. Gente alegre. Gente triste. Gente pensativa.

Llegamos al Ángel. Veo algunas personas paradas al pie del monumento que miran arriba, hacia la estatua, solo mirando y contemplando la majestuosidad de la obra, o tomando fotografías. Veo a dos enamorados. Una pareja que se ama y muestra su cariño sentados en las escaleras del monumento.
Continuamos nuestro recorrido por la Capital. A veces altos largos, a veces no nos detenemos. El sol brilla con intensidad. Es un hermoso día en la capital mexicana.

El Paseo de Reforma... museos, parques, lagos, fotografías, carteles, anuncios, espectaculares. Un estacionamiento donde están ordenadamente estacionadas bicicletas blancas con rojo listas para ser rentadas. Jamás había visto ese tipo de bicicletas. De pronto, una cobija roja de cuadros que vuela en el aire llama mi atención. Es un indigente que sacude su única fuente de calor durante la noche. Parece que ha pasado toda la mañana acostado tratando de conciliar el sueño, o tal vez mirando el bullicio de su entorno, o simplemente, mirando hacia el cielo despejado. Es hora de levantarse y partir, a buscar un nuevo refugio para pasar la noche que comenzará en unas cuantas horas... Lleno de harapos y su piel manchada por la mugre y la tierra, sus cabellos enredados y apelmazados, su rostro no mira hacia ningún lugar. Su mirada perdida, concentrada en sus pocas pertenencias y en su pequeño mundo solitario...

Por allá diviso una pareja de hombres jovencitos, por acá, otra pareja de mujeres. En esa esquina, esperando cruzar cuando el semáforo y el tráfico se los permita, un grupo de emos.Veo unos cinco hombres jóvenes y maduros caminando y charlando por la banqueta. Parece que son turistas. Ríen y disfrutan de su plática, mirándose entre sí, mientras caminan rápidamente por las banquetas atestadas de gente. Miro un muchacho tomando fotografías, igual que yo. Su cámara no es digital. Es un poco más pequeña en tamaño que la mía, pero es reflex y de rollo. Es hermosa. De pronto, nuestro carro se detiene y quedo exactamente enfrente de mi camarada fotógrafo. Nos miramos. A penas alcanzo a regalarle una sonrisa cuando de nuevo emprendemos nuestro recorrido. ...Casi pude mirar la fotografía en su mente que quiso tomar en ese instante y que jamás la podrá revelar.

Un grupo de coreanos hombres discuten por la calle. Un par de mujeres asiáticas hablan y comentan en su idioma. Nos detenemos. Es un alto. La gente está lista para cruzar, pero no se atreve por la inmensidad del tráfico y porque pronto los carros avanzarán. Entre la multitud, diviso una "reina de corazones". Sí, una joven regordeta disfrazada de la Reina de corazones del cuento de Alicia. Miro a su derecha, está acompañada por su amiga, que igualmente se disfrazó, pero su disfraz no es conocido. La gente a su alrededor actúa como si nada sucediera. Es normal ver reinas de corazones cruzando la calle. Damos la vuelta por Bellas Artes y puedo divisar una extraña mujer sentada en una barda junto a un joven, ambos jugando entre sí. Esta extraña mujer es morena y está vestida totalmente de negro, pero con una cabellera extremadamente larga y rubia.

Entramos a una calle por detrás del Teatro de la Ciudad y escucho música en vivo. Es una cajita de música antigua. Un pobre hombre viejo le da cuerda, llenando con su música toda la cuadra. Avanzamos, y percibo otra más. Otro viejito le da cuerda. Avanzamos y rodeamos la cuadra. Otra caja de música. Y una más. Nos detenemos por unos segundos. Una familia sentada en el piso pide dinero con su música: el padre toca la guitarra, la niña las percuciones, y la mujer con el bebé estira el sombrero para recibir las propinas. No se ven tristes, se ven contentos.

Una música atrae mi atención. No es de caja de música, ni de guitarra. Es electrónica, pero es en vivo. Mis ojos buscan curiosos y con desesperación el origen de la música. Pronto distingo entre la multitud de la pequeña plazoleta un grupo de raperos que cantan y bailan en vivo sus propias letras en español, rodeados y vitoreados por su público. Es encantador. Sonrío y el carro arranca de nuevo. Nos detenemos. De pronto, mucho ruido. Muchas voces hablando al mismo tiempo en diferentes micrófonos. Es un mercado y todos anuncian sus ofertas y ventas. Una voz en particular, de mujer, que era la que más destacaba. Una mujer con cabello rojo y enroscado, tratando de atrapar la atención de los transeúntes. Nos detenemos para pedir direcciones. Los hombres jóvenes que nos asesoran, voltean atrás del carro, a mi ventana, donde yo me asomaba con mi cámara. Me miran. El carro comienza a arrancar y les regalo el saludo de "amor y paz".

Entramos a una de esas avenidas hermosas y estrechas llenas de historia, rodeada de imponentes y fuertes edificios antiguos. Un hombre que cruza la calle me mira y exclama un piropo, típico de los mexicanos. Saco la cabeza, recibiendo la brisa otoñal de la capital. Volteo hacia atrás, la gente pasando, gente caminando, gente corriendo. Carros estacionados, carros andando. El sol sigue brillando intensamente. Miro y volteo desde lo más bajo al punto más alto. Añorando, soñando, imaginando un encuentro casual...

Nos detenemos y un regordete señor cojo se acerca a nuestro carro, pidiendo para su taco. Insistió, pero después se alejó, bendiciéndonos. De nuevo con vista a la plaza, diviso el anuncio del concierto de los "looney Toones", donde la filarmónica tocaría solamente música clásica de las caricaturas de los hermanos Warner, mientras se proyectaban las caricaturas famosas del conejo y el pato. Suspiré. De pronto, otros tipos de caricaturas cautivan mi atencion: son títeres estilo los Muppets de Jim Henson. Dos muchachos manejan estos muñecos. Uno naranja, y otro verde fosforescente. Parece que su trabajo es hacer reír a la gente que pasa. Con una mano sostienen la cabeza y la boca del títere, haciéndolo hablar, y con la otra, agarran un palo para hacer mover su mano. Traté de fotografiarlos sin éxito alguno. Miro fijamente al del muppet verde. El joven voltea su mirada y se encuentra con la mía. Le sonrío, y de igual manera le regalo el saludo de "amor y paz". Justo cuando el carro arranca para proseguir su recorrido, aquél muppet verde me devuelve el saludo con sus fosforescentes dedos verdes.

Otra pareja de enamorados. Pero la que más me llamó la atención, y con esta estampa termino mi descripción, fue la pareja de ancianos que vi cruzar la calle. Él, adelantándose, y extendiéndole su brazo a su amada para ayudarle, fue la que cautivó mi corazón. Finalmente cruzaron y él le regaló un beso en la frente, abrazándola y continuando su recorrido por las atestadas calles de gente de la ciudad más poblada y grande del mundo.

Mucho humo. Mucho caos. Mucho ruido. Mucho desorden. Muchos colores. Muchos mundos. Pero vi mucho amor en la capital. Mucho amor del bueno. Mucho amor verdadero. Fuera como fuera, vi amistad, vi amor.

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