FINAL DE CANDY


FINAL de CANDY
En 25 capítulos más…

Hace unos 5 años me encontré con la colección de toda la serie ánime Candy. Hacía más de 10 años que la había visto, cuando estaba en la secundaria. Hacía más de 10 años que no la pasaban en TV. Hacía más de 10 años que no sabía nada de ella.  De muy pequeña la había visto y vagamente me acordaba de ella. Después, en mis 13 y 14 años tuve la oportunidad de volver a ver la serie cuando la repitieron en la televisión. Me acuerdo que me angustiaba mucho el perderme algún capítulo, que era semanal. Pero no me acuerdo haber llorado por las peripecias de la alegre protagonista güerita. De inmediato la adquirí aún en contra de mis principios: 8 DVD’s, 115 capítulos, todo por $150 pesos. Hacía mucho que no experimentaba esa sensación de triunfo por un preciado bien adquirido.
No podía esperar. Desde el momento que vi el primer capítulo, no me detuve, hasta llegar al “gran final”. Pasé varios días y noches preguntándome cuál sería el destino de Candy y Terry, y debo de confesar, que hasta tuve algunas noches donde derramé algunas lágrimas, primero por Anthony, y después, por Terry. Esto no es ninguna novedad, ya que me he encontrado con varias colegas igualmente fanáticas del ánime japonés que me han contado que llegaban a la escuela con los ojos rojos de llorar por un capítulo que habían visto el día anterior.
Cuando finalmente llegué al esperado último capítulo, me desilusioné por completo. Estuve investigando varios días por qué la serie tan popular para niñas estaba inconclusa. Me encontré que la tonta razón era el pleito por los derechos de la caricatura entre las autoras. Por esa causa, la serie Candy se vio interrumpida abruptamente desde finales de los 70’s. Cuando vi con ansia que el final de Candy quedaría velado indefinidamente, me lancé a la ardua tarea de investigar si alguna otra fan de la serie habría a caso escrito algo para consolar los sueños guajiros de Candy realizados finalmente. Lo que encontré, terminó de desilusionarme aún más. Sólo algunos supuestos finales decepcionantes. Fue entonces que me lancé al ardua tarea de imaginar… Me propuse escribir un final digno donde tanto como nuestra protagonista, sus amigos y sus fans quedarían igualmente satisfechos.
Este escrito es la continuación de la serie de Candy en 25 mini capítulos más. Debo confesar que no tardé mucho tiempo en escribirla. Las ideas fluyeron como agua en mi cabeza, acompañadas de las voces y música originales. Cuando terminé de escribir el último capítulo, les di a leer toda la continuación a mis hermanas, fervientes fanáticas de la serie. Quedaron totalmente satisfechas. Después, a varias de mis amigas. De nuevo, sonrisas de satisfacción. He aquí el final de Candy que me complazco en compartirles, mientras esperamos que algún día las autoras de tan popular y apasionante caricatura lleguen a algún acuerdo, o si no fuera el caso, que algún fan halle en él consuelo.
La última escena del capítulo 115 no debería ser la última.  Además, hemos visto que a través de esos 115 capítulos Candy ha tenido aventuras y alegrías, pero sobre todo, ha tenido sinsabores y sufrimientos. La novela, simplemente, debe continuar justo después donde termina abruptamente, con inesperadas alegrías, re-encuentros, y con grandiosas aventuras y romances para culminar en el episodio 140. He aquí la segunda parte de la novela, de la serie para niñas que encantó a tantas generaciones.
(Se recomienda haber revisado los 115 capítulos previos de Candy para leer dentro del contexto histórico de la novela; tener presentes los personajes y situaciones y así seguir la hilación de la historia. Se pueden encontrar todos en Youtube).








FINAL de CANDY
Para todas las soñadoras…







*116*


La fiesta en el hogar de Pony

Durante el gran banquete en el hogar de Pony, Candy y sus amigos recibieron una grata noticia. Annie y Archie se casarían. Annie se sonrojaba constantemente, y Archie trataba de aparentarlo, aunque era demasiado obvio: los dos jóvenes habían aprendido a amarse. La hna. María y la srita. Pony los felicitaron con mucha alegría, y algunos niños se burlaron. Pero Candy se sentía llena de alegría. Recordó aquellos momentos incómodos en el colegio de San Pablo en los que Archie le había declarado su amor, lastimando a Annie. Pero ahora, estaba orgullosa por Archie: su amigo había aprendido a amar a Annie finalmente; y Archie, se lo agradeció a Candy.
El banquete terminó cuando todos ayudaron a recoger, mientras recordaban anécdotas viejas y divertidas entre Tom y Annie en el hogar de Pony; o en las vacaciones de verano en Escocia; o cuando Candy vivía con la familia Andrey.
Cuando la fiesta terminó, Candy habló con la srita. Pony y con la hna. María: Candy se quedaría en el hogar de Pony para ayudarlas con los niños. Los hospitales le habían cerrado las puertas, y no tenía lugar para quedarse en Chicago como para trabajar con el doctor Martin. Contentas de su decisión, la hna. María y la srita. Pony vieron una buena idea tener a una enfermera en el Hogar. A los pocos días del banquete, Candy, quien había estado colaborando en el hogar de Pony, se alegró de recibir al sr. Marsh, quien llegó con una invitación elegante para Candy y sus mamás. Era de parte de la muy honorable familia Andrey, invitándolas a la presentación ante la sociedad del tío abuelo William en Lakewood. Candy se emocionó mucho. Pero como no podían dejar a los niños solos, la srita. Pony y la hna. María permitieron que fuera solamente Candy.





*117*





¡Albert es el bisabuelo William!

Archie y Annie recogieron a Candy del hogar de Pony por instrucción del tío abuelo. Candy les compartió lo emocionada que se sentía por la presentación del tío abuelo, pero no les reveló que ella ya conocía su verdadera identidad. Llegaron a la mansión Andrey una noche, donde se celebraba un lujoso baile al que acudieron todas las familias de la alta sociedad; entre ellas, los Britter y los Leagan. Candy se sentía tan dichosa al escuchar la gran escolta de músicos escoceses como recepción.
Mientras Candy era presentada por Archie, a las demás familias Andrey, llegó por su espalda una mano amiga. –“¿Tú eres Candy?”- Archie volteó rápidamente junto con Candy, que no tenía idea de quién podría ser aquel señor que la miraba tan tiernamente. Archie entonces, le presentó a Candy al papá de Anthony. Los ojos de Candy se iluminaron, y lo abrazó fuertemente, contándole lo estupendo que había sido conocer a su hijo. Pero en ese momento, Elisa, que los escuchaba, se acercó al sr. Brower y le dijo que Candy era la responsable de la muerte de su hijo. Archie se enojó, y Candy se entristeció. “¡Elisa!”, dijo Candy. Pero el papá de Anthony le dijo a Candy y a Elisa que no había sido culpa de Candy, ni de nadie; y que se sentía orgulloso de haberla conocido, pues su hijo acostumbraba mandarle correspondencia contándole lo maravillosa que era Candy. Candy entonces, sonrió y lo abrazó nuevamente. Elisa, simplemente frunció el ceño, y se retiró.
Al instante, la tía abuela salió a presentarse con la audiencia y presentó al tío William, presidente y responsable de toda la familia y poderío Andrey. Todos esperaban expectantes, pues nadie había visto hasta entonces, al tío abuelo. Las cámaras de la prensa estaban listas, y todos miraban fijamente las escaleras. Pronto salió una persona alta y delgada, que bajó las escaleras con un elegante traje negro y corbata de moño. Al momento que se sorprendía la audiencia, todos rompieron en una alegre ovación. La familia Leagan, Archie y Annie, quedaron totalmente sorprendidos. Nadie nunca se hubiera imaginado que el tío abuelo William fuera en realidad, un muchacho tan apuesto… ¡el mismo Albert! Candy reía y aplaudía emocionada, dándole ánimos a su fiel amigo Albert. “¿Tú sabías que Albert era el tío abuelo, Candy?” Archie le preguntó sorprendido a Candy, quien atinó a guiñar su ojo, mientras afirmaba. “mhmm!”
Albert dirigió unas palabras a la audiencia y las razones por las cuales había estado en anonimato por tanto tiempo. Entre otras cosas, también aclaró el malentendido de la boda entre Neil y Candy; y reafirmó ante toda la sociedad que Candy pertenecía a la familia Andrey legalmente. También aprovechó en hacer su anuncio de la nueva empresa que había levantado en Texas, especialmente para la familia Leagan, cuya presencia se requeriría en aquella lejana ciudad. Y así mismo, anunció el acceso que tendrían todos los centros médicos y hospitales para Candy, la hija adoptiva de los Andrey. Todos aplaudieron, y así dio comienzo al gran baile.
Elisa se acercó a Albert para pedirle que bailara con ella, pues le recordaba a Anthony. Pero Albert se disculpó, diciéndole que ya tenía una pareja, yendo directo hacia Candy. Elisa enfureció más, junto con su celoso hermano Neil. “¡Neil, haz algo!”- reclamó Elisa. Neil, tomando la iniciativa, corrió para alcanzar a Albert. Impidiéndole el paso, le preguntó: “Espera, Albert. ¿No bailarás con la chica que alguna vez vivió en nuestro establo, verdad?”- Albert le dijo que para él sería un gran privilegio hacerlo, y, sacándole la vuelta, llegó hasta Candy, quien lo recibió con una gran sonrisa. La música comenzó a tocar y Albert y Candy comenzaron el vals. Elisa y Neil se quedaron boquiabiertos, no pudiendo hacer nada. Para pronto, la Prensa tomaba fotos del nuevo presidente de la familia Andrey y de su amiga Candy Andrey.
Albert y Candy bailaban muy agraciadamente, mientras Albert le contaba a Candy que se sentía muy contento por muchas cosas. Una de ellas era que se acaba de contactar con algunas amistades que había hecho en África, y que pensaba volver a África a levantar un hospital más formal. Para Candy fue un poco triste al principio escuchar las noticias de que Albert se iría pronto, pero comprendía que su amigo tenía ahora mucho que hacer como cabeza de la familia Andrey, y como amante de la naturaleza. Pero además, Albert le comentó a Candy que tenía un obsequio muy especial que hacerle y que era muy importante para él que Candy lo viera y lo tuviera. Candy trataba de imaginar qué podría ser ese obsequio de parte de Albert...
Mientras seguían bailando al son de la música, Candy le agradeció que le hubiera abierto las puertas otra vez para trabajar en el hospital, decidiendo irse al hospital de Mary Jane, cerca del hogar de Pony. Albert se sentía orgulloso de Candy y por la decisión que había tomado de seguir con la enfermería. La fiesta terminó cuando Archie y Annie le comentaron a Candy que la mantendrían al tanto de la fecha de su boda. Candy se despidió de la tía abuela, de la familia Leagan, del señor Brower y de todos sus conocidos.







*118*
El obsequio misterioso de Albert

Albert acompañó a Candy hasta el hogar de Pony para hablar con la srita. Pony y la hna. María sobre la decisión de Candy de irse al hospital de Mary Jane. Las hermanas lo recibieron con mucho gusto y aunque hubo algunas lágrimas, apoyaron a Candy en su decisión. Al día siguiente, los niños la despidieron con canciones y gritos. Candy estaba llena de emociones: se sentía contenta de poder seguir desarrollando su carrera como enfermera, pero se sentía triste de dejar una vez más el hogar de Pony y a todos los niños; pero también agradecía tener a su lado la presencia de Albert, quien la apoyaba en todo momento.
Así, estando finalmente solos en la estación, Albert tomaría el rumbo hacia el puerto, a un barco que lo llevaría a África, y Candy, iría hacia el hospital Mary Jane. Candy abrazó fuertemente a Albert. Presentía que pasaría mucho tiempo antes de volver a verlo; además, se sentía temerosa, pues la guerra era cada vez más cruel, y Albert corría el riesgo de ser víctima de ella.
Albert sacó de su maleta un bulto envuelto. Se lo entregó a Candy diciéndole que era muy importante que Candy lo tuviera, y lo leyera. Le pidió con insistencia que lo revisara con mucha atención, y que por cualquier duda que le surgiera, que solamente le escribiera una carta.
Candy le agradeció nuevamente todas sus atenciones y lo hizo prometer que se  cuidaría, y que mantendrían correspondencia. Albert, por su parte, le recordó a Candy la promesa aquella que habían hecho alguna vez en el parque, en la que se compartirían todos sus problemas, y juntos seguirían adelante. Albert la abrazó y le dijo que siempre sería su amigo y su hermano en quien podría confiar incondicionalmente. Que él siempre seguiría al cuidado de ella, como lo había estado a lo largo de toda su vida.
Es así como Candy partió a una vida de enfermera diplomada al hospital de Mary Jane, separándose de su amigo Albert, quien se alejaba a una vida de negocios y medicina, en la lejana y extraña África.
Mientras el barco se alejaba de su amada América, Albert pensaba en su amiga Candy. Había disfrutado tanto el tiempo que había vivido con ella en Chicago durante sus días de amnesia, que había llegado a quererla más que como una simple amiga. Pero era por ese mismo motivo el que Albert no quería quedarse en América y distraer a Candy. Necesitaba un tiempo a solas para pensar y reflexionar sobre lo que realmente sentía por Candy. Habían pasado tantas cosas juntos, que Albert no quería que Candy fuera una vez más lastimada por él. Así, mientras la lejana América desaparecía en el horizonte, y con ella, su querida Candy, Albert se disculpaba con su amiga en sus pensamientos… “Perdóname por dejarte, Candy. Pero necesito tiempo, y tú también. Algún día nos volveremos a encontrar, y las cosas serán diferentes para nosotros. Espero que mi regalo sea de alivio y consuelo para ti. Pronto lo entenderás. Adiós, amiga”.
Mary Jane recibió alegre a su torpe ángel blanco. Candy no perdió el tiempo y pronto se puso a trabajar con sus antiguas amigas enfermeras. Era tanto el trabajo que Candy no sentía que el tiempo pasara tan rápido. La guerra y las enfermedades traían grandes ocupaciones y retos a los médicos y enfermeras por igual.
El tiempo transcurría tan rápido en el hospital, que Candy había olvidado por completo el obsequio de Albert. Fue al final de un día agitado que Candy recordó el dichoso obsequio. Se enojó consigo misma por haberlo olvidado por tantos días. Pronto lo buscó entre sus cosas, encontrándolo. Candy se sentó en su escritorio del dormitorio, abrió con cuidado el obsequio, y se dio cuenta que era el libro de genealogías de la familia Andrey.  Era el mismo libro de la historia de los Andrey que alguna vez había comenzado a hojear en la mansión de Lakewood por mandato de la tía abuela, cuando niña. También venía anexa una carta. Candy leyó las instrucciones de Albert, que eran muy insistentes en que leyera el libro y pusiera especial atención en todos los miembros de la familia y en los nuevos datos que él mismo había recopilado en la parte final durante todo el tiempo que había estado de incógnito. Candy llegó a la conclusión de que el deseo de Albert tenía como objetivo que Candy llegara a conocer la historia exacta de su familia para poder ser una miembro de la familia Andrey. “…Albert!”
En ese preciso momento, los pensamientos de Candy fueron interrumpidos por la llamada de atención desde afuera del pasillo del hospital. “Enfermera Candy, apague la luz!”. Candy decidió leer el libro en su día de descanso: faltaban tres días más. Sintiéndose un tanto curiosa y expectante por saber lo que contenía aquel libro, Candy lo guardó con cuidado y cariño, recordando las palabras de Albert: “Candy, es muy importante para mí que lo veas y lo tengas”.
Candy durmió con un poco de ansiedad, esperando que llegara su día de descanso para finalmente poder descubrir lo que Albert había escrito… ¿Cuáles serán los nuevos datos que Albert incluyó en el libro? Se preguntaba…






*119*
Una grata invitación

La gran hacienda en Texas tenía más criados que cualquier otra casa Andrey: grandes caballerizas y carruajes, y un sin número de pasatiempos para los amos Leagan. El banco que Albert había levantado en San Antonio y que el sr. Leagan administraba, producía gran cantidad de recursos para la nueva ciudad que se levantaba. No obstante de las grandes comodidades, la vida en la lejana Texas parecía dura para los hijos Leagan, que no terminaban de adaptarse. “Mamá, ¿por qué tenemos que vivir en este desierto con gente de tan bajo nivel? ¿Por qué tuvimos que obedecer las instrucciones de Albert?”, eran los reclamos diarios que Elisa y Neil reprochaban a su madre. Ésta, un tanto resignada por su nuevo estilo de vida, trataba de explicarles a sus hijos que ahora Albert era el presidente de la familia Andrey y que todos tenían que someterse a sus órdenes, aunque fueran “infantiles y caprichosas, como esa decisión de haber adoptado a esa cualquiera de Candy, y luego haber anulado la boda con Neil”, decía. “¡Esa odiosa y presumida de Candy! ¡…algún día me las pagará!”, maquinaba Elisa… Pronto llegaría el correo, trayendo gratas noticias de oportunidades para los Leagan de regresar un tiempo a Chicago.
Mientras tanto, un día antes de su día de descanso en el que aprovecharía para revisar el libro que le había dado Albert, Candy recibió una hermosa invitación, con remitente de la familia Andrey, en Chicago. Era tanta su alegría, que trepó a un árbol a leerla. Era la invitación de la boda de Archie y Annie. Su mente comenzó a recordar cuánta alegría le habían dado sus amigos al hacerle tan grata visita cuando se encontraba trabajando en la mina, en las vías de ferrocarril. Y ahora, Archie y Annie se casarían.
Cuando hubo terminado sus labores del día, Candy escribió a Albert para averiguar si éste vendría a América para la boda. Ya habían pasado dos meses desde que se habían despedido en la estación. Y aunque constantemente se escribían, Candy sentía la necesidad de ver y platicar con su querido amigo. Albert siempre le contaba entusiasmado de lo agradable que era trabajar en África y estar rodeado de tanta naturaleza; y por supuesto, de tener el privilegio de trabajar con tan linda gente: sus amistades pasadas. Albert tenía ahora muchas ocupaciones, pues, además del hospital en África, seguía al mando de todos los asuntos de la familia Andrey y de todas sus empresas en América y Europa. Era un hombre muy ocupado, pero se sentía feliz de poder hacerlo.
Candy se sentía alegre por su amigo y constantemente recordaba aquellos días que habían vivido juntos, en el departamento de Chicago. Vería a sus amigos muy pronto… Pero Candy recordó el libro que le había regalado Albert. El día siguiente sería el gran día en el que Candy leería el libro y vería los nuevos datos de los que le había contado Albert.






*120*
Conociendo el pasado de la familia Andrey

Candy pasó todo su día de descanso en el balcón de su dormitorio mientras estudiaba el libro que le había obsequiado Albert. Con mucho cuidado, leyó sobre las antiguas familias y matrimonios de los Andrey. Llegó a la página de la familia Corwell donde aparecía la historia y las fotografías de los padres de Archi y Stear. Se sorprendió de la exactitud con que Albert había descrito la personalidad y los últimos acontecimientos de las vidas de sus amigos. Unas lágrimas amigas salieron de los ojos de Candy al leer la última parte de la biografía de su querido amigo Stear: “Valientemente dio su vida para defender la libertad y la paz”. “¡Stear…!” Constantemente pensaba en la tristeza que todavía estaría viviendo Paty. Recordaba cómo ella misma había sufrido tanto cuando Anthony había muerto y cómo había sido tan difícil dejarlo en el pasado. “Pobre Paty. Espero poder verla algún día…”
Siguió leyendo y llegó a la página de la familia Leagan. Las fotografías hacían parecer que se trataba de una familia amable y de buen nombre, pero Candy los conocía perfectamente. “Pobre Neil. Pero ¡yo nunca me casaré con él!”, pensaba Candy, un tanto ofendida…
Pronto llegó a la sección de la familia directa del bisabuelo William. Los padres de Albert eran bien parecidos. Su vida había sido un tanto trágica, pero emocionante. Después, dio vuelta a la página. Primero describía la familia de la primera hija: Rosemary, quien se había casado con el sr. Brown y habían tenido un único hijo: Anthony Brown. Candy se llenó de alegría al ver la foto de Anthony, pero se entristeció al leer la breve biografía de su amigo, concluyendo con la triste frase: “…fallecido por un terrible accidente de caballo en plena cacería, a los 14 años de edad”.  ¡Anthony!
Los pensamientos de Candy comenzaron a recordar a su querido Anthony. Había pasado tanto tiempo ya desde que lo había visto por primera vez en el portal de las rosas y la había consolado. Pero repentinamente recordó las últimas palabras de Anthony: “Mi madre siempre estaba acompañada de un niño. …te contaré cuando estemos en la colina de Pony, Candy”. Candy entonces se dio cuenta que ese niño del que le había hablado Anthony, era el mismísmo Albert. Rápido dio vuelta a la página, y ahí estaba la fotografía del presidente de la familia Andrey: William Albert Andrey. A Albert se le veía tan bien sin anteojos y con su traje oscuro. Se parecía tanto a Anthony. Ahora entendía el porqué.
Candy leyó con detenimiento la descripción que había hecho Albert de sí mismo: “El tercer hijo del matrimonio Andrey. William Albert Andrey se crió bajo el cuidado de su hermana mayor Rosemary. Al morir ésta, la identidad de William fue protegida durante sus primeros años de juventud hasta que fue capaz de tomar la presidencia de la familia Andrey a los 26 años de edad. William se había dedicado a sus metas que su espíritu aventurero y servicial lo motivaba, viajando al extranjero para ayudar a personas y animales en hospitales; al mismo tiempo que protegió y cuidó a su única sobrina sobreviviente, Candice White Andrey, hija de su hermana fallecida, Mariane Candice Andrey”.
Las palabras que acababa de leer resonaron tonantes en la mente perturbada de Candy. “…protegió y cuidó a su única sobrina sobreviviente, Candice White Andrey, hija de su hermana fallecida, Mariane Candice Andrey…” Candy entró en shock. Estaba completamente sorprendida de lo que acababa de leer. Con temor y desconfianza, pero con mucha curiosidad, dio vuelta a la página. Su corazón latía con rapidez mientras la hoja del libro era cambiada por su mano temblorosa. Repentinamente miró y se sorprendió cuando se encontró con la foto de Mariane Candice Andrey. Era idéntica a Candy. Sus grandes ojos verdes, su larga cabellera rizada, su sonrisa dulce y tierna, y algunas pecas tenues en su blanca cara. Candy no lo podía creer. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras su mente confusa trataba de desenmarañar lo que estaba leyendo… y descubriendo.
Comenzó a leer detenidamente: “Mariane Candice Andrey. Segunda hija del matrimonio Andrey. Su pasión por la actuación la alejó de la familia a los 17 años de edad, siendo desheredada unos meses después por la familia Andrey. Se enamoró del famoso actor fallecido Ethan McKanzy, con el cual interpretó algunas obras de teatro. A los 18 años de edad regresó al lado de su hermana Rosemary quien la cuidó tiernamente en secreto durante su delicado embarazo prematuro. Murió una mañana de invierno después de haber dado a luz a una tierna niña; pero por haber sido un embarazo ilegítimo, la pequeña fue entregada secretamente al cuidado de la casa hogar Pony. El nombre de la hija de Mariane Candice: Candice White Andrey”.
Candy se sentía desfallecer. No podía respirar. Los pensamientos y las emociones mezcladas luchaban dentro de ella. Cerró los ojos. Dejó que sus pensamientos la llevaran a recordar cuando la srita. Pony y la hna. María le contaron acerca de su llegada al hogar. “Era una noche nevada cuando te encontramos a tì y a Annie”. Después, recordó aquel día que había visto por primera vez a Albert, en la colina de Pony.  “Albert ha de haber estado en la colina de Pony aquel día para cuidarme. Él sabía quién era yo.”
Candy miró fijamente el retrato de su madre perturbada y llena de lágrimas.  “Mamá. Mi madre… No podía creer lo que sus ojos le decían. Era por eso que Albert le había insistido tanto que leyera con atención aquel libro genealógico de los Andrey. Albert sabía que si le contaba todo a Candy, muy probablemente hubiera sido difícil entenderlo. Albert sabía que si Candy lo descubría por sí sola, sería mejor que lo asimilara.
Después de recuperarse, Candy dio vuelta a la página. Se encontró con una vieja fotografía de ella del colegio San Pablo. Vestía su uniforme negro, con su inconfundible sonrisa. Era ella misma. Era Candy. La curiosidad la mataba por saber qué había escrito Albert de ella: “Candice White Andrey. Única hija de Mariane Candice Andrey y única sobrina directa del bisabuelo William Andrey. Candy fue criada con amor en la casa hogar Pony. A los 12 años vivió con la familia Leagan y después fue adoptada legalmente por la familia Andrey; haciendo una fuerte y duradera amistad con sus primos: Archi y Stear Corwell y Anthony Brown. A los 14 años estudió en el Colegio San Pablo, en Londres. Su pasión por ayudar a otros, heredada de su madre, la llevó a elegir su camino como enfermera. Estudió en el colegio de Mary Jane y se graduó a los 16 años como enfermera, en el colegio de Santa Juana, en Chicago. Candy, una chica activa que siempre está dispuesta a ayudar y a servir a los demás, llegará muy lejos en su futuro por su bello espíritu que nunca se deja vencer”.
“¡Oh, Albert! ¿Es eso lo que piensas de mí? ¡Albert! ¡Gracias Albert!”. Candy se sentía extraña. Nunca en su vida había sentido algo así. El sentimiento de pertenecer a una familia biológica y legal era una emoción que nunca había experimentado. Se preguntó si Albert había incluido una biografía de aquel actor Ethan Mckanzy del que parecía que era su padre. Dio vuelta a la página, pero Albert no lo había incluido. Cerró el libro lentamente mientras imaginaba la figura de su madre junto a aquel actor. No soy huérfana. La srita. Pony y la hna. María hicieron el mejor trabajo como madres porque mi mamá no pudo hacerlo. Mi madre no fue mala en abandonarme. Ella murió por tan joven que era. …Mi madre fue una Andrey. Y mi madre se enamoró de un actor… Mi padre fue un famoso actor. Ethan Mckanzy. Y de su amor, nací yo. ¡Candy, eres una Andrey de sangre, y no nada más de nombre! ¡Candy, no eres una huérfana! ¡Candy, tienes madre y padre!”
Candy comenzaba a entender lo que había estado descubriendo durante toda la tarde, mientras gruesas lágrimas mojaban su rostro. El sol comenzaba a ponerse a lo lejos. Candy se puso de pie y miró atentamente el atardecer, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro lentamente. Candice White Andrey. Me alegro de no haber sido educada como una dama Andrey. Me alegro de haber sido criada en ese precioso lugar, en el hogar de Pony…Pero ahora soy una Andrey de sangre. Albert, gracias por escribir. Gracias, Albert, por estar al cuidado de mí…






*121*
La boda de Archie y Annie

Los días transcurrieron y Candy se acostumbraba cada día más no solo al apellido Andrey, sino al pasado de su familia. “Soy Candice White Andrey”, se lo decía una y otra vez con mucho orgullo. Se sentía tan feliz con ella misma de tener dos padres. No le había contado a nadie sobre su verdadera identidad. Albert había escrito una pequeña nota a Candy para sugerirle que esperara a revelar su verdadera identidad con el paso del tiempo, y que no se apresurara. Que primero se acostumbrara a toda esta nueva información, y que después llegaría el momento preciso para hacerlo público. Albert no veía el momento de platicar con Candy sobre el hecho que ella pertenecía legal y biológicamente a la familia Andrey. Pero todo a su tiempo… Candy, confiada en las instrucciones de Albert, esperaba con paciencia como si nada hubiese ocurrido.
Por fin llegó el gran día esperado de la boda. Candy viajaría a Chicago a encontrarse con Annie y Archie.  Pero aún no sabía con exactitud si a Albert le iba a ser posible venir a América para asistir a la boda. Así, Candy viajó un poco triste y expectante al no tener noticias de su amigo. ¡Tendrían tanto de qué platicar cuando estuvieran juntos!
Cuando Candy llegó a la estación de Chicago, divisó una cara amiga entre los rostros de Annie y Archie: era Paty. Candy bajó rápidamente del tren y corrió a abrazar a Paty. Todos reían y se sentían alegres de estar juntos otra vez. “¿Cómo estás, Paty?”, preguntó Candy. “Estoy bien, Candy. He aprendido a seguir viviendo y ser feliz con mi familia… aún cuando el amor de mi vida se fue para siempre de mí”.
 Archie le contó a Candy que sabía que Albert se quedaría todavía más tiempo en África y que no iba a poder asistir a su boda. Candy se desilusionó un poco, pero de igual forma se sentía contenta de estar con sus amigos. Después, Archie las llevó al hotel donde pasarían la noche Annie, Paty y Candy. Durante esa noche, las tres amigas recordaron anécdotas maravillosas que pasaron juntas en el colegio San Pablo, en las vacaciones en Escocia, y luego, en Chicago. Candy no podía creer que su mejor amiga y hermana, Annie, estaba a unas cuantas horas de ser esposa. Se sentía tan orgullosa y feliz por ella. A veces le daban ganas de platicarle sobre su verdadera identidad, pero recordaba las palabras de sugerencia de su amigo Albert. “Aguarda un tiempo…”
La boda al día siguiente fue todo un éxito. Annie se veía más hermosa que nunca con su largo vestido blanco y con el delicado velo que caía sobre su cara. Su larga cabellera negra la había recogido tiernamente y se veía simplemente divina. Temerosa, volteó con Candy y le dijo: “Candy… tengo miedo…” Candy la abrazó y la animó. “Annie, no seas tonta. Es tu boda y te casas con el hombre de tu vida. Disfruta tu día, querida hermana. No hay nada que temer con Archie. Yo sé bien que él va a cuidar de ti. Además, luces hermosa”.
Candy ya había saludado a los papás de Annie, que parecía que se sentían muy orgullosos de su hija y de su futuro yerno. Candy también lucía hermosa con su cabello suelto peinado solamente con dos peinetas. Hizo un muy buen papel como toda una dama… y no cualquier dama, sino una dama Andrey. Mientras miraba tiernamente a sus amigos Annie y Archie que se decían sus votos mutuamente, y Annie se sonrojaba, Candy recordaba a todos sus amores, uno por uno: primero, el Príncipe de la colina, quien ahora era su pariente, y amigo incondicional, Albert. Después, recordó a su querido Anthony. Por algún extraño motivo que no había podido entender por mucho tiempo, el destino los había separado con aquella espantosa tragedia. Pero Candy comprendía ahora… Anthony no solamente había sido su mejor amigo, sino también, había sido su primo, aunque en ese tiempo no lo sabían. ¡Pero qué bueno había sido conocer a Anthony y pasar el tiempo junto con él!
Candy siguió recordando mientras la orquesta de la iglesia tocaba las suaves piezas musicales. Recordó con mucho cariño a su rebelde y lejano Terry. Se sentía tan lejos! Había pasado ya casi un año desde aquella horrible noche helada cuando se despidieron, diciéndose adiós para siempre, en el frío Broadway. “¿Cómo estará Terry? ¿Qué estará haciendo? ¿Cómo estará Susana? ¿Habrán aprendido a amarse?”…  Candy extrañaba demasiado a todos aquellos muchachos que formaban parte de su vida… Quería verlos y platicar con ellos...
El beso llegó por fin y Candy reía de alegría, al igual que sus amigos. Durante la recepción, Candy se encontró de nuevo con Elisa y Neil, que habían estado viajando desde hacía algunos días, para finalmente llegar a Chicago. Elisa comenzó a presumirle de la gran empresa y negocios de su padre en Texas. Pero también le dejó ver que sabía algo de Terry. “La semana pasada fui a verlo a una de sus representaciones en Broadway. ¡Qué hombre es Terry! Tan buen actor y tan buen mozo. Y tú, Candy, nunca llegarás a ser del nivel de Terry ni del mío. No importa lo que digan los demás, tú nunca serás parte de la familia Andrey”. “Elisa…!” Candy exclamó. “¡Cállate, Elisa!”, Archie, que la había alcanzado a escuchar, le contestó enojado. Pero Elisa siguió criticando las decisiones de Albert y las describió de inmaduras y caprichosas, al haber dejado que Candy formara parte de la familia Andrey. Pero mientras hablaba, no se dio cuenta que la tía abuela estaba exactamente detrás de ella. “¡Jovencita, te quiero ver en mi recámara de inmediato!”. Sorprendida, Elisa volteó rápidamente, encontrándose con la mismísima cara furiosa de la tía abuela. Apenada por su mirada desaprobadora, se fue tras ella. Candy y Archie se miraron y respiraron de alivio mientras observaban a Elisa alejarse.
Candy pensó para sus adentros que no importaba. Se sintió contenta al saber algo de Terry. Había pasado ya tanto tiempo, y era la primera vez que escuchaba algo de él. “Terry es un muy buen actor, y sigue en Broadway. ¡Me alegro por ti, Terry…!”
La fiesta llegó a su fin y Candy se despidió de sus queridos amigos Annie y Archie, que partían esa misma noche a su luna de miel. Al día siguiente, Paty despidió a Candy en la estación. Le contó que había tratado de olvidar a Stear, pero que éste siempre se le aparecía en sus sueños, y que no era posible olvidar a aquel simpático buen mozo con anteojos. Paty se había sentido tan sola últimamente que a veces quería estar muerta para encontrarse con su Stear. “Mira, Candy”, Paty sacó la caja de música de Stear. “La llevo conmigo a todos lados. ¡Me recuerda tanto a mi Stear!”, Paty soltó a llorar de nuevo. Pero Candy la consoló con su propia experiencia y le dio ánimos de seguir adelante. Y así, las dos amigas se despidieron y separaron una vez más.
Cuando Candy llegó al hospital de Mary Jane, ésta la recibió con una inquietante noticia: se requerían más enfermeras para la guerra. Esta vez no sería en Francia, sino en los hospitales de rehabilitación de Inglaterra. Candy se sentía preocupada. No sabía que hacer. Así que, Mary Jane la animó a que se tomara una semana en casa de Pony para que lo pensara bien.




*122*
Una decisión difícil

Candy estaba muy emocionada porque visitaría su casa. Fue en esa visita cuando supo que Tom tenía novia y que pensaba casarse muy pronto: Dorothy, la que había sido mucama de los Leagan; y mucama de Candy, cuando ella había vivido en la mansión de los Andrey. Candy se sentía tan contenta, que decidió ir a visitar a Tom a su rancho. Ahí se encontró con Dorothy después de casi cinco años de no verla. Dorothy había sido requerida en el rancho de Steve y fue así que Tom se enamoró de ella. Dayiana se había dado cuenta de su edad tan joven y había aceptado que Tom se casara; además, últimamente había convivido mucho con Jimy, en el rancho del sr. Cartwright, y no se sentía sola.
Durante ese tiempo, la srita. Pony y la hna. María aconsejaron a Candy que fuera a Inglaterra, como su amiga Flamy lo había hecho. Y aunque ellas y los niños la extrañarían demasiado, la animaron a que se enlistara por el bien de los soldados y de las personas que sufrían en la guerra. La srita. Pony y la hna. María sabían exactamente que Candy sería una ayuda indispensable de gozo y ánimo para las almas lastimadas y angustiadas que vivían en la guerra, en Europa. Candy recordó a su amigo Stear, quien había sido víctima de la guerra. Recordó a su colega y médico Michael, y a su compañera admirable, Flamy. Y ahora, era tiempo de que Candy fuera también, porque era su trabajo y deber como enfermera.
Una mañana muy temprano, Candy se despertó con la necesidad de revelarles su verdadera identidad a sus mamás. Pasaban tiempos críticos y tarde o temprano ellas lo sabrían. Candy quería ser la que les revelara el secreto. Así que, Candy tuvo un tiempo con ellas a solas, donde les enseñó el libro, regalo de Albert, donde revelaba toda la historia secreta de Candy. La srita. Pony y la hna. María no se notaron tan impresionadas. Parecía que no era nuevo para ellas. Simplemente sonrieron, y le explicaron a Candy que cuando había sido adoptada por la familia Andrey, el mismo tío abuelo William, o mejor dicho, el mismo Albert, les había escrito una carta contándoles todo. Albert había hecho mucho énfasis en no revelarle a Candy su verdadera identidad sino hasta que éste fuera el presidente de la familia Andrey. Y que por mientras, siguieran al cuidado de Candy como lo habían hecho durante toda su vida. Les agradecía por todo lo que habían hecho por Candy, y se comprometía a siempre estar al cuidado y al pendiente de ella.
A Candy le dio tanto gusto saber que Albert se había tomado la molestia de contárselo a la srita. Pony y a la hna. María. Era un peso menos el que cargaba Candy y se sentía segura de que sus mamás lo supieran, y que tuvieran el apoyo incondicional de Albert.


Fue así que, con fuerzas renovadas y con nuevos panoramas del porvenir, Candy emprendió su viaje a la guerra. Decidió llevarse a su Clynn, para que la acompañase. Se despidió por última vez de todos sus amigos del hogar de Pony: de Tom, de Dorothy, el sr. Cartwright y de Jimmy; el sr. Marsh; y claro, de sus hermanitos y mamás queridas que no dejaban de llorar.







*123*
Una partida incierta

Era una madrugada fría y con niebla. Candy, junto con otras cuatro enfermeras, fueron llevadas al puerto para embarcarse hacia Inglaterra, en medio de la guerra. Pronto el invierno llegaría. El paisaje sombrío y el clima frío producían en Candy una incertidumbre de lo que estaba a punto de experimentar cerca de la horrible y cruel guerra. Pero las palabras de MaryJane, quien estaba orgullosa por la valentía de sus enfermeras, constantemente se repetían en su mente y corazón: “Los pacientes son seres humanos. No importa su raza, edad, o rango social. Todos son seres humanos y necesitan de nuestra ayuda como enfermeras”.
Cuando llegó al puerto, Candy buscó rápidamente un edificio de correos. Tenía cartas para Archie y Annie, para Paty, y para Albert. Todo había pasado tan rápido, que no tuvo tiempo de avisarles de su decisión. Es así que, cuando Candy estaba formada, comenzó a escuchar la armónica y la dulce canción de despedida de Terry.Esa canción… ¡esa canción es la de Terry! ¡Terry!” Candy volteó rápidamente, buscando a su querido Ferry, quien interpretaba tan dulce canción.
 “¡Hola, Candy!” Era Cookie. Candy se sintió un poquito desilusionada, pero era maravilloso ver una cara amiga antes de su partida. A Cookie se le veía muy bien, y ya había aprendido a ser todo un marinero. Candy le contó de su decisión de ir a Inglaterra como enfermera. Pero Cookie, al escuchar la decisión de Candy, reaccionó violentamente. No estaba de acuerdo y le advirtió del gran peligro al que estaba a punto de exponerse. Pero Candy le volvió a decir que era su deber como enfermera.
El tiempo avanzaba rápido y era tiempo de partir. Cookie se despidió de Candy, deseándole mucha suerte. Candy le agradeció con lágrimas en sus ojos. Las despedidas  siempre eran tristes, pero Candy era una enfermera responsable que quería cumplir con su deber.
Mientras tanto, tan pronto regresaron Archie y Annie de su viaje de bodas, recibieron a sus primeras visitas en su nueva casa en Chicago: Los Leagan, acompañados de su madre. Era a veces tanta la “presión social”, que necesitaban salir por temporadas de la rutinaria vida tan acomodada que llevaban en Texas. Con disgusto, Archie seguía la frívola plática de sus parientes, mientras Annie, con mejores modales, trataba de hacer el mejor papel como anfitriona. De pronto, una carta llegó en ese preciso instante. Archie, queriendo escapar por un momento de la presencia altanera de los Leagan, pronto abrió la carta al saber que era de Candy; leyendo las palabras que lo dejaron helado a él y a Annie: “Queridos amigos, he decidido enlistarme como enfermera de guerra. Por favor, no se preocupen por mí. Espero verlos pronto. Annie, ánimo. Sé que estarán bien, y yo también prometo que estaré bien. Hasta que nos volvamos a ver, con mis más afectuosos cariños, Candy White”.
“¡Vaya! ¡Así que la hija de los Andrey, se fue a la guerra! ¿Qué les parece?”, rompió el silencio la sra. Leagan. “Madre, ¿qué podrías esperar de una chica tan atolondrada como ella?”, replicó Elisa. Archie y Annie simplemente se miraron. Los dos sabían que Candy lo hacía por amor a los pacientes, y porque era su deber como enfermera. Solamente esperaban ansiosamente en sus corazones que la guerra no cobrara otra dulce vida, como la de Candy. “¡Candy, Candy!”, Annie lloraba internamente…
Mientras, en un barco que atravesaba el gran océano, con destino a Inglaterra en plena guerra, una enfermera muy conciente, se preguntaba: ¿Por qué Cookie se habrá enfadado tanto porque yo voy a la guerra? ¿Será la guerra tan horrible? ¿Cómo estarán las personas en Inglaterra? ¿Cómo será la guerra realmente…?


*124*
Un rayito de felicidad en la oscura guerra

Durante el viaje, Candy tuvo mucho tiempo para pensar y escribir. Clynn estaba con ella y la acompañaba todo el tiempo. Candy se preguntaba por qué los ojos de Cookie se habían llenado de lágrimas. “¿Será la guerra tan horrible?” Candy sentía temor. Pero solamente pensaba en sus amigos que ya estaban allá en la guerra, y en Stear, que había muerto luchando y defendiendo la libertad, y su corazón se llenaba de ánimo. Cada noche que salía a la baranda, recuerda aquella brumosa noche en la que había conocido a Terry tres años atrás. “Estaba llorando cuando lo conocí. Y ahora, ya ha pasado casi un año desde que nos dijimos adiós. Espero que Terry se encuentre bien y que haya aprendido a salir adelante. Terry...”  Terry seguía en su mente…
Cuando el barco finalmente llegó al puerto de San Hampton, Candy y el personal de enfermeras y médicos fueron llevados rápidamente por un camión del ejército hacia Londres. Fueron escoltados por tanques y caballos de guerra, pues se encontraban en un territorio extremadamente peligroso. Candy comenzó a asustarse al ver el panorama bélico de tan cerca. Pero a la vez, confirmaba su decisión mientras miraba su querida y vieja Londres tan destruida.  “Es por esto que estoy aquí. Ánimo, Candy. Sigue el ejemplo de Flamy”.
El trabajo en el hospital comenzó rápido y casi no había tiempo de descansar. Clynn se había refugiado en el bosque que estaba al lado del hospital, mientras Candy y las demás enfermeras eran colmadas de enfermos y heridos diariamente, a toda hora. A veces Candy sentía desmayar. Los soldados y civiles heridos llegaban continuamente y a veces las enfermeras no se daban abasto. Sangre, alboroto, dolor, muerte. Esa era la realidad de la guerra. Pero Candy recordaba constantemente el ejemplo de Flamy, del médico Michael y de Albert. Todos se encontraban ayudando en el área de la medicina, y Candy era parte de esa ayuda. Ella era como un heraldo del hospital de Mary Jane, del hogar de Pony, y de la familia Andrey. Candy tenía una responsabilidad y deber enormes como enfermera. Los soldados heridos y los demás pacientes se sentían mejor cada vez que la enfermera Candy los atendía con su alegre modo. Y Candy se sentía muy útil con todo el trabajo que pueda brindar.
Fue un día agitado en el que Candy había tenido que curar heridas graves de guerra, en la que le llegó una carta. Candy estaba muy contenta, pues provenía de África. Durante la noche, estando acostada en su cama en compañía de Clynn, Candy leyó la carta de Albert. Albert la felicitaba por la decisión tan valiente que había hecho de ir a la guerra, pero no dejaba de mostrarle su preocupación. Albert anexaba un cheque para que Candy lo usara en lo que ella creyera necesario. Le contó lo agradable que era trabajar en África con sus amigos, y se sentía muy agradecido y contento de que juntos compartieran la medicina. También mencionaba sobre el gusto que había tenido de conocer y de trabajar con una persona en especial que conocía muy bien a Candy, de la cual esperaba platicar más en las siguientes cartas. Albert se despedía con cariño, animándola a que no estuviera triste ni asustada.
¿Una persona que me conoce muy bien? ¿Quién será? ¿A quién se referirá Albert? La persona de la que hablaba Albert en su carta intrigó a Candy. Albert no había mencionado si era hombre o mujer, pero esas palabras alborotaron la mente de Candy.
Y así, con nuevos ánimos y con las palabras de Albert en su mente, Candy durmió tranquila en la alborotada y sufriente Inglaterra.



*125*
¡Los reencuentros siempre son inesperados!

Un día, el doctor en cargo comisionó a Candy y a otra compañera a viajar a otro hospital, en Endimburgo, Escocia, por un mes. Era un hospital especialmente para soldados en rehabilitación. Candy estaba tan entusiasmada y emocionada que reía de alegría. Viajaría a Escocia. Su querida Escocia, donde había vivido experiencias tan gratas con sus amigos y con Terry. Era en Escocia donde la familia Andrey tenía una casa, y también donde el duque de Granchester tenía su mansión. “Terry…!”
El hospital de rehabilitación era un poco rústico, aunque limpio. Las enfermeras no perdieron tiempo y pronto fueron puestas a trabajar. Cuando Candy se encontraba atendiendo a un paciente fue cuando vio a través de la ventana a uno de los soldados que estaba muy cerca del lago y que se podía caer. Candy entonces, salió corriendo y gritando, tratando de detener al paciente. “¡Espere, señor! ¡Se caerá al agua! Señor!!”, gritaba Candy mientras se acercaba corriendo al paciente. Cuál fue su grata sorpresa cuando este soldado, quien sostenía un artefacto extraño en sus manos, volteó con su tierna cara amiga. “STEAR!!” Era Stear. “¿Candy? ¡CANDY! …Candy?” Candy pegó tremendo grito, y cayó al suelo desmayada.
Sí. Su querido amigo Stear estaba ahí, VIVO! Después de unos momentos, Candy despertó, y lo vio a los ojos. “Candy, soy yo, Stear! Vamos, Candy!” Candy se incorporó, y se abrazaron fuertemente; ella comenzó a reír de alegría, y luego, a llorar. Stear le contó que había saltado de su avión momentos antes de que éste se estrellara y que por la caída había permanecido dos semanas en coma; y, que hasta entonces, había estado en recuperación y rehabilitación. Hubiera querido escribir, pero la correspondencia tardaba mucho en llegar en aquellos días; además, quería darles la sorpresa. Luego, le enseñó su último invento: un pequeño velero con motor de avión. Estaba a punto de probarlo en el lago, cuando Candy llegó.
Candy y Stear pasaron el resto del día juntos, platicando sobre los últimos acontecimientos: el tío abuelo Albert y su regreso a la sociedad; la boda de Archie y Annie; el reciente trabajo de Candy como enfermera de guerra; la nueva ubicación de los Leagan en el sur de los Estados Unidos, y por supuesto, Candy le platicó también sobre el aún dolorido corazón de Paty. “¡Paty…! Mi querida Patricia sufre por mí!”, preocupado, exclamó Stear. Candy entonces aprovechó a contarle lo difícil que había sido para ella afrontar la muerte de Anthony; pero que Paty y él aún tenían esperanza. Stear miró a Candy con firmeza, y después de un breve silencio, le preguntó: “Dime, Candy… me has contado todo sobre los demás, pero… ¿qué pasó entre tú y Terry? ¿Cómo te fue en Chicago?”. “¡…Stear!” – suspiró Candy al encontrar respuesta tan fuera de lugar. Candy miró hacia el lago y le contó brevemente que habían decidido tomar diferentes caminos. “¡Candy!”. Stear miraba tiernamente a su querida amiga. La conocía perfectamente, y sabía que Candy aún sufría por Terry, aunque ésta tratara de esconderlo.
“Stear, pero tú tienes que ir a América y re-encontrarte con Paty. ¡Ella te ama!”. Fue entonces que Stear decidió regresar finalmente a América. Tenía todavía tantos inventos en mente ahora con la nueva tecnología que se había desarrollado en Inglaterra, pero amaba más a Paty y no podía soportar que estuviera tan deprimida. Candy le dio un poco del dinero que le había mandado Albert, para que Stear pudiera regresar a América. Fue así que una tarde, Candy despidió a su amigo Stear en el puerto de San Hampton, Inglaterra, con esperanzas de verse de nuevo, algún día, en América.








*126*
Una tierna reconciliación en año nuevo

                        Stear se las había ingeniado para escribir un breve telegrama a su hermano Archie, donde se lamentaba por no haber podido informarles sobre su accidente, pero, notificándoles la fecha de su llegada al puerto de Nueva York, para que llevaran a Paty, y sorprenderla.
                        La noticia de Stear, puso de un ánimo tan extraordinario a Archie, que casi le da un infarto de felicidad. Él y Annie reían de alegría al no poder creer que Stear estuviera vivo. El hecho de imaginarse la imagen del soldado victorioso regresando a casa los emocionaba en demasía… no podían esperar la fecha indicada para llevar secretamente a Paty al puerto, y darle la sorpresa.
                        “Vamos, Paty. Un paseo por Nueva York te animará”, Annie le había escrito a Paty unos días antes. Así que, Archie y Annie llevaron a Paty hasta el puerto de Nueva York, a la hora exacta que el barco de Inglaterra anclaría. Se encontraban en el muelle, entre los apretujones del gentío que esperaba ansiosa a la tripulación, cuando Archie divisó a Stear, quien vestía un elegante uniforme de soldado. “¡Ahí está!”, gritó ansiosamente Archie. “¡Oh, ya lo vi!”, exclamó Annie. “¿Quién? ¿Quién está?”, preguntaba Paty, en total despiste, tratando de ver lo que sus amigos veían con tan grande emoción.
                        Cuando Stear estaba solamente a unos cuantos pasos de sus amigos, Archie corrió a abrazarlo. “¡HERMANO!” Stear, aventando su equipaje, corrió a abrazar a su hermano menor. “¡HERMANO! ¡ARCHI!” Paty, con los ojos bien abiertos, volteó ansiosamente para verificar lo que acababa de escuchar. Pronto divisó a Stear a lo lejos. “¡¿QUÉ?! ¿STEAR?” …tan grande fue el impacto y la emoción, que cayó desmayada en brazos de Annie. Pero sólo un momento después, sus claros ojos comenzaron a abrirse, y la primera figura que vio, fue el rostro de Stear, que la llamaba tiernamente. “Paty, Paty… despierta. Estoy de vuelta. Aquí estoy, mi querida Patricia…”
                        Todos reían de felicidad al ver tan lindo reencuentro y reconciliación entre Stear y Paty, quienes se abrazaban y lloraban de verse juntos otra vez.  Stear entonces, supo con certeza, que Paty era la chica de su vida y se culpó de lo tonto que había sido al abandonarla por la guerra. “La dulce sonrisa de mi Patricia se dibuja de nuevo en su rostro. ¡Gracias, Candy…!”, pensaba.
Mientras tanto, en la lejana Inglaterra, el trabajo de Candy continuó arduamente. A veces no tenía tiempo de escribir cartas, aunque seguía recibiendo cartas de la srita. Pony, de la hna. María, de Annie y de Paty. Le extrañaba que su amigo Albert ya no le escribiera tan seguido, pero se animaba, diciéndose que era un hombre muy ocupado como cabeza de la familia Andrey y con el hospital en África. Pero continuamente se preguntaba: ¿Con quién estará trabajando Albert? ¿Quién será esa persona que me conoce?
El crudo invierno estaba en su plenitud. Los preparativos para la cena de Año nuevo se habían realizado y habían sido invitados todos los doctores y enfermeras de la zona. Candy se sintió contenta de conocer y convivir con tantos colegas de medicina y juntos recibir el nuevo año. De pronto, divisó una cara conocida a lo lejos. Era Flamy, quien permanecía de pie al lado de un joven médico. Candy corrió a saludar a su vieja amiga a quien tanto admiraba. Flamy se sintió sorprendida al ver a Candy, pero no pudo ocultar su emoción y alegría de volverla a ver.
Candy le compartió a Flamy que había sido por ella por quien Candy había decidido enlistarse como enfermera de guerra. Flamy se sintió honrada, y bajó la cabeza. Después de un pequeño silencio, Flamy, a su estilo rudo y frío, le pidió perdón a Candy por haber sido tan dura con ella en el colegio de Mary Jane y en el hospital Santa Juana. Le contó que unos meses después de su partida a Francia, había recibido un paquete de su familia, donde la mamá de Flamy le contaba que había sabido de su decisión de ir a la guerra, por Candy. Candy se sentía muy contenta por su amiga Flamy.
Entonces, Flamy llamó al joven médico para presentárselo a Candy. “Doctor Michael!” gritó Candy, sorprendida y feliz de ver a su colega que había conocido en casa de los Andrey. “Hola Candy!”. El doctor Michael le contó a Candy todas las experiencias que habían tenido en la guerra, y también lo valiosa que había sido la ayuda de Flamy, pues habían estado trabajando juntos. Candy se sentía feliz de verlos trabajar juntos. Y así, esa noche recibieron el año nuevo todos los colegas de medicina.
Los días fríos siguieron pasando. Los pacientes necesitaban constante ánimo, ahora más que nunca. Candy aprovecharía los últimos días de su estancia en Escocia, pues el lapso de tiempo había terminado y debía regresar a Londres.
Fue en una tarde de descanso cuando Candy se sentó al lado de la chimenea, junto con Clynn, a leer su última correspondencia. Le había llegado una carta de Albert y no podía esperar más para leerla.
Candy comenzó a leer la carta donde Albert le contaba sus últimas experiencias trabajando en el hospital africano con sus amigos. Ella se sentía muy contenta por él, hasta que leyó una frase que la conmovió demasiado donde Albert le contaba cómo había pasado su Año Nuevo con una compañera de trabajo: “Ella es tan especial, Candy. Me ayuda bastante en el hospital. Ella también me ha hablado de ti. Trataré de ser paciente para platicarte todo hasta que nos veamos de nuevo”. Candy no sabía realmente de quién estaba hablando Albert, pero se imaginaba que se trataba de una chica linda que algún día había conocido, y que ahora trabajaba al lado de Albert. “…es tan especial”… Albert, qué quisiste decir? ¿Quién es aquella chica especial?”
Los pensamientos de Candy trataban de averiguar y de imaginar a esa joven especial de la que tanto hablaba Albert. Se sentía confundida. Siempre había visto a Albert como su fiel amigo y hermano. Y ahora más que nunca, sabiendo que ambos pertenecían a la misma familia. Pero ahora, no podía comprender por qué se sentía un poco celosa por él. Albert, en cambio, siempre había visto a Candy como su hermana menor; y siempre había estado dispuesto a protegerla, aún contra los deseos de sus tutores.
Pero Candy se sigue preguntando: “Albert, qué quisiste decir?”  


*127*
¡Adiós, Guerra!”

El periodo de servicio de Candy había terminado en el hospital de rehabilitación en Escocia, y Candy estaba lista para regresar a Londres, donde la esperaban  buenas noticias.
Candy y su compañera enfermera regresaron a Londres, donde el doctor a cargo, les notificó que un barco civil estaba a punto de partir hacia América. Él quería que las enfermeras que habían ido a ayudar desde América abordaran ese barco para cuidar de algunos heridos que regresaban a su patria natal. A Candy se le iluminó el rostro. Estaba tan emocionada de regresar a su amada y quieta América, para no estar más tiempo en esa cruel guerra. Había experimentado la guerra durante tres meses ya.
A principios de febrero, Candy y otras enfermeras fueron ubicadas en los camarotes especiales de soldados de guerra. Durante los primeros días de viaje, Candy se dedicó fielmente a asistir a los soldados que regresaban a su patria. Se sentía tan contenta y emocionada de regresar a casa. No podía esperar ver de nuevo a la srita. Pony y a la hna. María; a Archie y Annie, y ahora, ver a Paty y a Stear de nuevo juntos. Pero se preguntaba cuándo volvería a ver a Albert… Sonaba tan emocionado y tan contento en su última carta. Candy quería pasar una semana entera con él, platicando sobre su verdadera identidad y sobre la nueva amistad de Albert. Pero se inquietaba al no tener noticias precisas de su fiel amigo. “¿Qué será de él? ¿Cómo le habrá afectado la guerra? ¿Quién será su amiga especial?”
Una fría noche brumosa, Candy salió a la baranda. Faltaban pocos días para llegar al puerto de Nueva York. Recordó aquella noche en la que había visto a Terry por primera vez y que lo había confundido con su querido Anthony. “¡Terry…! …¿Se habrá re-encontrado con su madre? ¿Qué habrá sido de su padre en Londres?...”
Sumida en sus pensamientos, sus lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Los tiempos habían cambiado demasiado. Todos sus amigos se encontraban en América. Albert, en la lejana África. En medio de la cruel guerra, parecía que no habría esperanza ni fin. Hacía más de un año, y hasta ese momento, no había vuelto a ver a Terry ni había tenido noticias de él. “Terry, ¿dónde estás”? Los pensamientos de Candy transcurrían mientras sus ojos divisaban el bello horizonte del océano. 

 
*128*
Se vuelve a escuchar la canción de Terry

Candy se encontraba sumida en sus pensamientos, sintiendo nostalgia por tiempos mejores, mientras sus lágrimas salían de sus ojos. De pronto, una profunda, tierna y conocida voz, la llamó: “¿Por qué lloras, Tarzán Pecoso…?” Candy volteó repentinamente e incrédula, divisó la figura elegante de su querido Terry. “¡Es Terry! ¡Es Terry!” Candy se sorprendió de ver la figura de Terry tras de ella. Emocionada, se quedó mirándolo, sorprendida de haberlo encontrado en ese mismo lugar. El momento de silencio se prolongaba… era un momento único donde dos corazones se reencontraban al fin y donde no existían las palabras… Candy no podía creer que su amigo Terry se encontrara allí, con ella, en ese preciso barco.
Por su parte, Ferry, rompiendo el silencio, le extendió un pañuelo, mientras le decía que se veía más linda cuando reía que cuando lloraba. Candy no podía dar crédito a lo que sus ojos veían ni a lo que sus oídos escuchaban. Y aunque Terry permanecía ecuánime, también estaba sorprendido de ver a su querida amiga en aquel barco. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido. Parecía que el tiempo se había regresado a aquel momento emotivo en donde se habían visto por última vez, despidiéndose para siempre.
“¡Terry no ha cambiado nada!  …Terry…!”  
Después de un breve silencio, Terry por fin pronunció algunas palabras: “Dime, Candy, ¿qué haces aquí?” Candy le contó a Terry lo último que había vivido y el por qué de encontrarse en ese barco, de regreso a América. Terry, conmovido, elogió a Candy por su valentía. “Candy. Te envidio por tu valentía y arrebato hacia lo que deseas. Siempre fuiste así”. …Terry piensa para sus adentros. “No has cambiado nada, Candy…”
En ese preciso instante, se escuchó un estruendoso ruido: ¡El barco había sido bombardeado! Terry corrió rápidamente a abrazar a Candy mientras gritaba su nombre: “CUIDADO, CANDY!”- “¡TERRY!”. Terry jaló con todas sus fuerzas a Candy hacia dentro del barco; pues la baranda se había colapsado. Pero el esfuerzo de Terry solo pudo lograr que Candy no cayera al agua por un poquito. Candy quedó suspendida, colgada de la débil baranda que estaba a punto de romperse por completo para caer al helado océano; y Candy estaba a punto de caer junto con ella. Candy, desesperada y asustada, gritó con todas sus fuerzas el nombre de Terry, por auxilio: “¡TERRY, TERRY! AYÚDAME, TERRY!”. Terry, que había quedado suspendido, aferrándose a las barandas, y con su otro brazo, sosteniendo a Candy, reaccionó rápidamente al llamado de su Candy, haciendo un doble esfuerzo por salvarla. “¡Dame tu mano, Candy! ¡Sujétate fuerte! Voy a jalarte hacia arriba!”- “¡TERRY!”, clamaba Candy. “¡Vamos, Candy, tú puedes hacerlo. Nadie mejor que tú sabe trepar. Nadie te gana a ti, Candy. Vamos, no te asustes, aquí estoy yo. Confía en mí, Candy, Vamos!”- Terry animaba a Candy, mientras ésta subía de nuevo al barco, con la ayuda de su Terry.
Así, Terry logró subir a Candy de nuevo al barco bombardeado. Jadeando y arrastrándose a un lugar más seguro, Terry  protegía a Candy, quien temblaba de miedo. Tirados en el piso, llegaron a un lugar más estable. Candy, que permanecía aún en brazos de Terry, quien la protegía del escombro y del peligro; pensaba en lo valiente que había sido Terry en salvarla. Si no hubiera sido por él, Candy hubiera caído al agua, o hubiera muerto.  “¡Terry…!” “Candy, ¿estás bien?” Terry preocupado, le preguntó a su amiga. Candy atinó decir que se encontraba bien, y le dio las gracias de todo su corazón. Se sentía tan conmovida, que las lágrimas comenzaron a rodar. “Terry me salvó la vida, Terry me salvó la vida..!  ¡Gracias, Terry!”. Candy estuvo a punto de caer al agua. Pero Terry la había salvado del horrible peligro.
Terry entonces la ayudó a levantarse y la encaminó con cuidado al camarote de las enfermeras. El barco se mecía de un lado a otro, y la gente, alborotada y asustada corría y gritaba por todo el barco. “¿Estarás bien, Candy?” – “Seguro que sí, Terry. Gracias”. Terry miró fijamente a Candy. Había tantas cosas que decir. Pero repentinamente, como si Terry se hubiera acordado de algo importante, se dio la vuelta y corrió en dirección opuesta, desapareciendo. “¡Debo irme!”
El barco era un total caos, y por ello, a Candy no le sorprendió que Terry se fuera. Ella, por su parte, corrió a su área a cuidar y a ver a los soldados. La alarma del barco sonaba a todo volumen, alterando a toda la tripulación. El barco se ladeaba de lado a lado con gran violencia, mientras las personas corrían y gritaban desesperadas por auxilio. Todos pedían ayuda… todo era un caos. Candy hizo lo posible por mantener la calma y pensar rápido, pues sus pacientes corrían peligro.
Después de algunos breves momentos, el capitán avisó a la tripulación que pronto llegaría otro barco a su rescate, y por mientras, pidió que todos se relajaran y retomaran la calma. Candy y las enfermeras velaban por los pacientes, pero el corazón de Candy estaba alterado. No sabía qué había pasado con  Terry; no sabía exactamente por qué había desaparecido tan de pronto; y menos se imaginaba el por qué de haberlo encontrarlo en ese preciso barco.
En medio del caos de la tripulación, Candy y las enfermeras hicieron un excelente trabajo atendiendo a los heridos. Cuando Candy vio finalmente la oportunidad, decidió ir en busca de Terry. Recorrió todos los pisos del barco llamándolo, pero Terry no respondió. ¿Dónde estaría Terry? ¿Por qué había desaparecido tan repentinamente?


*129*
Adiós otra vez

Candy se encontraba buscando a Terry en medio del alborotado barco bombardeado. De pronto, alguien la agarró por el brazo, gritando su nombre y jalándola. “¡CANDY!”. Era Terry, a quien se le veía demasiado alarmado. Candy miró a su alrededor y se dio cuenta que el camarote de Terry se había colapsado por la bomba.  Terry le pidió ayuda para remover el escombro y así ayudar a Susana, que se encontraba debajo de él. “SUSANA!” Rápidamente, Candy llamó por ayuda y todos cooperaron para ayudar a Susana, quien había perdido la conciencia por tan tremendo golpe.
Finalmente Susana fue rescatada y llevada al camarote donde Candy y las demás enfermeras atendían a los pacientes de guerra. Entre todo el alboroto, ni Terry ni Candy se pronunciaban palabras… simplemente intercambiaban miradas. Pero los dos comprendían muy bien su actual realidad. Candy le notificó a Terry que no se preocupara por Susana, pues ella la cuidaría bien. Terry le quería agradecer, pero Candy se dio la vuelta, dejándolo solo. “Candy… no has cambiado nada. Siempre te preocupas por los demás…  Candy. Eres toda una enfermera. Gracias, Candy…”
A la mañana siguiente, fueron despertados por el barco de ayuda que había llegado. Uno por uno, los pasajeros fueron subidos al barco de rescate. Candy no se despegó ni un instante de Susana, quien no mostraba ninguna señal de recuperación. El doctor del barco había revisado a Susana, diagnosticando un profundo coma del cual no podía asegurar cuánto tiempo duraría.
Ya en su nueva ubicación, Candy siguió al cuidado de Susana. Terry también se quedó al lado de Susana, pero permaneció callado, al igual que Candy. Parecía que Terry finalmente había aprendido a amar a Susana, por que no se despegaba ni un instante de ella. Candy se sentía contenta por Susana. Teniendo a Terry a su lado superaría todo lo que viniera. Por su lado, Terry constantemente pensaba en Candy mientras la observaba trabajar tan concentrada, como toda una enfermera. Nunca la había visto tan alerta y cariñosa. Era una estupenda chica. Parecía que Candy había aprendido a sobrellevar sus problemas y salir adelante. Terry se sentía contento por Albert, pues sabía muy bien que Candy y él seguían siendo muy buenos amigos. Teniendo a Candy a su lado, Albert sería muy feliz.
Al día siguiente, mientras Candy regresaba de revisar a sus otros pacientes, y caminaba por el pasillo del barco, encaminándose al camarote de Susana, escuchó la armónica de Terry. La canción que Terry le había tocado a Candy cuando ésta había sido encerrada en el cuarto de castigo del colegio San Pablo. Candy recordó cuánto ánimo había recibido por parte de Terry aquella noche. Aquella última noche que habían pasado juntos en Inglaterra…
Candy abrió la puerta del camarote y se encontró a Terry al lado de Susana, tocando su armónica. Simplemente se miraron, y Candy siguió atendiendo a Susana, quien no había respondido al tratamiento. Por fin, Terry se atrevió a pronunciar algunas palabras: “Sigues con Albert, ¿verdad, Candy? Los vi en una foto del periódico que salió por la presentación del tío abuelo Andrey”. “¿Eh? Sí. Pero Albert está ahora en África. Sólo mantenemos correspondencia”. Candy tenía tantas cosas de que hablar con Terry. Tenía tantas ganas de contarle sobre su verdadera identidad, pero constantemente recordaba las palabras de Albert: “Espera. Ya habrá tiempo para revelarlo, Candy”.
Candy, que tenía curiosidad, le preguntó a Terry: “Dime, Terry… ¿por qué estás en este barco?”. Terry le contó entonces a Candy, que él y la compañía de teatro Straford habían viajado a Escocia a hacer algunas representaciones de teatro, pero que Susana lo había seguido porque no había querido dejarlo solo. Así que, Terry había tomado a Susana para regresarla a América, pues corría mucho peligro en Europa. Fue entonces que Terry había visto a Candy aquella noche, en el barco; mientras Susana descansaba. “Entonces es cierto que Terry sí vela por Susana. Terry, me alegro por ti. Estoy segura que Susana pronto se recuperará y podrán seguir juntos…” Pensaba Candy.
En ese instante fueron interrumpidos por la campana de alarma del barco. Habían llegado finalmente a América, al puerto de Nueva York. Todos estaban tan emocionados que se hizo un gran alboroto en el barco. Candy corrió a su ubicación en el área de enfermeras y ayudó a todos los pacientes a bajar del barco. Cuando finalmente terminó, fue al camarote de Susana, pero ésta ya no estaba. Corrió hacia el muelle, donde alcanzó a divisar a lo lejos a Terry subiendo a un carruaje, con Susana en sus brazos. “Adiós Terry, adiós de nuevo. Espero que Susana se recupere y que algún día nos volvamos a ver… Hasta  pronto, Terry…”. Sus lágrimas salieron una vez más, despidiéndose impotente, una vez más, de su querido Terry.



*130*
Dulce descanso en Hogar de Pony

“Madre, ¿estás diciendo que no vamos a ir a la boda?”– “Sí, querida. Ahora, no discutas más”. La señora Leagan ya estaba exasperada de que sus hijos no entendieran que el sr. Leagan estaba tan ocupado en sus negocios, que no les iba a ser posible asistir a la gran boda de Stear y Paty en Chicago. Parecía que la situación económica de los Leagan no era tan buena como había sido al principio, pues la familia gastaba en tantas frivolidades, que el sr. Leagan tenía muchas deudas ya a causa de los lujosos y largos viajes que su familia hacía, y por la mala administración. Eso había hecho que éste perdiera su buena salud, y se encontrara en una muy avanzada tuberculosis. Pero la enfermedad de su padre, no les importaba a los hijos Leagan. “¿Escuchaste, Neil, que Candy recién llegó de la guerra?” – “¡Sí! ¡De seguro, asistirá a la boda!”. Neil y Elisa refunfuñaban de envidia y coraje. Pero esta vez, no pudieron hacer nada más, que atufarse y resignarse de vuelta en Texas, sin poder viajar a Chicago.
Por su parte, Candy regresó al hospital de Mary Jane, a quien le dio los saludos de Flamy y el reporte de lo hecho en Londres y Escocia. Mary Jane, entonces, le dio un permiso de regresar al hogar de Pony y tomarse un tiempo de descanso.
Candy tuvo mucho tiempo para descansar en el hogar de Pony. No cesaba de platicarles las grandes aventuras que había vivido en la vieja Inglaterra y de la gran felicidad de haberse re-encontrado con su amigo Stear y Flamy. Pero decidió no hablar nada sobre el reencuentro con Terry. Terry estaba con Susana y sería en vano hablar de él y crearse nuevas esperanzas. Simplemente era imposible volver a estar junto a Terry. En cambio, escribió muchas cartas a sus amigos, notificándoles que había regresado de Europa y que sería muy grato verlos de nuevo.
Por su parte, la srita. Pony y la hna. María le contaron a Candy de la boda de Tom y Dorothy. A Candy le hubiera encantado haber estado en esa boda. Así, pues, decidió ir a visitarlos a su rancho, acompañada por Jimmy, quien ya era un experto cowboy. Cuando Candy llegó con Tom y Dorothy, éstos la recibieron con tanta alegría, que organizaron un rodeo para celebrar. Candy se sentía tan contenta de ver a Tom y a Dorothy tan felices juntos. Ella también anhelaba estar como ellos y tener a alguien a su lado. …alguien como Albert, o como Terry. Pero Albert era solo un amigo, y Terry ya se había ido. Él ya tenía una vida con Susana…
Cuando el rodeo terminó, Candy y Jimmy regresaron al hogar de Pony. La hna. María la recibió con una grata noticia: una carta de Chicago. Era una invitación muy bonita de parte de Stear y Paty: su boda. Candy rió de felicidad y trepó al árbol del padre, junto con su fiel Clynn. Estaba tan contenta de que, a pesar de su ausencia, sus amigos hubieran podido reencontrarse y reconstruir sus vidas juntos.
Recordó a cada uno de sus amigos, anhelando verlos algún día otra vez. “Tom y Dorothy; Archie y Annie; Paty y Stear… Todos eran tan felices. Recordó el atentado contra el barco, y cómo Terry la había salvado. “Terry…!”  Pero ahora, Terry estaba con Susana. ¿Cómo estará Susana? ¿Dónde estarán ahora?...” Sus pensamientos siguieron divagando, hasta recordar a su amigo Albert y sus extrañas palabras en su última carta: “Ella es tan especial, Candy. Y ella también te conoce. No puedo esperar a estar contigo y platicar juntos”. “Albert… ¿cómo estás? ¿Quién es esa persona?”


*131*
Una extraña coincidencia

La fecha tan esperada por fin llegó. Candy fue despedida en la estación de ferrocarril por todo el hogar de Pony, pues después de la boda en Chicago, Candy regresaría de inmediato al hospital de Mary Jane.  Candy se sentía triste por dejar una vez más su hogar, pero también estaba emocionada y expectante por la boda de sus amigos. Se preguntaba si Albert estaría allí como cabeza de la familia Andrey. Tenía tantas ganas de verlo y platicar con él. Hablar de tantas cosas, como de su verdadera identidad, del re-encuentro con Terry, y de la nueva amistad de Albert.
Archie, Annie, Stear y Paty recogieron a Candy en la estación. Candy estaba tan contenta de verlos otra vez, y por supuesto, de ver a Paty tan contenta al lado de Stear, quien recibió a Candy con bromas e inventos nuevos. Juntos pasaron una tarde maravillosa cerca del lago Michigan, recordando los viejos tiempos en Escocia, cuando paseaban juntos en los botes, remando. Por su parte, a Archie y a Annie les había asentado muy bien el matrimonio. Archie se veía tan enamorado de Annie, y siempre la protegía. Nunca hacía algo sin consultar a Annie. Y Annie se veía más segura y más feliz que nunca al lado de Archie.
Stear y Archie le contaron a Candy que habían  invitado a Albert para la boda de Stear y Paty, pero que éste no había respondido. Candy se sintió un poco preocupada y triste por él. Pero Candy conocía a Albert y sabía que pronto tendrían noticias de él. También le contaron que los Leagan tenían problemas económicos y que no podrían viajar desde Texas a Chicago, para la boda. “¡Pobre Elisa y Neil! Tanto que han luchado por el nivel social, y ahora ellos son los que ya casi no tienen nada”, exclamó Stear…El tiempo corrió y finalmente llegó el momento de la esperada boda.
Candy lucía un hermoso vestido, pues había sido elegida por segunda vez, como dama de honor. Cuando llegaron al templo principal de Chicago, cual fue la sorpresa para Candy al encontrarse con su amigo Albert, quien lucía un hermoso traje oscuro y daba la bienvenida a los invitados desde la puerta principal de entrada, junto a su asistente George. “¡Hola Candy!”- “¡Albert!”- Candy estaba tan emocionada, que lloró mientras abrazaba a Albert. “Pero Candy, no tienes por qué llorar. Hay tantas cosas por qué estar alegres y agradecidos”- Albert consoló a Candy. – “Candy. Quisiera hablar contigo antes de que se acabe este día. Pero primero, ven conmigo. Quisiera que veas a la persona de la que tanto te platiqué. Ella te recuerda bien. Ven”. – “¡Albert!”. El corazón de Candy latía rápidamente. No tenía idea de quién era la chica de la que tanto había hablado Albert en sus cartas.
Albert llevó a Candy a un lugar apartado. Y ahí, de entre las sombras, surgió una figura hermosa y alta. Era una bella mujer con cara y mirada tierna que Candy trataba de reconocer. “Mi fiel amiga Candy, te presento a la doctora Kelly”. El rostro de Candy se iluminó. ¡La doctora Kelly! ¡Es la doctora Kelly! Se le veía tan diferente sin su uniforme de doctora.
“¡Hola Candy! Albert me ha hablado mucho de ti. Y ahora confirmo que sí eres la misma chica alegre que conocí en las minas”. Candy no podía creer ni entender cómo Albert se había hecho amigo de la doctora Kelly y que hubieran trabajado juntos en el hospital de África. Sin embargo, Candy recordó que la doctora Kelly era muy temeraria y valiente.
Albert le contó a Candy que la doctora Kelly había sido una ayuda indispensable en todo el trabajo en África. Le contó que la había conocido por medio del hermano de Kelly, Arthur, amante de los animales, una vez que Candy los había ayudado a escapar de las minas. –“¿Te acuerdas, Candy? Tú nos ayudaste a escapar, y luego, yo acompañé a mi hermano a África. Ahí conocimos a Albert y desde entonces, hemos trabajado juntos” – añadió la doctora Kelly.
Candy no lo podía creer. Albert se veía tan contento al lado de la doctora Kelly, y ésta, por su parte, se veía tan hermosa y tan feliz al lado de Albert. Los pensamientos de Candy fueron interrumpidos por la llamada de Archie, anunciándoles que la boda estaba a punto de comenzar. Paty lucía un hermoso vestido blanco y Stear estaba más nervioso que en toda su vida. Candy, rodeada de tantos amigos y emociones, se sentía extraña. No sabía qué pensar, aunque se sentía feliz de estar ahí.


*132*
La expectación del dulce porvenir

El pobrecito Stear era animado constantemente por Candy y por Archie, quienes permanecían de pie, a su lado. Se encontraba totalmente nervioso, más que cuando había volando su avión de guerra que había sido derrumbado. Pero todos los nervios se disiparon cuando la música comenzó a sonar  y divisó a  Paty, quien lucía un elegante vestido blanco. Paty caminó lentamente por el pasillo, hacia él. Stear y Paty se unieron finalmente, y Candy solamente pensaba en la inmensa felicidad de Paty al re-encontrarse con su amor que había creído perdido para siempre.
Durante el baile de la recepción, Albert dio algunas palabras a los recién casados. Después, Albert llevó a Candy al jardín de la mansión, pues quería platicar con ella. Albert necesitaba saber cómo estaba Candy y qué pensaba sobre su “nueva” identidad. Candy le contó que le había sorprendido mucho, pero que con el tiempo ya lo había aceptado y acostumbrado. Era lindo poder pertenecer a una familia legal y biológicamente. Albert le contó a Candy que desde el día que habían dejado a Candy en el hogar de Pony, él siempre había sentido responsabilidad por ella. Pero nunca pudo ir a visitarla por la enfermedad de la mamá de Anthony y porque la tía abuela Elroy siempre se había opuesto a ello. Esa había sido una de las causas por las que nunca había estado de acuerdo con la tía abuela Elroy. Añadió también que cuando finalmente se había animado ir a visitar a Candy, había sido la primera vez que se habían visto en la Colina de Pony.
Candy se sentía tan alegre de pertenecer a la familia de Albert. Entonces, Albert continuó: “Candy, ¿estás preparada para que la sociedad conozca tu verdadera identidad?” Candy permaneció callada, y luego contestó: “Albert, te debo confesar que tenía muchas ganas de platicarle a Annie y a Terry sobre mi verdadera identidad, pero siempre recordé tus palabras de esperar el tiempo preciso”. – “¿TERRY?”- Albert interrumpió a Candy, sorprendido de que hablara de Terry. Candy, un poco apenada, le platicó sobre su re-encuentro con Terry en el barco. Albert se mostró callado y reservado. Pero continuó la plática: “Candy, debes saber que Terry escogió vivir con Susana. Candy, cuando trabajabas en la clínica, Terry vino a Chicago a buscarte. Él comprendió que jamás te volvería a ver, y se hundió hasta el fondo. Me lo encontré confundido y borracho. Terry sufría mucho sin ti. Pero lo llevé a donde trabajabas tú, y fue por ti que su ánimo se renovó y decidió volver con Susana y a la vida de teatro”. Candy, sorprendida de saber que Terry había ido a buscarla a Chicago después de su cruel despedida en Brodway, pensaba: “Terry estuvo en Chicago! Terry estuvo en Chicago! Me vio, pero decidió irse por amor a Susana! Terry…!”.
Albert continuó, recordándole la promesa que habían hecho tiempo atrás, de que él siempre estaría allí para protegerla. Y era por eso mismo que no quería que Candy se ilusionara de nuevo con Terry, pues él ya había decidido seguir su vida al lado de Susana. “Sí, Albert. Entiendo”. Candy asentía seriamente a las palabras de Albert. “Fue por eso que Terry se preocupó tanto por Susana y se fue rápido del muelle, para atender a Susana, pues realmente la ama…” Candy también aceptaba que Terry jamás volvería a su lado.
Así que, Albert, para animarla un poco, le dijo que ella podía hablar sobre su verdadera identidad con quien quisiese. De todos modos, Candy era una hija legal Andrey y nadie podría hacer nada en contra. Albert se encargaría de informarle a la sociedad sobre la verdadera identidad de Candy. Después, Albert continuó: “Ahora, mi querida amiga Candy, quisiera hablarte sobre una decisión que he tomado”. Candy sonrió atentamente y esperó que su amigo le contara. Albert entonces le dijo que durante su estancia en África se había enamorado de la doctora Kelly, y que por tal motivo, había dejado de escribirle a Candy durante todo ese tiempo. Había tantos proyectos por realizar juntos en los hospitales de África, que habían decidido casarse. Y lo harían dentro de un par de meses.
Candy quedó en completo asombro. No podía creer lo que su amigo y fiel Albert le había dicho. Albert se casaría con la doctora Kelly. Era por eso que Albert había estado tan extraño durante las últimas cartas y conversaciones con Candy. Esas frases referentes a esa persona especial, que tanto mencionaba Albert en sus cartas, se referían a la mujer de los sueños de Albert. Su amigo estaba enamorado, enamorado de la doctora Kelly.
Candy comenzó a llorar y Albert quiso consolarla, pero Candy le dijo que se sentía muy feliz por él y por la doctora Kelly. Le dijo que Kelly sería muy privilegiada de tenerlo a él tan cerca, como esposo. Le deseaba toda la felicidad y éxito en África y en todas sus empresas. Candy le agradeció a su amigo una vez más por su incondicional cuidado y amistad, y le dijo que nunca lo olvidaría. Que si no hubiera sido por él, Candy jamás hubiera podido vivir tantas experiencias de las que había aprendido tanto. Albert la abrazó y finalmente le recordó que ella siempre sería su niña de la colina a quien siempre protegería y cuidaría no solo como miembro de la familia Andrey, sino como su mejor amiga.
Así, después de la fiesta, Candy se despidió de sus amigos queridos para retirarse una vez más hacia el hospital de Mary Jane. “Adiós, Annie y Archie. Adiós, Stear y Paty, que sean muy felices. Adiós, mi querido Albert y doctora Kelly... Que sean muy felices… adiós… adiós…” El corazón de Candy se preguntaba qué nuevas experiencias le traería el porvenir. Se preguntaba si algún día llegaría a estar con alguien que amara realmente… Albert había encontrado a la mujer de su vida. ¿Y ella? ¿Cuándo encontraría al hombre de su vida? Candy aguardaba expectante por saber lo que pasaría en el futuro, aunque sentía un poco de tristeza y nostalgia por su re-encuentro con Terry…


*133*
De nuevo en Chicago

La primavera había llegado y el sol alumbraba el ambiente como hermosos rayos de esperanza. Candy trabajaba arduamente en el hospital de Mary Jane. Fue un día asoleado cuando Candy había ido a la ciudad a hacerle algunos mandados a la srita. Mary Jane cuando pasó por el puesto de revistas y periódicos, divisando una noticia que la impactó. Su fotografía estaba impresa en el periódico y la noticia decía: “Se confirma que la srita. Candice White Andrey, la hija adoptiva de la familia Andrey, es realmente hija biológica de la familia Andrey. Su madre fue la fallecida señora y actriz Mariana Candice Andrey”. Albert había hecho pública la verdadera identidad de Candy. No podía imaginar las caras de asombro de sus amigos cuando lo supieran, y también, el enojo que causaría en Elisa y Neil al saber que Candy sí pertenecía a la familia Andrey. Candy rió para sus adentros, compró el periódico, y siguió su camino.
Mientras tanto, en la hacienda de Texas, una puerta se abrió de golpe mientras Neil entraba corriendo a la pequeña sala donde se encontraban su madre y su hermana. “¡Lean la nueva noticia del periódico!”. Con asombro, la sra. Leagan comenzó a leer la noticia sobre la verdadera identidad de Candy. “¿Candy? ¿Hija de …los Andrey? ¡No puede ser! ¡No puede ser!”, Elisa gritaba de coraje. La noticia impactó tanto las mentes entenebrecidas de los Leagan, que pronto organizaron un viaje a Chicago, a pesar de los pocos fondos que tenían. “¡Neil! ¿Sigues enamorado de Candy, no es así?”, preguntó la sra. Leagan con aprensión. “…sí, madre..”, respondió Neil, abochornado. “¡Vamos, Elisa, hay mucho que hacer!”. La gran oportunidad había llegado. Si Neil no se casaba con Candy ahora, perderían su nivel económico y social, pues los negocios en Texas estaban por irse a la quiebra, además, que la salud del señor Leagan cada vez empeoraba más…
Sin sospechar siquiera los planes que tramaban los Leagan, Candy leía con asombro otro de los artículos del periódico, sobre la obra “Antonio y Cleopatra”, de William Shakespeare, que se presentaría en la ciudad de Chicago, interpretada por Eleanor Backer. “Eleanor Backer, la mamá de Terry…¿Cómo estará?”
Cuando Candy llegó al hospital, siguió con sus labores, olvidando el periódico en la sala del hospital. Pronto, todo el hospital se enteró de la verdadera identidad de la enfermera Candy y todos hablaban al respecto. Y como debe de suponerse, Mary Jane llamó a Candy a su oficina. Cuando Candy entró a la oficina de Mary Jane, se encontró con Albert. “¡Hola Candy!”. Y Mary Jane comenzó: “Candy, nos hemos enterado de tu verdadera identidad. Y te debo informar que el presidente de la familia Andrey ha dado órdenes de que todos los hospitales te reciban para que tú puedas trabajar”. Mary Jane le preguntó a Candy si ella quería seguir trabajando ahí, o si quería regresar al hospital Santa Juana, en Chicago, donde se encontraba la mayor parte de la familia Andrey y donde estaría al cuidado de su tutor, el sr. William Andrey. Albert también le comentó que él se sentiría más seguro si Candy aceptaba trabajar en Chicago, pues ahí estaría acompañada por Stear y Archie. Era una gran oportunidad para Candy el ir a Chicago, pues estaría cerca de todos sus amigos, y ya no se sentiría tan sola cuando Albert se casara y se fuera a África.
Así que, después de pensarlo un momento, Candy decidió irse a Chicago, dándole las gracias a Mary Jane. Para asombro de Candy, Mary Jane, con lágrimas en los ojos, le agradeció a su “torpe ángel blanco” todo su trabajo y actitud que había mostrado desde el día que había entrado al colegio. Candy, agradecida también por todo lo que había hecho Mary Jane, la abrazó y se fue.
Albert y Candy viajaron hacia Chicago esa misma noche. Candy se sentía tan contenta. Albert le comentó a Candy que había alquilado el mismo departamento en el que habían vivido hacía tiempo atrás, para Candy. Cuando llegaron al departamento, Candy saludó con gusto al arrendador. Subieron las escaleras, y Albert abrió la puerta, dejando a Candy entrar primero. “¡SORPRESA!” Stear, Archie, Annie y Paty, y la doctora Kelly se encontraban ahí, festejando a Candy. “¡Candy! Estamos tan orgullosas de ti!” –dijo Paty. “Candy, estoy tan contenta por ti. Eres una Andrey realmente, Candy!”- le dijo Annie. “¡Candy!”, gritó Stear. “¡Candy! Eres nuestra prima, Candy. Quién lo hubiera imaginado! Candy!” Stear y Archie abrazaban a Candy con mucho gusto.
Esa velada platicaron, bailaron y rieron juntos. Albert invitó a todos sus amigos a pasar algunos días en la mansión de Lakewood después de su boda: montarían a caballo, nadarían en el lago, y pasarían un tiempo especial todos juntos para hacer sentir bien a Candy. Albert siempre se preocupaba por Candy y sabía que si pasaba un tiempo especial con sus amigos, Candy se sentiría mejor. Emocionados, todos aceptaron con gusto. Candy se sentía tan contenta estando con sus amigos de vuelta en Chicago. Con ellos, no se sentiría sola cuando Albert se casara y se fuera de nuevo a África. Sólo faltaban unos cuantos días más para la boda de Albert, y todos se sentían emocionados y agradecidos de que Candy estuviera ahí, con ellos.


*134*
La boda del presidente Andrey

Un muchacho de grandes ojos azules observaba la bella mañana a través de la ventana del hospital mientras se preguntaba cuándo terminaría aquella penosa situación. De pronto, un quejido espantó sus profundos pensamientos. Como el alma que velaba noche y día por la paciente, rápidamente volteó para revisar los primeros y débiles movimientos del pálido rostro que días atrás había estado sumergido en profundo coma. “¿Susana?”, llamó dulcemente. Los ojos de Susana se abrieron poco a poco, divisando los tiernos ojos azules de su Terry. “¡Terry…!” Una lágrima cayó por la mejilla tibia de Susana, mientras se incorporaba. Tomó aliento, y con una angustiada y débil voz, le preguntó: “Terry… ¿fue Candy, verdad? ¿Fue Candy la que me atendió, verdad?”, Susana inquirió. Sorprendido de las primeras palabras de Susana, y de que ésta pudiera recordar, respondió con un delatante y simple, “sí”. “¡Terry…!, ¡No, Terry, por favor…!” Susana comenzó a llorar y a suplicar…

En el hospital en Chicago, los pocos días antes de la boda de Albert transcurrieron rápido para Candy. Había estado tan ocupada trabajando diligentemente día y noche con los pacientes del hospital Santa Juana. Sus amigos la visitaron de vez en cuando, contándole cómo iban los planes para la boda de Albert y Kelly. Candy se sentía feliz por él, pero un vago sentimiento de tristeza y desilusión corría por su ser al recordar las imágenes de sus amigos tan contentos, al lado de sus cónyuges. Ese mes de mayo Candy cumpliría 18 años ya.
El día de la boda de Albert por fin llegó. Stear y Archie fueron a recoger a Candy.  Irían a Lakewood, donde se llevaría a cabo la boda. “¿Sabías, Candy, que Albert hizo anunciar su boda en el periódico, pero no puso el nombre de Kelly?”, le preguntó Stear. “Pero, ¿por qué haría eso Albert?” preguntó Candy. – “¡Querrá hacerlo más interesante!”, contestó Archie. “Además, Candy, debes de estar muy contenta y agradecida”, dijo Stear. -“¿Por qué?”- “Porque los Leagan decidieron no asistir a la boda”, dijo Archie riendo de felicidad. “Parece que el sr. Leagan se encuentra muy enfermo; pero a pesar de eso, sabemos que Elisa, Neil, y su madre, planearon unas vacaciones en esta ciudad… Esperaremos que nos dejen en paz” – concluyó Stear. Pero Candy se preguntaba, con un poco de preocupación, sobre el estado del sr. Leagan, que alguna vez había sido bueno con ella. “¿Será por su situación económica, que los Leagan han decidido no asistir a la boda de Albert? ¿Por qué abandonan al sr. Leagan, ahora que está enfermo?”
Cuando llegaron a Lakewood, observaron que Albert había hecho que una gran multitud de invitados y curiosos llenaran la mansión Lakewood. Todos querían enterarse de la boda del presidente de los Andrey. George, el asistente de Albert, condujo a Candy a una habitación para escoger un lindo vestido, en donde Paty y Annie ya la esperaban. Candy se sentía tan contenta. “Te ves hermosa, Candy!”, decía Annie “Ojalá y Terry estuviera aquí, para que viera lo hermosa que te ves”. – “No, Annie. Terry ha escogido estar con Susana. Él ya tiene una vida sin mí. Ya he olvidado a Terry”. Contestó Candy. “Lo siento, Candy”, dijo Annie, apenada. Pero Candy pensaba: “Sí, Terry. He tratado de olvidarte… pero no puedo. Ojalá estuvieras aquí. Terry…!”
De pronto, Paty divisó un hermoso sobre encima de la cómoda. “¡Mira, Candy! ¡Es para ti!”, se lo extendió a Candy. Ésta, lo tomó expectante, y lo abrió. Era una hermosa invitación de la Parroquia San José de Chicago, la cual, requería su presencia para una ceremonia que se llevaría a cabo al día siguiente. “No dice quién es la familia anfitriona, Candy”, observó Paty. “No, pero me imagino que será de alguna familia de los Andrey. No importa. Mañana iré y lo averiguaré”. Como si se tratara de un asunto simple, Candy guardó la invitación, y las tres chicas bajaron a unirse a la fiesta.
Candy se paseaba por los jardines de  las rosas mientras los invitados llegaban. La Prensa acorraló a Candy y la entrevistó, fotografiándola y haciéndole preguntas sobre su verdadera identidad. Candy contestaba amablemente, al mismo tiempo que observaba a la tía Elroy de lejos, dando sus puntos de vista a la Prensa sobre lo amable y cariñosa que era Candy. Candy no se sorprendía. Sabía que la tía Elroy no dejaría que la familia Andrey tuviera mala reputación delante de la sociedad. Con el tiempo aprenderían a aceptarse mutuamente. Candy siguió saludando y dando entrevistas, sintiéndose un poco apenada, aunque era divertido ver cómo la gente siempre buscaba el estatus, más que el carácter de las personas.
Finalmente, la boda se llevó a cabo, sellándose con un tierno beso entre Albert y Kelly. Había sido una boda espléndida al son de las gaitas y adornada bellamente con las blancas rosas “dulce candy”. Candy no podía dejar de llorar de felicidad. Veía tan alegre a su amigo. Y al ver también a sus amigos casados, tan alegres y felices, era una gran emoción para ella.
Durante la recepción, mientras todos bailaban con sus respectivas parejas, Candy salió al jardín de las rosas. Recordaba cada uno de los momentos que había vivido con Anthony, en aquel jardín, mientras miraba la rosa dulce Candy, cultivada por Anthony. Después, recordó a su príncipe de la colina, que en ese preciso momento celebraba su boda con Kelly. Sus pensamientos siguieron recorriendo todos aquellos momentos felices en el hogar de Pony con Jimmy, con John, el sr. Marsh, el sr. Cartwright; Tom y Dorothy. Recordó su penoso viaje a México con el sr. García, pero también recordó a las lindas personas que conoció, y el heroico salvamento por George, mandado por Albert. Su mente recordó también los tiempos aquellos del colegio San Pablo, con la hna. Grey, con Paty y Annie; con Archie y Stear, y con Terry. Recordó el primer viaje de regreso a América, donde se había escabullido junto con Cookie en el barco. Recordó la amabilidad del capitán, de su hija Sandra y de los demás marineros. Recordó los primeros días en la escuela de enfermería de Mary Jane y lo torpe que había sido al principio, pero la paciencia y enseñanza que recibió de Flamy y de Mary Jane.
Recordó también los días que vivió en el hospital de santa Juana, y el tiempo que vivió con Albert, ayudándole a devolverle su memoria. Agradecía también el privilegio de ser hija de los Andrey y por tener papás. Y, finalmente, recordó su reciente viaje a la vieja Europa, víctima de la guerra; viaje que había servido para que Candy se re-encontrara con dos viejos amigos: Stear y Terry. Agradecía al cielo por tantas experiencias vividas, mientras sus lágrimas recorrían su rostro. Sacó el pañuelo que le había prestado Terry en el barco, el cual, tenía bordadas sus iniciales: “T.G”. “Terry! Si tan sólo estuvieras aquí..! Sólo faltas tú…!”
De pronto, una voz femenina se escuchó desde el gran salón, seguida por un escándalo de multitud: “Es Terry Granchester! El famoso actor de Broadway!”


*135*
El jardín de los recuerdos y re-encuentros

El corazón de Candy palpitaba aceleradamente. ¿Sería cierto que Terry se encontraba en aquél lugar? Candy volteó rápidamente y divisó la figura elegante y alta de Terry. Sus ojos grandes y azules la miraban tiernamente desde el portal de las rosas. Había estado ahí parado, mirándola. De repente, todas las personas salieron a recibirlo, junto con la prensa. Toda la multitud rodeaba al actor, mientras Candy trataba de acercarse a él, sin éxito alguno.
Candy escuchó que la llamaban desde el gran salón. Era Albert, acompañado de su esposa Kelly. “Ven, Candy”. Candy acudió de prisa y llegó hasta Albert al mismo tiempo que Terry llegaba también. Albert hizo cesar el escándalo y pidió que la música continuara, pidiendo a la multitud que entrara al salón y gozara de la fiesta. Entonces, se volteó con Candy y le explicó: “Candy, publiqué mi compromiso en el periódico después de haber anunciado tu verdadera identidad. Lo hice a propósito, para que Terry lo viera y viniera. ¡Y funcionó!” Terry rió tiernamente. Candy se sentía dichosa al tenerlo enfrente de ella. “Terry. Estás contento, estás aquí. Terry… Terry…!”
Albert se condujo a Terry y le dijo: “Querido amigo, quisiera que te quedaras esta noche aquí en la mansión de Lakewood y pasaras un tiempo aquí con todos nosotros. Sé que estás pasando por momentos difíciles, y creo que te animaría pasar el día de mañana con tus amigos. ¿Qué dices, Terry? ¿Aceptas?”. – Terry se veía conmovido. Candy no sabía exactamente por qué Terry pasaba por momentos difíciles, pero igual que Albert, esperaba ansiosa la respuesta de Terry. “Albert, gracias amigo. Me encantará quedarme”. Aunque Terry le explicó que ya tenía hospedaje en un hotel, y que pasaría la noche en él, pero que prometía visitar a sus amigos y pasar el tiempo junto con ellos. Albert y Candy se emocionaron mucho, y Albert, tomando la mano de Terry, la unió con la de Candy. “Y ahora, mis queridos amigos, disfruten de la fiesta!”. Albert se retiró, y Terry sacó a bailar a Candy en medio de la pista. “Mi querida Julieta, gustas bailar con tu Romeo?” Terry preguntó con su tono bromista a Candy, quien accedió gustosa. Candy reconocía para sus adentros el gran esfuerzo que Terry hacía para mostrar felicidad. No sabía con exactitud la situación difícil que vivía Terry, pero apreciaba la amabilidad con la que Terry había llegado y se conducía en la fiesta, pues ella lo conocía y sabía que sufría internamente. En la pista ya se encontraban las otras parejas de sus amigos bailando también: Archie y Annie; Paty y Stear; Albert y Kelly. Y ahora, Candy y Terry.
Terry miraba fijamente a Candy, y ella tampoco podía dejar de verlo. Había tanto que hablar. ¿Qué estaba haciendo Terry ahí? ¿Qué había pasado con Susana? ¿Por qué Terry pasaba por momentos difíciles? ¿Qué pasaría en el futuro? Eso no importaba ahora. Candy bailaba en la mansión de los Andrey, en Lakewood, con el mismísimo Terry. Su amado Terry.
“¡Candy, Terry, vengan pronto!”, gritaron Annie y Stear. “¡Vengan, miren que lindo!” Terry y Candy se unieron a la multitud que había salido a la gran terraza a ver los juegos artificiales en el oscuro cielo azul. Albert había preparado toda una estupenda fiesta. Todos los invitados la disfrutaban, pero Albert se sentía aún más feliz porque Terry había acudido, y Candy estaba con él.
¡Qué momentos tan felices! Gratos recuerdos con todos mis amigos aquí. Albert es un hombre muy generoso, y estoy segura que la doctora Kelly será muy feliz a su lado. Stear y Paty se ven tan contentos juntos. Pareciera si llevaran años de matrimonio. Son tan graciosos juntos. Archie está tan enamorado de Annie, al igual que ella de él… Candy, parada al lado de Terry que no soltaba su mano, pensaba para sus adentros. ¡Terry! Aquí está el muchacho que una vez me amó. Oh, Terry… ¡soy tan dichosa! ¡Qué noche tan maravillosa!


*136*
Una velada inolvidable

Los invitados no tardaron mucho en abandonar la gran fiesta que el presidente de la familia Andrey había dado en honor a su boda con la doctora Kelly. Todos la habían disfrutado. Y como habían acordado, los amigos de Candy se quedarían en Lakewood a pasar un tiempo todos juntos. Mañana sería un día grandioso. Stear y Paty ya se habían acomodado en una de las habitaciones, al igual que Archie y Annie. Candy dormiría en su cuarto antiguo, donde lo había hecho cuando había vivido en la mansión. Albert y la doctora Kelly habían partido a Chicago, pues el barco zarparía del puerto de New York la tarde siguiente, a su viaje de bodas. Candy recordaba las últimas palabras que su amigo Albert le había dicho al despedirse: “Mi querida amiga Candy, prométeme que serás feliz. No olvides que eres una hija de los Andrey y que yo siempre estaré cerca para apoyarte. Sé fuerte, y no te entristezcas tan fácil”…
Terry se había estado paseando por el jardín de las rosas. Stear, Paty, Archie y Annie, dejaron que Candy se quedara con él, pues sabían que los dos necesitaban hablar. Así que, se retiraron, dejando solos a Terry y a Candy.
Fue así como Candy y Terry se encontraron en el jardín de las rosas, en medio de la noche. Había tanto de qué hablar. Terry le comentó a Candy que se había enterado de su verdadera identidad, pero que por muchas razones no había podido ir a verla, sino hasta que había visto el anuncio de la boda de Albert. Candy, que desde que había descubierto su pasado, cargaba el libro consigo, corrió a su habitación y bajó con el libro de genealogías en sus manos. Terry y Candy se sentaron en las escaleras de la entrada principal de la mansión, y entonces Candy le contó toda la historia que había descubierto y todo el apoyo que había recibido de Albert desde entonces. Terry, asombrado de ver la fotografía de la madre de Candy, y el relato de su vida, le dijo: “Candy, mi mamá acostumbraba hablar de sus compañeros actores. Recuerdo bien que ella siempre mencionaba el nombre de Ethan McKanzy. Si quieres saber más de él, podríamos ir a visitar a mi madre para que ella te cuente”. Candy no había pensado en que Eleanor Backer pudiera haber conocido a su padre. “¡Terry, quisiera ir! Llévame con tu madre para que me cuente de mi padre”. – “Iremos mañana, Candy. Eleanor Backer está protagonizando el papel de Cleopatra y mañana habrá una función en el teatro de Chicago. Podremos ir aunque no tengamos boletos. Las personas me conocen bien”. Candy se sentía tan feliz por la generosidad de Terry. Por fin conocería un poco más de su padre, que había sido un actor al igual que Eleanor y que Terry.
La plática continuaba fluida entre los dos sin darse cuenta que la noche avanzaba rápidamente. Candy le contó a Terry todo lo que había hecho desde que se habían despedido en Broadway; y luego, todo lo que había pasado en su vida. De pronto, Terry se puso de pie, y, de espaldas, le contó que, desembarcando aquel día que habían regresado de Europa, había llevado a Susana al hospital. Pero que su estado no había mejorado del todo y que hacía a penas tres semanas que Susana había fallecido.
“¡Susana!” “La tierna Susana, ¿muerta?” se preguntaba Candy, sintiéndose triste por Terry. “Una mañana despertó, pero después falleció a los pocos minutos…”, concluyó Terry. Las palabras de Susana se repetían constantes en su mente: “Terry,… perdona mi egoísmo… yo estoy muy enferma… y pronto voy a morir… Terry, estoy contenta de haber vivido mis últimos días contigo… ¡Terry…!”
Luego, tomando aire, Terry continuó su relato: “Candy, debo confesarte dos cosas: nunca me casé con ella. Desde que nos separamos tú y yo, siempre estuve a su lado, porque era mi deber como caballero inglés. Mas nunca dejé de pensar en ti. Un día comprendí que jamás te volvería a ver, y me hundí hasta el fondo. Fue cuando regresé a Chicago para buscarte, y en vez de eso, Albert me encontró totalmente borracho. Él me llevó a donde trabajabas tú, y fue por ti que mi ánimo se renovó y decidí volver con Susana y a la vida de teatro”.  Candy sabía de lo que hablaba Terry, pues Albert se lo había contado ya.
“…Susana nunca me cedió a ti. Ella me amaba profundamente, y yo aprendí a convivir con ella. Siempre pospusimos la boda hasta que se recuperara totalmente, y ella me acompañaba a todas mis representaciones. Pero su salud era muy débil y nunca estuvo bien del todo. Fue entonces que la compañía Straford fue contratada en los teatros de Inglaterra y Escocia para hacer representaciones y así levantar la moral de la gente, afectada por la guerra. Dejé a Susana en América, al cuidado de su madre, porque era muy peligroso para ella”.
Terry volteó a ver a Candy, quien tenía lágrimas en sus ojos. Terry continuó, confesándole la segunda cosa: “Candy. Si no hubiese sido por Susana, nunca te hubiera encontrado otra vez. La terquedad de Susana hizo que tú y yo nos reencontráramos en aquel barco”. “¡Terry!”, decía Candy. Y Terry continuó:  “Aunque sentí mucho la muerte de Susana, agradezco que ella haya sido la causante de nuestro re-encuentro, Candy”. Terry le dijo que no había tratado de buscar a Candy después de la muerte de Susana, pues sabía que Albert estaría con Candy, y ahora con mayor razón, porque Candy pertenecía a la familia Andrey. Pero que cuando hubo visto el anuncio de la boda de Albert, quiso asistir y enfrentarse finalmente, por amor a Candy.
El viento soplaba y comenzaba a hacer frío. Terry volteó a mirar a Candy, que lo veía fijamente. Dándose cuenta de la hora, Terry se sentó junto a Candy otra vez, y sacó su armónica que Candy le había regalado en el Colegio San Pablo. “¿Tocarás para mí, Terry?”, preguntó Candy. “Siempre la traigo conmigo, Candy, y la toco cuando quiero animarme”. Terry comenzó entonces a tocar su armónica, la dulce canción que acostumbraba interpretar tan particularmente. Mientras, Candy lo miraba tiernamente… 


*137*
En apuros

Terry y Candy se habían despedido casi en la madrugada. Habían pasado una velada maravillosa en el jardín de las rosas. Terry se había ido a su hotel, y llegaría al otro día a pasar el tiempo con sus amigos, pero sobre todo, con Candy. Ahora comprendía lo tanto que amaba a su “Tarzán pecoso”. Después de tanto tiempo de sufrimiento, Terry se sentía feliz. No veía la hora de llevarse a Candy consigo.
Candy fue despertada repentinamente, recordando aquella invitación a la parroquia San José, en Chicago. Nada más faltaba una hora para la cita. Pronto se levantó y vistió. Cuando salió de la casa, notó que sus amigos aún no habían despertado. Cuando llegó a la entrada de la mansión, se sorprendió al ver que un elegante carruaje la esperaba para llevarla a la Parroquia. Era tratada tan amablemente. “Saben que soy hija de los Andrey, jiji”, reía Candy para sus adentros. El carruaje la condujo hasta Chicago, deteniéndose con ceremoniosa pompa a las puertas de la Parroquia.
Por su parte, Albert y Kelly esperaban ansiosos la hora para viajar a New York y zarpar a su viaje de bodas cuando George, el asistente de Albert, llegó repentinamente, llamando aprensivamente a la puerta de Albert y Kelly. “Perdone, pero le llegó un telegrama de Texas”. Albert leyó detenidamente el telegrama de parte del sr. Leagan donde le informaba el estado financiero del banco de San Antonio, y la falta de capacidad para administrarlo. Le comentaba también sobre su avanzada tuberculosis; causas por las cuales su señora había tomado dicha decisión que afectaría directamente a Candy. Albert miró a George y a Kelly. “Debemos ir de inmediato a la Parroquia San José. Candy está en apuros”.
Mientras tanto, Annie tocó suavemente la puerta de la recámara de Paty y Stear. “Paty, ¿sabes dónde está Candy?”, Paty abrió la puerta, diciéndole que no sabía. Pronto, Annie, Archie, Paty y Stear, se dieron cuenta que Candy no estaba en la mansión de Lakewood. De pronto, se escuchó el claxon de un carro que tocaba en la puerta de entrada. Era Terry, que había llevado comida para todos. “¡Le prometí a Candy que algún día haríamos un picnic!”, dijo Terry, emocionado. Annie y Paty se miraron. “¿Ocurre algo?”, preguntó Terry al observar el poco ánimo de sus amigos. “Candy no está”, dijo Archie. Terry se enojó, pidiendo explicaciones. De pronto, Paty recordó aquella invitación que le había llegado a Candy el día anterior.
“Pero Paty, ¿por qué no nos dijiste?”, preguntó Stear, preocupado. “Pobre Candy. ¡Debe ser una trampa de esos tramposos de Elisa y Neil!”, juzgó Archie. “¡Debemos ir! ¡Esto no me gusta nada…!”, dijo Terry al momento que subía a su carro, encaminándose hacia Chicago. Las otras dos parejas también subieron al carro de Stear y fueron tras Terry.
Mientras tanto, Candy bajaba del carruaje, preguntándose cuál de las familias Andrey la había invitado a esa ceremonia tan elegante. Entró sigilosamente a la gran Parroquia, tratando de encontrar algún rostro amigo. “¡Hola, Candy!, bienvenida. Pasa por este lado”. Candy se sorprendió de ver a la sra. Leagan, que la saludaba tan cortésmente, aunque su tono de voz se escuchaba nervioso. “¡Señora Leagan!”. Candy la siguió hasta el altar, donde la esperaba un Padre, quien, a la señal de la sra. Leagan, preguntó a Candy: “srita. Candy White Andrey, acepta al señorito Neil Leagan como su fiel esposo?”- “¿QUÉ? ¿NEIL?”, Candy exclamó, sorprendida y asustada, mientras miraba que Neil aparecía por uno de los pasillos, acompañado por su hermana Elisa. “¡NEIL!, ¡ELISA! ¡No pueden hacerme esto! ¡No puedo creerlo!” Candy se dio la vuelta para escapar, al ver que sus eternos enemigos la habían engañado una vez más. Pero Neil la tomó por el brazo. “¡Espera, Candy!”
“¡Candy, acepta a Neil! es tu única oportunidad para que sigas permaneciendo a la familia Andrey”, insistió la sra. Leagan. -“¡NO! ¡JAMÁS! ¡Nunca seré esposa de este bruto! ¡Déjame ir, Neil! ¡Señora Leagan, no puedo creerlo!..” Candy luchaba por zafarse de las manos de Neil. “Candy, solamente tienes que decir que sí. Mi hermano te ama, vamos, Candy, ¡di que sí!”, dijo Elisa.
“¡Alto todo el mundo!”, gritó una gran voz desde la entrada de la Parroquia. Era el mismísimo Albert, acompañado por Kelly y George. “¡ALBERT!”, Candy gritó esperanzadamente. -“Candy no se casará con Neil Leagan. Yo no lo permitiré jamás!”, dijo Albert, quien sorprendió a Candy de verlo por primera vez en su vida, tan enojado.
“¡Pero Neil ama a Candy!, ¡Tienen que casarse!”, replicó Elisa enojada. - “¡CANDY!”- Terry, que había escuchado la última frase de Elisa, llegó corriendo hasta Candy, seguido por Archie, Stear, Annie y Paty. “¡TERRY!”, Candy corrió a encontrarse con Terry, refugiándose en sus brazos.
“¡TERRY! ¿Tú qué haces aquí?”, preguntó Elisa, sorprendida. “¡ESO NO TE IMPORTA, ELISA. Candy jamás se casará con un poco hombre como tu hermano. ¡Déjala en paz!” – “¡Sí, déjala en paz!”, Stear y Archie hicieron segunda a Terry, que estaba enfurecido.
Albert se dirigió a la sra. Leagan y le contó sobre el telegrama que había recibido de su esposo. Ésta solamente agachó la cabeza, escuchando la explicación de Albert y George. “Su esposo está muy grave, señora, y me temo que los negocios en Texas se han ido a bancarrota. Tienen que regresarse de inmediato ustedes tres”, explicó George. Pero al ver que sus planes eran frustrados, en su desesperación y coraje, Elisa, roja de coraje e impotencia, abrió su boca y comenzó a amenazar a Candy. “¡Candy, eres una cualquiera! ¡No tienes derecho de permanecer a la familia Andrey! ¡Nunca serás como nosotros! ¡Tú eres una pobre huérfana a la que la gente tiene lástima! ¡Tú eres…!”  –“¡Cállate, Elisa! Candy siempre pertenecerá a la familia Andrey!”- gritó Stear, “¡Sí! Aunque no te guste”, afirmó Archie, enojado. Pero Elisa continuó: “¿Qué no entiendes? ¡Albert y los demás te tienen lástima, por eso te mienten, porque tú no vales nada!”. Las palabras de Elisa hubieran sido silenciadas por el castigo que le iba a brindar Terry, pero alguien más se le adelantó para escarmentar a Elisa.
“¡BASTA, BASTA, CÁLLATE YA, ELISA!” – las palabras de Elisa fueron silenciadas por la gran bofetada que le brindó Annie, que temblaba de enojo. Todos se quedaron boquiabiertos al ver que Annie, la más tímida y vulnerable de todas, había sido la vengadora de tan terrible enemiga. “ANNIE!”, gritó la señora Leagan, incrédula de lo que había sido testigo, y queriendo defender a su hija.
“No, señora Leagan. Usted y sus hijos me tendrán que escuchar. No importa que Candy y yo hayamos sido criadas en el Hogar de Pony, pues hemos tenido una vida muy feliz, con educación y amor, cosas que usted nunca les dio a sus hijos. Yo siento lástima por ti, Elisa, pues nunca has tenido el corazón fuerte que tiene Candy para afrontar y sobrellevar sus problemas; problemas que en su mayoría, han sido ocasionados por ti. Tienes razón, Elisa. Candy nunca se podrá comparar a ti, ¡pues tú no eres ni la mitad de ella!...” Annie sentía estallar en su discurso. Quería seguir hablando y defendiendo a la chica que siempre lo hizo por ella, pero el llanto cortó su voz. Archie puso su mano sobre su hombro, consolándola.
Las palabras que acababa de escuchar Candy de su querida amiga Annie, la habían conmovido de tal manera, que no tenía palabras que pronunciar. Elisa también se había quedado muda, asombrada por la valentía y el amor que Annie le tenía a Candy.
“Vámonos ya. Si intentan cualquier otra cosa contra Candy, se las verán con las familias Andrey, y Granchester” Terry rompió el silencio. “¡¿ENTENDIERON?!”, con fuerza, Terry agarró a Neil y a Elisa por sus camisas. “¡Sí…!”, contestó Neil temeroso ante la amenaza de Terry. “¡Y también se las verán con las familias Britter y O’Brian!”, aportó Paty, quien no había pronunciado palabra, pero también quería defender a su amiga.
“Vamos, Terry, permítanme hablar con ellos”, dijo Albert, tratando de calmar las cosas. “Sí. Vámonos de aquí” dijo Archie. Terry tomó la mano de Candy para dirigirse a la salida. “Vamos, Candy, ve con ellos, al rato te veré”, Albert animó a su titubeante amiga. “¡Un momento! Sólo quiero decir algo”, se detuvo Candy. Y, volteando hacia sus eternos enemigos, dijo con amabilidad: “No sé por qué siempre me tuvieron tanto odio, señora Leagan, Neil,…Elisa. Pero les quiero decir que ya los he perdonado, y que si no hubiera sido por ustedes, nunca hubiera conocido a las personas que acaban de hablar por mí. He sufrido por culpa de ustedes, pero también he vivido experiencias felices” Y con lágrimas en los ojos, Candy prosiguió: “…espero que el señor Leagan no esté tan grave. La única persona de su familia que me hizo feliz. Adiós”. Candy se volteó, dejando boquiabiertos a los Leagan mientras éstos veían cómo Candy se alejaba de sus vidas, acompañada de los Andrey, de sus amigas, y de Terry. Albert se sentía orgulloso de ella. “¡Esa es Candy!” pensaba.
Cuando Candy y sus amigos llegaron de vuelta a Lakewood, el ambiente se había relajado lo suficiente como para reorganizar la diversión. Albert y Kelly llegaron momentos después, explicando que habían hablado con la sra. Leagan sobre su estado social y económico. “Albert, ¿qué pasará con los Leagan?”, preguntó Candy, preocupada. “No te preocupes, Candy. Regresarán a Texas para cuidar del sr. Leagan y les proporcionaré empleo a Neil y a Elisa. Así valorarán el trabajo de su padre y les ayudará a ser personas más agradecidas”, dijo Albert. Lo explicó de un modo tan práctico y amable, que el corazón de Candy se tranquilizó. Ella sabía que Albert no era vengativo como para haberles dado un peor castigo a los Leagan. “¡No me imagino a Elisa trabajando con sus manos como una costurera!”, exclamó con una gran sonrisa Stear, y todos soltaron a reír.
Aquella noche partirían Albert y Kelly hacia New York, de manera que se quedaron un rato más en Lakewood, en compañía de sus amigos. Todos se sentían tan contentos de tener a Candy entre ellos, tan feliz al lado de Terry. Todos disfrutaron del picnic. “Annie me sorprendió hoy. ¡Nunca la había visto tan enojada!”, repuso Paty con una sonrisa. “¡Vaya! ¡Hasta a mí me sorprendió!”, dijo Archie. Todos reían cuando Annie comenzó a hablar sobre lo mucho que quería a Candy. Se disculpó por haber sido una cobarde durante toda su vida, pero que había aprendido de Candy a ser fuerte. “¡Annie…!”, Candy suspiraba, orgullosa de escuchar a su amiga.
Después de comer, Terry les anunció que esa noche irían a la función de la obra “Antonio y Cleopatra” que se presentaría en Chicago. Todos acordaron que sería divertido asistir todos juntos a una obra de teatro. Y más contentos se pusieron Stear y Archie, pues verían a su actriz favorita interpretar una obra tan excelente.
Esa tarde, las tres parejas que alguna vez habían estado juntas en las praderas de la lejana Escocia, siguieron pasando el tiempo juntos, cabalgando y recorriendo los hermosos jardines de Lakewood; ahora, en compañía de su querido amigo Albert, y su esposa Kelly.
Terry y Candy se miraban constantemente. Parecía que su amor nunca hubiera muerto después de tanto tiempo de separación. Pero sin darse cuenta, se alejaron un poco del grupo. Candy se sentía tan dichosa de que Terry la hubiese defendido junto con sus demás amigos. Ella le contó a Terry lo tanto que amaba el campo. Le platicó de su habilidad para enlazar, y su gusto por los ranchos y animales. A Terry también le gustaba el campo, y siempre había disfrutado su estancia cuando se quedaba en la mansión Granchester, en Escocia, rodeada de rebaños y animales.
Después de cabalgar, despidieron a Albert y a Kelly, que partirían esa tarde a su viaje de bodas. La tarde era hermosa. La puesta de sol hacía que los rayos de sol fueran rosados y morados. Candy abrazó fuertemente a Albert. “¡Albert! ¿Cómo podré agradecerte por todo lo que has hecho por mí?” Albert se sentía tan satisfecho de ver a Candy tan contenta, que no necesitaba ninguna forma de agradecimiento. Le dijo que siempre estaría dispuesto a ayudarla, y la animó a que disfrutara de la vida que tenía todavía por delante. Se dirigió a Archie, Stear, Annie y Paty, dándoles las gracias por su apoyo y cuidado que habían tenido hacia Candy y hacia él. Y por último, se dirigió con su mejor amigo Terry, despidiéndose con estas palabras: “Mi querido amigo Terry, cuídala por mí”. Terry lo miró con sus grandes ojos azules, llenos de lágrimas, agradecido por el apoyo y confianza que Albert le brindaba. “¡…Adiós, amigos!, ¡ánimo!” ese era Albert, quien se alejaba poco a poco junto con Kelly…


*138*
¡La sangre de actriz corre por tus venas, Candy!

La noche de teatro había llegado. Terry se llevó a Candy en su carro, quien estaba emocionada porque vería de nuevo a la madre de Terry, aunque se sentía un poco nerviosa. ¿Cómo reaccionaría al saber que Candy era hija del famoso actor Ethan Mckanzy?
Terry se había vestido con su atuendo para pasar desapercibido. Ya era un actor famoso y no quería llamar la atención, pues quería dedicarles tiempo a sus amigos. Cuando llegaron al teatro, éste estaba abarrotado. Terry se encaminó a las puertas traseras del teatro, donde se encontraban las puertas de los camerinos; seguido por todos sus amigos. “Esto es tan emocionante y divertido, Terry”, dijo Candy. “Tengo miedo que nos descubran”, dijo Paty. “No te preocupes, Paty, si nos descubren, Terry sabrá que hacer”. Dijo Stear, calmando a Paty y a Annie.
Sigilosamente entraron por la puerta trasera, mientras Terry los dirigía a las escaleras que llevaban a los balcones principales. “Siéntense aquí, por favor. Iré a ver a Eleanor”. Todos se sentaron en uno de los balcones principales mientras toda la gente los miraba con recelo desde abajo. “Terry es muy amable en conseguirnos tan espléndidos lugares”, dijo Archie.
 “¡Miren! Las luces se apagan. Ya va a comenzar la función”, dijo Stear. Él y Archie estaban tan emocionados de ver a su actriz favorita actuar de Cleopatra. Pero de pronto, una luz los encandiló. “¿Qué hacen aquí ustedes? ¡Fuera! Nadie entra al teatro sin haber pagado antes o sin una invitación especial! ¡Fuera!” gritó el guardia del teatro. Pero repentinamente, se escuchó una voz de detrás: “¡Yo los invité!” Era el mismísimo Terry, pero ahora vestía un elegante traje con capa. El guardia reconoció de inmediato al famoso actor Terry Granchester, y se disculpó, dejando solo a Terry con sus invitados.
Todos disfrutaban atentos de la función. La actuación de Eleanor era asombrosa. Candy nunca la había visto actuar, y agradecía a Terry por aquella oportunidad, mientras Terry le explicaba a Candy lo que ocurría en la trama de la obra. Archie y Stear, fervientes admiradores de la actriz, se encontraban felices y emocionados de verla actuar. No podían esperar para que Terry se las presentara y así poder tener un autógrafo de su actriz favorita.
Cuando terminó la obra, todos siguieron a Terry al camerino de Eleanor Backer. Después de que Terry se las presentara a Archie y a Stear, que radiaban de alegría, ellos abandonaron el camerino para que Candy pudiera hablar con la famosa actriz.
“¡Hola Candy¡”  Eleanor Backer siempre se veía hermosa. Candy la saludó con mucho gusto, y después de platicar algunos momentos, Candy le comentó sobre su propósito de hablar con ella. “¿Ethan Mckanzy dices, Candy?” – “¡Sí, señora! Yo sé que fue hace mucho tiempo y que él ahora está muerto, pero por favor, trate de recordar lo que sea, y dígame, ¿cómo era él?”. Eleanor Backer se quedó impresionada. ¿Por qué a Candy se le veía tan aprensiva en conocer más de aquél hombre?
Candy escuchaba atentamente mientras Eleanor le contaba que Ethan Mckanzy había sido un muy buen actor y un muy buen hombre. Eleanor había participado en algunas obras de teatro junto con él, pero nunca le había ido mejor a Mckanzy que cuando decidió desarrollarse como productor. Ethan Mckanzy había sido un hombre muy aventurero, pero también había sido una persona que le gustaba ayudar a la gente. “Yo creo que eso de estar ayudándole a la gente pobre, lo heredó de su familia”, dijo Eleanor. “¿De su familia?”, preguntó Terry, quien se veía muy interesado. “Sí. Ethan provenía de una familia de médicos que se dedicaba a atender a las personas de los barrios más bajos de la ciudad de Nueva York. A Ethan también le gustaba ayudar a la gente, pero le gustaba más la actuación. Fue por eso que le pidió a su padre que lo dejara entrar a la escuela de actuación”. “¿Y su padre le dio permiso?”, preguntó Terry, intrigado. “Sí”.
Eleanor miró a Candy. “Dime Candy, ¿puedo saber por qué estás tan interesada en saber sobre este actor?”. Candy entonces le contó a Eleanor que ella era la hija ilegítima de Ethan Mckanzy y de Mariane Andrey. “¿De Ethan? ¿Ethan Mckanzy tuvo una hija? …¡entonces… fue cierto!” respondió Eleanor, un tanto alterada. Todo el mundo sabía que Ethan Mckanzy nunca había tenido familia y que se había dedicado a sus negocios por completo después de que su único amor, Mariane Andrey, se había alejado para siempre de él. Aunque siempre existió el rumor de que Ethan había tenido un descendiente ilegítimo, realmente nunca se había sabido su identidad. Eleanor estaba totalmente sorprendida. Nunca hubiera imaginado saber el pasado de su colega actor; pero era todavía más sorprendente que Candy fuera aquella hija ilegítima de la que tanto había rumores.
Candy le contó a Eleanor todo lo que había descubierto en el libro de genealogía de los Andrey. Eleanor se interesaba cada momento más en la vida de Candy. Le parecía una joven tan interesante, y ahora más, porque llevaba la actuación en su sangre. Candy. Siempre fuiste buena con mi hijo. Y ahora, además de llevar la compasión de tu madre, llevas en tu sangre, la pasión por la actuación, heredada de tu padre… Pensaba Eleanor mientras escuchaba atentamente el relato de Candy.
Después de haber platicado sobre el actor Ethan Mckanzy, Candy y Terry se despidieron de Eleanor Backer para seguir su camino. Eleanor fue muy amable. Terry es igual que ella…


*139*
Una propuesta inesperada

Stear y los otros ya se habían adelantado a Lakewood.  Mientras salían Terry y Candy del camerino de Eleanor Backer, los fans de Terry los rodearon. “¡Terry Granchester! ¡Terry Granchester!”, todos gritaban, tratando de llamar la atención del joven gran actor. Candy, abrumada y apretujada por la gente, no pudo permanecer sujeta al brazo de Terry, tropezando, y cayendo al suelo. “¡Terry!”, exclamó Candy. Terry se dio cuenta, y regresó para ayudarla. Cuando Candy miró los grandes ojos azules y la amable sonrisa en el rostro de su querido Terry que acudía en su ayuda, se sintió aliviada, mientras las flores rojas y los pétalos caían sobre ellos.
“Vamos, Candy. Sujétate bien”. Cuando se incorporaron, Terry se dirigió a la audiencia: “Discúlpenme. Pero mi dama y yo tenemos un compromiso muy importante y tenemos que partir”. Candy enrojeció y se sonrió, escuchando la manera como Terry se había referido de ella. “Pronto nos veremos. ¡Hasta entonces!” Terry comenzó a caminar entre la gente, pero ésta apretujaba cada vez más, que la mano de Candy se comenzó a soltar de nuevo. Terry entonces se detuvo, y cargó en sus brazos a Candy, quien se sorprendió de tal resolución que había tomado su amigo.
Por fin llegaron al auto de Terry, y éste bajó a Candy con mucha gentileza, introduciéndola al carro. “Terry es todo un caballero”, pensaba Candy. Los fanáticos del actor se quedaron boquiabiertos. “¿Quién podrá haber sido aquella joven pecosa que acompañaba al actor, y que éste, tan fervorosamente, cuidó?”, la gente se preguntaba…“Vamos, Candy. Pronto te acostumbrarás a esto. Vámonos de aquí”. “¿Me acostumbraré…?”, se preguntó Candy…
Ya oscurecía cuando Terry y Candy viajaban hacia Lakewood, en el carro de Terry. Después de un momento de silencio, Terry lo interrumpió: “¿Sabes Candy? Ahora sé porqué actúas tan bien como Tarzán pecoso!”. Los pensamientos de Candy fueron interrumpidos por la broma de Terry. “Candy, ¿Te acuerdas cuando te disfrazaste de Romeo y de Julieta y engañaste a la hna. Grey y a la mismísima Elisa? …Candy, llevas la actuación en tu sangre. Me alegro, Candy”. Candy no había pensado en eso. Mientras Terry conducía rápidamente de regreso, Candy observaba la fotografía que Eleanor le había regalado; fotografía de uno de los elencos de una obra de teatro, donde salía Ethan Mckanzy. Era un hombre alto y fornido. Sus ojos eran verdes también, pero su cabello no era rubio ni rizado, sino castaño y un poco desordenado. Su sonrisa… su sonrisa tierna y amable reflejaba su espíritu tierno y cooperador… Ya sabía porqué su madre Mariane se había enamorado de Ethan Mckanzy.
 “¿Sabes Candy? Deberíamos casarnos. Tendríamos una casa de campo donde tendríamos todo tipo de animales. Pero también, tú nos podrías ayudar de vez en cuando en la compañía de teatro como enfermera… ¡o como actriz! De todos modos, tú sabes actuar bien, Candy.” – “¡TERRY!”, lo que acababa de decir Terry, había sido muy sorpresivo para Candy. De pronto, Terry detuvo el coche por la carretera del lago Michigan. “Ven, Candy, baja”. Candy, preguntándose qué le pasaba a Terry, accedió a acompañarlo. Terry llevó a Candy al mirador donde se podía admirar el hermoso lago Michigan, alumbrado por la luz de la luna.
La suave brisa de verano se respiraba en el ambiente cálido y romántico. Terry miraba hacia el horizonte. “¿Qué dices, Candy?”, continuó Terry, volteando a ver a Candy con sus grandes ojos azules. –“¿Aceptarías casarte conmigo?” Las lágrimas comenzaron a salir de los ojos de Candy. No podía pensar, no podía hablar. Terry la abrazó. Con un tono ya no tan juguetón, le dijo que ahora no la dejaría ir jamás, y se culpó de no haberlo hecho antes, desde el primer momento que se habían reencontrado en la estación en Broadway. “Discúlpame por no haber luchado por ti, Candy...”  “¡Terry!, Terry!”
Terry volvió a mirar a Candy, quien estaba a punto de pronunciar palabra. “No digas nada, Candy. Este es el momento con el cual soñé... Desde el primer momento que te vi en aquella espesa niebla en el barco, te he querido. Te amo, y no pienso dejarte ir. Respóndeme, por favor, Candy. ¿Te casarías conmigo?” Candy miró a Terry. Ella sabía que Terry realmente amaba a Candy. Y ella… se había dado cuenta que nunca había dejado de amarlo. Sonrió, y, abrazando a su muchacho: “¡Sí, Terry! ¡Sí me casaría contigo!”

Terry cargó a Candy, mientras reían de felicidad. Nunca más la dejaría ir, y se encargaría de ella durante toda su vida. Terry había recuperado el corazón de Candy una vez más y estaba dispuesto a pelear por él. No la dejaría de nuevo sola. Terry estaría con Candy para siempre.


*140*
Fiesta blanca para Candy y Terry

“¡Candy, Candy, Candy, Candy!” John entró al cuarto, seguido por los demás niños, que buscaban desesperados a su hermana mayor. “¡Candy, Terry está aquí, Terry está aquí! ¡Apúrate!”. “¿Terry? ¡YUHUU!”, Candy salió corriendo del dormitorio para encontrarse con Terry, quien platicaba amablemente con la hna. María y la srita. Pony, montado en su Cleopatra blanca. “¡TERRY!” Candy salió saludando a Terry. “¡Hola, Candy! ¿Quieres dar un paseo?” Los niños, impresionados de tan elegante amigo de Candy, seguían con sus ojos a la joven pareja. “Vamos, Tarzán pecoso, ¡súbete!”, Terry subió a Candy de un jalón, mientras los niños reían al escuchar el tan atinado apodo. “¡TERRY GRANCHESTER! ¡Me las vas a pagar!” – “¡Vamos, Candy, no te enojes! ¡A galopar!”
“¡…Son una pareja tan linda!”, suspiró la srita. Pony. “Sí. A Candy se le ve tan contenta”. La hna. María y la srita. Pony organizaron una cena especial para cuando Candy y Terry regresaran. Ella había estado viviendo en el hogar de Pony desde que había regresado de la boda de Albert y Kelly, y a diario recibían la visita de Terry. “¡Vamos, niños! Todo tiene que estar listo para Candy y para su amigo Terry!”.
“¡Mira, Terry! ¡Mi colina de Pony!”, gritó Candy al pasar por la vieja colina. “¡Vayamos!”. Tanto Candy como Terry habían deseado estar juntos en aquellos lugares que eran tan especiales para Candy. Una vez que llegaron, se sentaron al pie del árbol del Padre a admirar la hermosa vista de la puesta del sol, reflejada en el brillante lago. “Ya había estado aquí, Candy. Pero deseaba estar contigo”, dijo Terry. “Recuerdo aquél día, Terry. Te fuiste tan rápido, que no tuve oportunidad de verte. El viento soplaba frío, y la tormenta de nieve no borró tus huellas, que animaron mi corazón…” – “..Candy…!”, exclamó Terry. Luego sacó su armónica de su bolsillo, y comenzó a tocar su canción. Candy, recargada en el hombro de Terry, pensaba en lo feliz que era. No podía esperar vivir junto a él para siempre.
“Pronto nos casaremos y viviremos felices tú y yo, Candy. Organizaremos picnics con nuestros amigos, llevaré a los niños del hogar de Pony a los estrenos de mis obras de teatro, y tú y yo siempre estaremos juntos”, decía Terry, mirando hacia el horizonte. Todo parecía un sueño hecho realidad. “Pero Terry, los niños del hogar de Pony no podrán viajar cada vez a Broadway” – “Por eso no te preocupes, Candy. Nosotros viviremos muy cerca de aquí”. – “¿Cerca? ¿Qué quieres decir, Terry?” – Terry la miró con un aire misterioso y juguetón.
“Ven, Candy”. Terry la subió de nuevo a su caballo, y galoparon hacia una mansión que Candy conocía muy bien: la mansión Lakewood. “Viviremos aquí, Candy, entre rosas y hermosos recuerdos”. “Terry, no juegues con eso. ¡Esta casa pertenece a la familia Andrey!”. “¡Es de nosotros, Candy!” – “¿Qué quieres decir?”, Candy preguntó, intrigada. Pero Terry continuó, explicando: “Albert se mudará a África, y cuando venga a América, se hospedará en su mansión de Chicago. Candy, ¡Albert nos regaló Lakewood!”, fueron las palabras de Terry, acompañadas por una extraña sonrisa. El rostro de Candy se iluminó, y no pudo hacer otra cosa mas que abrazar a Terry y reír de felicidad. “¡SÍ! ¡Albert es tan generoso!”… Unos breves momentos de silencio, y Candy añadió, mirando a su Terry: “Terry, soy tan feliz. A tu lado, no tendré nada que temer”.
El caballo trotaba lentamente mientras regresaban al anochecer al Hogar de Pony donde los esperaban con ansias, habiendo preparado una hermosa cena especial. Todos los niños salieron a recibir a la joven pareja, haciéndolos entrar al comedor. Cuando todos estuvieron sentados, la srita. Pony dijo: “Todos estamos muy contentos de tener al joven Terry Granchester aquí con nosotros. Todos los amigos de Candy son muy bienvenidos…”. Pero luego Terry la interrumpió: “srita. Pony, quisiera aprovechar este momento, para pedirle su aprobación para casarme con Candy!” Candy, que tomaba un poco de agua en ese momento, se atragantó, enrojeciéndose, sorprendida, de que su amigo hubiera escogido tal momento. “¡Terry! ¡Aquí no!”, rogó Candy. “Espera, Candy. Quiero escuchar su respuesta”, dijo Terry, decidido.
La srita. Pony y la hna. María también se sorprendieron, volteándose a ver al igual que los niños, que no dejaban de estar impresionados por tal caballero que los tenía boquiabiertos. Pero las hermanas se miraron entre sí, y miraron a Terry, que esperaba expectante su respuesta. “Sabemos que Candy te ama, y que tú la harás feliz. Pero ¿no deberías pedirle al señor Albert su aprobación?”, preguntó amablemente la srita. Pony. “Sí, después de todo, Candy es una chica Andrey”, añadió la hna. María.  “Él ya me la ha dado. Pero espero la suya también. Ustedes criaron a Candy, y les agradezco por ello”. La hna. María, y la srita. Pony se sintieron tan honradas, que dieron su aprobación con todo su corazón. La cena prosiguió entre risas, pláticas, anécdotas y miradas. Pronto llegaría el gran día…

Candy lucía una hermosa tiara de flores blancas sobre su cabeza. Caminaba lentamente acompañada del brazo de Albert. Se dirigían al pequeño portal de rosas blancas que habían instalado al lado del árbol del padre. La srita. Pony y la hna. María lloraban de felicidad, y a su lado estaba Mary Jane y algunas otras enfermeras, amigas de Candy. Los niños, algunos sentados en el pasto, y otros trepados al gran árbol, observaban impresionados a su hermosa hermana mayor.
Stear, Archie, Paty y Annie, quienes lucían hermosos y elegantes atuendos, le sonreían mientras Candy pasaba a su lado con su hermoso vestido blanco entallado. Tom y Dorothy también observaban desde los asientos a su querida amiga Candy, junto con Jimmy, el sr. Carlwright y Dayiana. La doctora Kelly, sentada al lado del asistente George, y de la tía abuela Elroy, se sentía tan feliz por Candy. Todos sus queridos amigos habían sido invitados a la fiesta. Algunos actores y actrices de la compañía Straford habían asistido también; pero también se veía a uno que otro marinero que miraba con felicidad a su amiga Candy. Candy miró a Eleanor Backer, quien le sonreía tiernamente. A su lado, un joven apuesto vestido de blanco y capa, miraba fijamente a Candy. Estaba totalmente enamorado de la que sería su futura esposa.
Así, rodeados de sus mejores amigos, Candy y Terry finalmente se casaron en el lugar favorito de Candy: la Colina de Pony; sellando su unión con un tierno beso de amor. Terry siempre la había amado, y nunca había dejado de hacerlo. Candy ahora era feliz en compañía de sus amigos y mamás; con el apoyo incondicional de su protector y benefactor, Albert. Candy se encontraba finalmente al lado de su amado amigo, y fiel, Terry Granchester, quien tenía muchos proyectos para realizar junto con su amada amiga, y esposa, Candice White Andrey.


FIN