Cariñoso Digesto de un testigo más que cercano...

Esta sección está dedicada a mi hermana Cess. Escribí esta historia en el año 2007, cuando mi hermana comenzó el capítulo más importante y romántico de la vida de cualquier mujer: el capítulo de ser esposa.
A mi hermana menor.





A mi querida hermana Cess,
a quien amo con todo mi corazón, y por quien escribo;
protagonista de tan hermoso relato del divino enlace de pacto de amor.

... y a mi otra querida hermana Priss,
de cuya indispensable presencia y compañía nos vimos privadas
durante el vínculo amoroso.

…y a mis dos apreciados y únicos hermanos,
quienes Dios trajo a complementar la vida de la familia Salazar
en tan precisos y determinados tiempos.

        …como también a mis queridos padres,
aquellos mentores sabios y amantes a quienes les debo tanto…
y a la abundante postre que vendrá y contemplará
los maravillosos hechos del Señor.
       


Así pues, dedico mi

Cariñoso digesto
De un testigo
Más que cercano…


Capítulo 1.
De las memorias de antaño, al flechazo “sin azúcar”.

Recuerdo que todo comenzó en el año 2005. Ya que he tenido el privilegio de tomar el lugar de testigo ocular y auditivo, cómplice secreta, alcahueta fraternal y confidente mutua durante todo este proceso-nudo-desenlace de la nueva pareja Herrera/Salazar, me tomaré la libertad ahora de plasmar mis más lejanos y primeros recuerdos, anécdotas memorables, cartas secretas, diarios confidenciales, convivios y pláticas mil que propiciaron la conexión de esta pareja y que he recopilado en este digesto; iniciándose exactamente en este preciso año.

Fue el mismo año cuando Cess y yo tuvimos las más chistosas aventuras en Portland, Oregon. También fue el mismo año que Cess obtuvo su VAIO sony. En ese año yo tomé un curso de primeros auxilios, y Cess comenzó su 6to cuatrimestre en ingeniería en sistemas. Fue el año cuando una terrible y grave apendicitis atacó a mamá. Ese mismo año fue cuando Pris y Mario quedaron embarazados por vez primera. En ese año comencé mi diplomado en Bioética, y Cess terminó su 7mo cuatrimestre en la escuela. Y ese mismo año fue cuando la familia Cárdenas acompañados por la familia López, nos visitaron una semana entera de octubre, pues venían huyendo del huracán Rita que azotaba sin consideración las húmedas tierras houstonianas, dejando a Harold solo, en Texas, a cargo de propiedades y pertenencias de la familia López. Sí… ahí exactamente “comenzó todo”. Y es a finales de este año, con la visita de nuestros amigos, donde comenzaré mi relato.

Recuerdo una tarde, de esas cuando solemos hacer sobremesa para reposar la comida mientras disfrutamos de anécdotas y cuentos ajenos contados con tanto entusiasmo por su productor, y que nos parecen amenos porque nos hacen reír y porque vienen acompañados de efectos de sonido y actuación, cuando Maria nos contaba uno de tantos cuentos que suele contar a sus espectadores. Bien tengo presente que su relato se trataba de la vez que su familia entera fue a conocer a Jairo, transportándose desde Colombia hasta los Estados Unidos, por la única razón que aquél se quería casar con Maria. Recuerdo que ella nos platicó de un viaje en particular que hicieron juntos a Miami, donde mencionó a su hermano. Lo único que recuerdo es que ella había mencionado a su hermano. No recuerdo nombre ni personalidad. Sólo una memoria del diálogo que su hermano había articulado durante una situación en particular, y un pequeño flashazo de su existencia… nada más.  

Un día, Cess se encontró viajando en el mismo carro donde se transportaban Wladi, Jairo y Gian Carlo. Fue ahí cuando Cess les contó su gusto y habilidad por la tecnología, las páginas web y la filmación. Desde entonces, cada vez que tenía oportunidad, Wladimir Cárdenas, el líder de la comunidad cristiana en Houston, nos pedía a Cess y a mí que pasáramos un tiempo en Houston, para ayudarles en filmaciones de conferencias y en la elaboración de la página web de la comunidad KTC. Pero nunca se dio esa oportunidad, o mejor dicho, fue hasta el tiempo que Dios así lo dispuso, que el deseo de colaborar con la comunidad de Houston fue activado en nosotras.

Los Cárdenas y López se embarcaron hacia el norte algunos días después, encontrando paz y quietud en sus casas después del huracán. Las semanas transcurrieron y llegó el mes de noviembre, cuando papá y mamá viajaron a un seminario a Houston, Texas. Los tres o cuatro días que pasaron ahí transcurrieron rápidamente. Papá y mamá regresaron llenos de emoción y activación, pues habían sido reveladas nuevas cosas a sus corazones… entre ellas, mamá había “revelado” una fotografía que le había tomado a Maria, a su hijo Sebastián, y a su dichoso hermano, que hasta ese entonces, había permanecido en el anonimato: Harold Herrera. “Cesia, si vieras qué muchacho tan más amable y atento! Y también le gustan las computadoras y ayuda ahí en el equipo de sonido, y todo!”, contaba mi mamá. Y luego, con un poco de timidez cuando quiere salir a relucir, concluyó: “me gustó para ti”. Cuando nosotras miramos la fotografía nos pareció que era un joven lindo. Solamente. Hasta ahí. Pero Cess se llevó el premio del broche de oro, cuando exclamó: “¡Ay, pero es colombiano! Yo no quiero casarme con un colombiano”. No era porque mi hermana fuera racista ni nada por el estilo… simplemente era porque en su mente siempre había existido la imagen de casarse con un mexicano. Mamá se dio por enterada, y por vencida, y hasta ahí llegó la conversación y cualquier intención de casamentera.

El año 2006 llegó al calendario por fin. Solamente Dios sabía cuál sería el proceso y la culminación que viviríamos de esos 365 días de aquel año tan excepcional. Fue el año de “los viajes”. Comenzamos el año con un viaje a Chapala. Después, a Tapalpa, a celebrar mi primer cuarto de siglo. En marzo Dios nos tuvo por dignos, y tuvimos el honor de recibir a nuestro primer retoño Mateo, quien vino a alegrarnos la vida.

En abril, toda la familia Salazar nos encausamos hacia el norte de la República para asistir a otro de los seminarios en la ciudad de Torreón. Este seminario tuvo algo inusual: la familia Cárdenas sufrió un accidente y tuvimos la oportunidad de ir a visitarlos a la ciudad de Saltillo, acompañados por los Valdés, por Lety, por los López, y por otras personas más. No tuvimos mucho tiempo de convivir con Jairo y Maria, pero el pequeño tiempo que los vimos, agradecimos a Dios por ello… sin mencionar el cuento de los “CHUCKS” de chocolate que Maria había llevado desde Houston para la familia Salazar, y que había guardado con tanto esmero en el congelador del edificio de Torreón para mantenerlos frescos y fríos para nosotros.

En Junio celebramos sorpresivamente –con una “fiesta sorpresa”- los 24 años de Cess. En Julio, Cess y yo tuvimos otra oportunidad de viajar juntas, y experimentamos las más escalofriantes y sureñas aventuras en Louisiana y Mississippi. En agosto, de nuevo tuvimos vacación en Chapala, disfrutando de los días de verano con la brisa de la hermosa laguna. En septiembre y octubre tuvimos oportunidad de pasar algunos días en el club, disfrutando de la naturaleza y amistad de las familias de la universidad EPDI. Ese mismo octubre viajamos de nuevo al norte del occidente mexicano, a la ciudad de Tepic, para celebrar la boda de una prima y tener las aventuras más extrañas y absurdas de todas.

En noviembre, papá, Mario y Fidel viajaron de nuevo a Torreón a otro seminario. Ese mismo mes tuvimos de nuevo la oportunidad de hospedar a la familia Cárdenas, que venían directo desde Torreón, a Guadalajara, a pasarse una semana entera. Es digno de mencionar algunas frases y guiones importantes que vienen a colación y que tuvieron lugar por estas fechas. Unas semanas antes de que tuviéramos la presencia de los Cárdenas en nuestra casa, Wladi nos había anunciado que Harold Herrera, el hermano de Maria, los acompañaría en su viaje a México, pues además de asistir al seminario, él quería conocer Guadalajara. Cuando Cess y yo escuchamos esa noticia, algo dentro de nosotras hizo que repeliéramos esa iniciativa. “¡Yo no quiero que venga ese muchacho!”, decía Cess constantemente. “Cess, y es que estoy segura que si viene, ¡se va a enamorar de nosotras! ¡Yo tampoco quiero que venga!”, modestamente le hacía segunda a mi hermana. Definitivamente no era el tiempo preciso de Dios, pues aunque hizo su trámite para obtener la visa mexicana, Harold no la obtuvo hasta tiempo después del viaje. Dos suspiros de alivio se escucharon en el fondo cuando Wladi nos anunció que Harold no había podido acompañarlos.

Finalmente llegó el particular mes de diciembre. ¡OH, mes de las revelaciones de las cosas ocultas! Diciembre de 2006 fue un mes que marcó nuestras vidas para siempre. Un mes de cambios, de culminación, de transición y de nuevas jornadas. A principios de mes, papá, Mario, Cess y yo, emprendimos el viaje más largo de la historia de 2006. Un viaje de casi 24 horas por tierra, desde la ciudad de Guadalajara, hasta Houston, Texas. Fue uno de los viajes más pesados, peligrosos, cansados, pero más divertidos que he tenido en toda mi vida. ¡Y vaya que yo he viajado! Nunca terminaría de contar mis experiencias foráneas como cuando fuimos a Chiapas, o cuando conocimos a la Primera Dama de Guatemala, o nuestro primer viaje a Houston como hermanas, o cuando conocí a un español en mi vuelo a Holanda, o en el viaje frustrado a Honduras por el huracán, o nuestra noche tenebrosa en la casa embrujada de Mississippi, o cuando se nos desvíelo la vieja camioneta en nuestro viaje a la sierra totonaca, o las memorias en la vieja Rumania, o las aventuras en Grecia y Bulgaria… ¡Pero esperen un minuto…! ¡Estas memorias no son acerca de mí! Regresemos al punto...

Esa tarde/noche llegamos cansados y hastiados del transporte vehicular y de los embrollos migratorios al edificio KTC donde el seminario se llevaba a cabo en la ciudad de Houston. Llegamos un poco tarde, pues las inmensas, traficadas y distanciadas carreteras de Houston nos habían hecho perder dos horas. Entramos silenciosa y sigilosamente al auditorio, que estaba lleno de personas que hasta entonces, eran desconocidas para nosotros. Nos sentamos en una de las mesas cercanas a la mesa del audio. Ernest King hablaba con firmeza. Willie traducía sincronizadamente. Maria y Yosleny estaban sentadas en la mesa de recepción, ocupadas en sus deberes, metidas y enajenadas en sus lap-tops. Jairo, atento y alerta a los problemas técnicos y resolviendo cada detalle a la perfección, se encontraba en la cabina trasera. La familia Cárdenas permanecía unida y sentada en una de las mesas traseras, atenta a las palabras de Ernest, haciendo nota de cada concepto nuevo. Wladi, que estaba sentado en una de las mesas de adelante volteaba por tiempos a ver a sus condiscípulos y mirarles la expresión de entendimiento.

Observando y mirando, mis ojos llegaron a la mesa del audio que quedaba directamente enfrente nuestro, de perfil; y pude definir entre los que estaban sentados, a Harold. Su perfil quedaba exactamente enfrente de nuestra vista. Él se dedicaba atentamente a mantener la conexión de audio, concentrado al 100% en su tarea. “Mira, Cess, ahí está Harold”. Le susurré a mi hermana. “Sí, ya lo vi”. El resto de la conferencia lo dedicamos a escuchar y escribir lo que Ernest declaraba traducido por Willie, y por supuesto, observar cada movimiento que Harold realizaba. ¡Es en este tipo de situaciones cuando doy gracias a Dios por ser mujer multitask! Cuando terminó la conferencia, los niños Cárdenas se acercaron a saludar, y las primeras palabras que me dirigió Tiffany fueron: “¿Ya conociste a Harold, el hermano de Maria?”, al mismo tiempo que lo señalaba con la mirada. Un poco molesta por su ingenua iniciativa, desvié mi mirada y le dije: “No, todavía no”, y cambiando la conversación, le mencioné a las personas que ya había conocido. Pronto nos despedimos y nos fuimos a descansar a la casa de la querida familia Trujillo.

El día siguiente, el viernes 8 de diciembre, fue un día excepcional, inevitable de mencionar en esta obra de arte literaria cuya intención es describir el primer romance y “flechazo” entre Harold y mi hermana Cess. Recuerdo bien que esa mañana hacía más frío de lo normal - la temperatura había bajado gradualmente. Cess y yo vestíamos ropa caliente: guantes, bufandas, calcetas gruesas y abrigos. Así pues, el clima provocaba al paladar algún gustito calientito, como un rico café…

Mientras papá y Mario se deleitaban con tan exquisitos aperitivos para desayuno que suele servir el equipo de cocina de KTC en sus eventos, Cess y yo aprovechamos para conectarnos con mamá y Pris, que esperaban ansiosas desde Guadalajara, noticias de nosotros. Inmersas en nuestra lap-tops, notamos la presencia de alguien en nuestra mesa, al mismo tiempo que escuchamos una voz varonil, firme y amable: “hola, yo soy Harold Herrera, mucho gusto”. Cess fue la primera en extenderle la mano y presentarse. Después, se dirigió hacia mí, y también le extendí la mano. Él dijo unas cuantas palabras de bienvenida, sonrió, nos dio algunas instrucciones de las tomas fotográficas que requerían como reporte de toda la conferencia, pues nos habían pedido ayuda, y luego se dio la vuelta, y se fue.

La impresión que causó Harold en nosotras dos fue particular. Hacía mucho tiempo que no presenciábamos la decencia y caballerosidad en muchachos solteros. Habíamos conocido finalmente a Harold Herrera. Un rato después, Harold se acercó de nuevo a nuestra mesa. Una vez más, muy amablemente nos pidió que les ayudáramos a tomar fotografías de las conferencias como registro. Nos mandó un formato de los requisitos de las fotos, y, ni tarda ni perezosa, Cess, como siempre, haciendo uso de su sarcasmo característico, comenzó a hacerle algunas bromas, que fueron muy bien tomadas por nuestra nueva camarada colombiana.

En ese instante, comenzó todo. Cada vez que Harold se despegaba de su asiento a atender algún detalle técnico con Jairo, las miradas de dos tapatías se posaban sobre él. Y cada vez que Cess se ponía de pie, yo la observaba desde mi lap-top, y después conectaba mi mirada hacia Harold, “¿qué reacción tendrá?”, me preguntaba seguidamente, queriendo descubrir algún vistazo revelador que saliera de sus ojos. Pero no encontraba nada… solamente sería cuestión de tiempo.

La mañana transcurría tranquilamente, creando expectación. Durante el siguiente receso aproveché en escribirle a mamá, que se encontraba al otro lado de la línea, mientras divisaba a Cess, que se había levantado por una taza de café. Cuál fue mi total atención cuando vi que Harold también se levantó y se dirigió a la mesa del café, e intercambió algunas palabras con mi hermana. Seguí escribiendo mientras esperaba a que ella regresara y me contara su experiencia en la mesa de refrigerio. Con una sonrisa triunfadora, llegó a susurrarme: “¡a él también le gusta el café sin azúcar!”. Mis ojos se abrieron mientras mi risa nerviosa opacaba las preguntas: “¿y qué más? ¿Qué te dijo?” Cess me contó cómo el gentil Harold le había ofrecido una taza de café, y cómo se había “alegrado” al descubrir que a su camarada tapatía también le gustaba el café sin azúcar: solito, puro… como debe de ser.
Constantemente nos preguntábamos Cess y yo: “¿qué edad tendrá? ¿Por qué no se habrá casado? ¿Cuáles serán sus planes?”... Pronto pondría a trabajar mis habilidades de casamentera, y la oportunidad de despejar mis dudas se presentó más pronto y más fácil de lo que yo hubiera imaginado: me levanté al baño y me encontré con Maria, Nely-Paty, y Luz Ángela, quienes libremente intercambiaban palabras y cuentos en el tocador femenino. Cess me alcanzó después, y como era de esperarse, nos quedamos platicando más de una hora después de que el comentario de Luz, nuestra anfitriona, nos activara: “¡muchachas! ¡No he tenido tiempo ni de platicar con ustedes!”

La plática comenzó desde nuestro sobrino nuevo, hasta las compras que queríamos adquirir en ese viaje. Después pasamos a temas más controversiales como la comida, ropa, familia, amistades… matrimonio. Y aquí es mi oportunidad para desligarme de toda responsabilidad de haber iniciado dicho tema, pues mi hermana y yo solamente apoyábamos los nuevos temas de conversación iniciados por la misma Maria. Al escribir esto, se me dibuja una sonrisa de satisfacción y de picardía, pues recuerdo bien que ella misma fue la que comenzó dicho tema mencionando la soltería de su hermano y todas las bromas y situaciones alrededor suyo por dicho estado civil. ¡No pudo haber sido más perfecto para obtener la información requerida, que proveniente de la misma hermana del susodicho!

Aprovechando que las cartas estaban puestas en la mesa, y aprovechando la amistad cercana de Maria y de Luz, le pregunté lo que me había estado intrigando esos últimos dos días de mi vida: “Oye Maria, pero… ¿Harold y Yosleny? ¿Por qué no se han casado?”. Yosleny era la única soltera casamentera de KTC. Era de nuestra edad, venezolana y exquisitamente hermosa y lista. Maria suspiró, como apoyando mi “iniciativa”, y me explicó la situación. “Harold y Yosleny siempre se han visto como hermanos, nada más. Harold dice que mejor va a comenzar el proceso para desarrollarse en la vida del apóstol Pablo (soltero) a vista de los resultados obtenidos hasta el día de hoy”, explicó juguetonamente. La plática siguió y siguió con más detalles y anécdotas interesantes por parte de Maria y Luz, despejándonos con lujo de detalles cada duda que habíamos tenido, y hasta las que nunca tuvimos. Finalmente concluimos nuestra sesión de impartición del baño-tocador femenino.

Regresando al gran salón donde el seminario se llevaba a cabo, Harold se acercó a Cess y le comentó que tendríamos una junta con Ernest King y con el equipo de edición al cual pertenecíamos nosotras. Luego, añadió juguetonamente: “…sí, ya sé que ustedes ya tuvieron su propia junta como de tres horas en el baño… porque se escuchaba desde aquí todo lo que estaban platicando”… El tiempo que restó del seminario durante ese día y el siguiente pasó rápidamente. Cada vez que teníamos oportunidad, Cess y yo observábamos cada movimiento de Harold y lo evaluábamos, haciendo anotaciones importantes en nuestra lista escondida de nuestro coeficiente femenino. En una ocasión que Jairo llamó a Cess al cuarto trasero para dialogar sobre la página web de KTC, Harold se levantó también y se unió al dúo ingeniero. Entre bromas y comentarios, Cess se preguntaba quedamente: “¿Por qué vino, si él no tiene nada qué ver con la elaboración de la página…?”  

Después nos reunieron a todo el equipo de edición para una junta importante sobre el trabajo de edición de audiovisuales. Como yo era la que tenía la cámara digital en mi poder, me di vuelo tomando fotos mientras Ernest y Maria daban algunas instrucciones. “¿Y qué pasaría si tomara algunas fotos de Cess y Harold, aprovechando ahora que están juntos? ¿Cómo se verían juntos?”, las brillantes ideas de las que soy dueña pasaban sin cesar por mi mente, de manera que me di la libertad de incluir en mi reporte algunas fotografías de las nuevas “camaradas”, sin que nadie lo notara…

Ese viaje a Houston marcó el rumbo de nuestras vidas. Así lo confirmé ayer por la noche cuando platicaba con mi hermana Cess y me comentaba asombrada que de alguna manera ella fue la causante de que papá decidiera ir al seminario en diciembre. “Fue hasta que decidí hacer la página para KTC y le dije a papá que quería ir a Houston para ayudarles con la edición de videos cuando papá buscó la manera de viajar y asistir al seminario”. Desde aquel lejano día, un año antes, Wladi nos había visualizado como parte del equipo, y ahora lo veíamos hecho una realidad. Yo también me sorprendía de las maravillas de las que somos testigos.

Esa última velada en Houston, antes de que emprendiéramos nuestro viaje de 24 horas hacia el occidente del continente, de regreso a casa, fue muy especial y acorde a los designios de Dios. Jay ("Yey") y Luz Ángela, nuestros atentos anfitriones igualmente colombianos, organizaron una carne asada en su hermosa y acogedora casa para el equipo KTC y para los que veníamos de Guadalajara. ¡Cómo disfrutamos de la tarde con nuestras nuevas amistades hispanas! Entre risas, bromas, gritos, sarcasmos y cuentos, Mario les platicó todo el proceso al que tuvo que ser sometido con papá y con la familia Salazar para finalmente casarse con Pris. ¡Todos estaban tan interesados y hacían preguntas y comentarios sobre aquella extraña y tan inusual forma que era el cortejo! Pero una persona en particular llamó mi atención por no participar tanto de las risas ni de las palabras: Harold. Él se había sentado a un lado mío, en el suelo, y se había dedicado a observar a cada una de las personas que nos encontrábamos allí, callado y silencioso como un guardián. Cuando alguien hacía alguna broma, él simplemente atinaba a sonreír, pero nunca abrió su boca para comentar sobre el tema, ni para preguntar, ni para seguir la broma. Simplemente observaba y pensaba silencioso desde su lugar…  La única frase que recuerdo de él durante el tiempo de plática, fue la que hizo como contestación a la broma de Maria, cuando ésta de nuevo sacó el chiste de que Harold se había consagrado a desarrollar la vida de Pablo. Harold contestó soñadoramente con una sonrisa, como tratando de defenderse: “No, todavía no”. Esa corta, pero segura respuesta, llamó mucho mi atención. Solamente Dios sabía lo que pasaba por su mente en aquellos tiempos divinos…

El viaje concluyó cuando mamá, Pris, Mateo, Beta y Sally salieron de la casa sobre la calle Bogotá (¿coincidencia?) a recibirnos después de que hubiéramos viajado más de 30 horas en aquel pequeño CHEVY lleno de bultos y maletas desde la ciudad de Houston, Tx, hasta Guadalajara, Jalisco. La comunicación y convivencia entre Cess y yo se había visto severamente quebrantada por la gran división que creó la sillita de bebé que habíamos adquirido para Mateo, y que se interponía entre las dos. Nos habíamos detenido en Saltillo una noche antes para descansar y por fin tuvimos tiempo de platicarnos nuestras impresiones del viaje aquella noche en el hotel. Fue así que llegamos a nuestra linda tierra, despojándonos entonces de tan incómodos paquetes que habíamos adquirido dos días antes, en el gran centro comercial outlet.

Las festividades decembrinas y el desahogo familiar pronto opacaron el optimismo que se había producido en Cess y en mí cuando fuimos invitadas a regresar a Houston a finales del mes para colaborar con la edición de las sesiones; pero también apagó cualquier empuje que hubo podido existir en el corazón con respecto a Harold, pues éste, al final de aquella dichosa velada, se le acercó a papá, y entre otras cosas, le dijo que a él “le interesaba aprender sobre el cortejo; que aunque no sabía nada sobre él, que quería estar cerca de papá para que él le enseñara”. Eso había despertado en papá y en Mario, y en especial, en nosotras dos, cierto interés por el muchacho. Pero a causa de los días de esparcimiento decembrino, la idea de viajar de nuevo a Houston a colaborar en la edición, no era muy atractiva en ese instante para las mentes limitadas de Cess y mía. Además, nuestras mentes estaban ocupadas en otros proyectos: dentro de los planes de la familia Salazar para ese tiempo, era el de encontrar una casa grande y cambiarnos lo antes posible para dejar la casa actual. La universidad EPDI acababa de pasar a la historia y Dios nos había movido a otra etapa de desarrollo. Cess estaba ocupada con el trabajo de diseño y programación en SIMAN, y yo, me encontraba terminando mi diplomado en Bioética, mientras disfrutaba de los días apacibles y flojos que las vacaciones siempre traen. Ciertamente desconocíamos por completo las intenciones que Dios tenía para este viaje esta vez.

Recuerdo con sonrojo que las recomendaciones de nuestros amigos y familiares fueron mil con respecto a no quedarnos más tiempo en Houston que lo ya acordado, que eran 17 días exactos. En nuestra percepción, la preocupación de papá y mamá no iba más allá que el no tenernos durante esos días, -al menos, eso creíamos- y por supuesto, el no estar cuando se hiciera la mudanza de la casa. Papá y mamá se habían encargado de advertirnos una y otra vez de dejar nuestra ropa, pertenencias y chucherías en orden, pues la posibilidad de que se hiciera la mudanza de casa sin nosotras, era grande.  “Vamos a regresar, ya lo verán”, “Vamos a estar aquí para cuando se cambien de casa”, “nada más vamos por dos semanas, ya nos veremos pronto”, repetíamos una y otra vez Cess y yo, tratando de tranquilizar y de dar confianza a nuestros papás y conocidos, que no dejaban de rogar que regresáramos pronto, pues nos extrañarían demasiado.


Capítulo 2.
El reencuentro en COMPUSA que llevó a las preguntas inquisidoras y a la tradición de otro café colombiano

Fue aquel día tan largo como la muralla China. Era el 26 de diciembre de 2006. En la madrugada, en el aeropuerto, mientras esperábamos nuestra hora de salida, tomamos algo de fruta, acompañada de un Starbucks, como si fuera un presagio de lo que caracterizaría la estancia en Houston: el preámbulo más perfecto de nuestro viaje. Nos encontramos con Ernesto Murguía y éste nos despidió junto a nuestros padres. “Todo saldrá bien, pronto vendremos y estaremos de nuevo juntos. No se preocupen por nosotras”, me despedía, tratando de dar ánimos a mamá. La última advertencia de nuestro amigo Ernesto nos hizo reír: “¡Y no quiero que se encuentren allá un galán! ¡Las quiero de regreso aquí!”.

Pronto nos encontramos en el avión. Los ánimos que habían estado muy relajados esos últimos días de vacaciones aún seguían pasivos. No nos imaginábamos de casualidad lo que estábamos a punto de vivir. Conversábamos Cess y yo que nos hubiera gustado quedarnos en Guadalajara a pasar el Año Nuevo junto con nuestra familia, disfrutando los días “flojos” de vacaciones. Pero teníamos un compromiso con KTC y queríamos cumplirlo y servir. No sabíamos exactamente cómo lo íbamos a hacer, ni lo que iríamos a experimentar durante nuestra estancia allá. Lo único que sabíamos, es que queríamos colaborar en todo ese trabajo, aunque nuestros corazones seguían en México.

Íbamos entradas en la plática, cuando Cess me preguntó, como recordando “algo” emocionante que nos encontraríamos en Houston: “¿tú te casarías con Harold?”. Me quedé pensando. Y luego, le respondí: “Tal vez. Por obediencia sería, no por otra cosa. En realidad no me gusta, aunque sé que es un hombre de verdad e íntegro: un perfecto esposo que encaja en nuestro ideal. Pero no me gusta. Si papá me dijera que me fijara en él, yo lo haría por obediencia, y sé que finalmente sería feliz con él. Pero si ahora me preguntas que si me casaría con él en este momento, mi respuesta es, no”. Luego yo le devolví la pregunta a mi hermana, quien asentía con un aire meditativo: “Yo sí me casaría con él. Me gustó mucho su forma de ser, y lo que veo es que si nos casamos, podríamos trabajar juntos en lo que nos gusta hacer. En realidad, no lo amo ni me gusta. Pero sí me llamó mucho la atención. Pero no me quiero hacer expectativas. Yo decidí guardarme, y así quiero permanecer. Tal vez no pase nada, y quiero estar tranquila todos estos días; haciendo lo que vine a hacer”.

 Llegamos Cess y yo a Houston, Texas la tarde del martes 26 de diciembre de 2006. Después de esperar dos eternas horas después que el avión hubo aterrizado, hasta enfilarnos en la larga hilera de emigrantes, mi pequeña hermana y yo fuimos atendidas por un oficial de migración joven y buen mozo que tenía lastimada la rodilla y que tuvo algunos accidentes tirando nuestras visas al suelo. Dicen por ahí que fueron los encantos tapatíos. Gracias a Dios, pudimos penetrar al país sin ningún percance, siendo recibidas con gran entusiasmo por Wladi y su hija Tiffany.  Entre otras actividades de aquel largo día, volamos en avión, comimos con la familia Cárdenas, platicamos largo y tendido con Yosleny, tuvimos una junta y adquirimos una lap-top.

Wladi nos había informado del programa planeado para ese día: esa tarde Yosleny nos recogería y nos llevaría a COMPUSA, a adquirir la lap-top para Cesia que se requería para el trabajo de edición; después, tendríamos una junta de trabajo todos juntos en casa Cárdenas. Pero la espera fue un poco larga; tanto, que Maria llamó por teléfono a la casa Cárdenas, informando que si Yosleny tardaba más tiempo en recogernos, mandaría a su hermano en persona por Cess y por mí… Recuerdo bien cuando Cess llegó a darme la noticia. Su cara trataba de esconder la felicidad enorme que acababa de descubrir, y muy en el fondo, las dos deseábamos que Yosleny tardara todo el tiempo posible que le placiera. Pero no fue así. Ella llegó algunos minutos después por nosotras, y nos encaminamos rumbo a COMPUSA, esa grandiosa tienda virtual que todavía existía en aquel tiempo donde uno podía adquirir cualquier inimaginable equipo y artefacto futurístico que le brindarían mayor comodidad al usuario… un tipo BestBuy. Y como regalo adicional, hacía que las parejas se re-encontraran. ¡Oh, gloriosa tienda de avances tecnológicos que juntaba parejas!  Fue en COMPUSA donde Harold reencontró a Cess, y la volvió a reencontrar semanas después…

  Momentos más tarde de haber llegado y contactado a nuestro vendedor chilango “Alex”, llegaron Jairo, Sebastián, y Harold, quienes nos saludaron muy amable y amigablemente. Alrededor de 4 horas nos llevó adquirir una nueva lap-top TOSHIBA para Cess. Compramos unos que otros artilugios más a muy buenos precios por insistencia y regateo de Yosleny. …Y justamente en COMPUSA fue donde comenzó nuestra amistad y cercanía con Harold. Después de todo, ¿qué podríamos haber hecho con el tiempo de espera que tuvimos, sino platicar y conocernos mejor?

El trabajo de edición no se hizo esperar y al día siguiente de nuestra llegada a Houston comenzamos nuestro trabajo de aprendizaje en la edición en casa López, la hermana mayor y única de Harold, y su esposo Jairo. Cada mañana nos despertábamos antes de las 7 de la mañana, y Wladi nos llevaba a la casa López, donde se encontraba todo el equipo de trabajo (físico y personal). Y durante las noches, Yosleny nos regresaba a casa Cárdenas para que yo continuara con algunos ensayos musicales donde yo tocaba la flauta y cantaba. Ensayábamos por horas voces e instrumentos; era realmente padre convivir y ensayar con otros músicos natos. Fue en uno de esos ensayos que nos encontrábamos tomando un descanso, cuando Cess llegó con lágrimas en los ojos, y me anunció: “¡Vas a ser tía otra vez!” Pris estaba embarazada de nuevo. Comencé a reírme de la alegría, y cuando Tiffany se dio cuenta del motivo de nuestra alegría, atinó a decir: “¡Otro búfalo hermoso!”, haciendo alusión del cariñoso apodo que le habíamos puesto a nuestro primer sobrino Mateo. Cuando escuché sus palabras, se me dibujó en mi corazón la imagen de mi querido sobrino Mateo haciendo cara de “búfalo”… ¡y comencé a llorar al igual que Cess! …Los sentimientos encontrados que se producen cuando parte de uno quiere estar en un lugar, cuando la otra parte grita por estar en otro, eran muy comunes estando en Houston. Cess y yo tuvimos que aprender a tener contentamiento con lo que Dios nos estaba llamando a experimentar en Houston, privándonos de algunas cosas tan preciadas para nosotras, que sucedían en Guadalajara. Así pues, seguimos tranquilas durante nuestra estancia, dando gracias por el nuevo retoño que ya comenzaba a alumbrar nuestras vidas.

 Cess fue la primera en entender el programa de edición y pronto terminó de editar como tres sesiones en un solo día. Todos estaban sorprendidos de tanta habilidad y capacidad… Yo simplemente sonreía: conocía las habilidades de mi hermana. La amistad que se había creado y fortalecido en COMPUSA parecía de años… Todos trabajábamos en un ambiente familiar y amigable, como si nos hubiéramos conocido de años. Maria siempre tenía listo un refrigerio para servir entre las 10-11 am, y casi siempre yo le ayudaba a preparar el almuerzo que lo tomábamos entre la 1 y 2 pm. Entre Yosleny, Cesia y Harold se encargaban de poner la mesa y de limpiarla después de la comida… costumbre que se revocó semanas después, cuando los ánimos y la relación ya eran más que familiares.

Casi siempre nos quedábamos platicando de sobremesa sobre las costumbres culinarias de América Latina, o las costumbres sociales. Todos los temas eran alrededor de nuestras culturas tan similares y a veces, tan diferentes. El lenguaje, las costumbres, las fiestas, la educación. Anécdotas incontables, chistes, proyectos, ideales, planes. Los temas de conversación siempre eran varios, acompañados de risas y buen humor, y claro: de un rico postre y una taza de café colombiano. Pero lo mejor de todo, es que a menudo terminábamos platicando del tema más interesante para casi cualquier ser humano: el romance y el matrimonio.

Cada noche, en la casa de los Cárdenas, Cess y yo abríamos nuestra mente y corazón para compartirnos nuestros más íntimos pensamientos, como siempre lo habíamos hecho, desde muy pequeñas. Una noche escuché con gran admiración a mi hermana, compartiéndome que había “renunciado” a cualquier expectativa creada en relación con Harold. “No quiero distraerme ni hacerme expectativas, Hani. Es un buen hombre, y un buen amigo. Pero hasta ahí. Estoy aquí para colaborar y eso es lo que quiero hacer”.

Recuerdo bien que el programa para el día viernes de esa misma semana nos entusiasmó en demasía cuando Wladi nos lo hizo saber el jueves por la noche: tal era nuestra confianza en nuestras camaradas colombianas, que le pedimos de favor a Maria que nos llevara de compras antes de que fuera demasiado tarde y la fecha de nuestra partida nos apremiara. Así pues, el plan consistía en que Cess y yo nos quedaríamos a dormir en casa López y a la mañana siguiente iríamos de compras con Maria.

Esa noche, al terminarse la reunión, todos convivíamos unos con otros. En lo que yo me distraía platicando con las niñas, observé de reojo que Harold se había encaminado a donde Cess se encontraba; se sentó junto a ella y comenzaron a platicar. “Hmmm…” Mi hermana me contó después que la plática había sido simplemente para compartir puntos de vista y opiniones de cómo le parecía a Cess el sistema de dinámicas llevados en la comunidad KTC.

La tarde del viernes, después del arduo día de trabajo, Harold nos llevó por primera vez en su carro: lo llamábamos el “súper Ferrari”. Por el tamaño del carro, a mí me tocó sentarme adelante, y Cess, atrás, asomando su cabeza para estar conectada a la plática. Recuerdo bien que en cuanto subimos, Harold trató de sintonizar algo de música en su aparato, pero yo no sé si éste no quiso funcionar, o qué, pero Harold desistió, y repuso: “Mejor conversemos”, volteando con una sonrisa tímida, buscando la aprobación de sus invitadas tapatías, como si la oportunidad de conocernos no se hubiera podido presentar más perfecta. “¡Miren! En estos apartamentos vivía yo”, nos dijo cuando pasamos por primera vez por su antiguo hogar, a la vuelta del actual. Recuerdo bien, -tal vez porque me sorprendió- que la primera pregunta que hizo para abrir el tema de conversación, fue la siguiente: “¿ustedes cómo hacen con eso del cortejo? ¿Qué hacen o cuáles son las costumbres de su familia cuando alguna de ustedes se va a casar, o cuando un muchacho quiere casarse con alguna de ustedes?”. …Más obvio no pudo haber sido. Pero descartando rápidamente la idea de que nuestro camarada colombiano buscaba pareja entre las chicas Salazar, me propuse escucharlo atentamente y responderle sinceramente. Tal vez porque durante esos días siempre habíamos hablado del tema fue que a Cess y a mí no nos incomodó la pregunta y pudimos hablar abiertamente y con sosiego sobre el tema y sobre nuestras propias experiencias mientras buscábamos algún postre en “Randalls” para la reunión de aquella noche en casa de Yosleny. El hielo entre Harold y nosotras había comenzado a derretirse rápidamente.

Tocante a nuestros diversos desplazamientos que hacíamos en el “super Ferrari” de Harold, hizo que nuestra relación fuera más cercana y de confianza. “¡Miren! En esos apartamentos vivía yo”, exclamó Harold otro día… “Ah, sí, ya nos habías dicho”, le contestamos. Fue así que se hizo tradición hacer mofa de las atenciones de nuestro guía turístico cada vez que pasábamos por dicha calle: “¡Mira, Harold! Aquí vivías tú, ¿qué no?”, “¡Miren! ¿Ya les había dicho que yo vivía antes aquí?”, “¿Quién vivía por estos apartamentos? Me suena, me suena…”, “¿Quieren saber en dónde vivía yo antes?”… 

Esa noche, saliendo de la reunión, nos contactamos con los López y nos quedamos de ver en un restaurante famoso por sus alitas a la BBQ. Esa misma noche los tejanos celebraban uno de sus más famosos juegos clásicos de fútbol americano. El restaurante estaba abarrotado,  y todos gritaban extasiados a una cuando el equipo favorito hacía una anotación, o cuando se cometía alguna “injusticia”. Pero nosotros disfrutamos de lo lindo. Harold se sentó junto a Cess, y seguimos platicando, conviviendo. Desde entonces, se hizo tradición que cada viernes nos reuníamos para celebrar juntos, ya fuera en algún restaurante, o con una película, en casa de los López.

Al siguiente día, el sábado 30 de diciembre, después de un poco del trabajo de edición, dispusimos todo el día para ir a adquirir nuestros valiosos souvenires y encargos familiares. Esa mañana, a unos cuantos minutos de partir, el celular de Maria sonó. Era el mismo Harold, quien le pedía a Maria que lo esperara, pues él también quería ir de compras con nosotras. “Que mi hermano quiere venir de compras también…” Maria siempre hacía referencia de su hermano con un tono muy singular… siempre nos causaba risa. Esperamos a que llegara Harold, y así, los cuatro nos encaminamos al enorme centro comercial outlet Katy Mills, el mismo a donde habíamos ido unas semanas antes, con mi papá y con Mario.

¡Cómo nos dimos vuelo mi hermana y yo comprando y adquiriendo todo lo que nos faltaba! Por mi parte, yo había llevado un único par de chanclas y urgentemente necesitaba otro par de zapatos, como unas botas, pues hacía demasiado frío. Caminábamos de aquí para allá, tienda tras tienda, buscando cada pedido. A veces Harold nos esperaba en una tienda y Maria se adelantaba a otra; a veces yo acompañaba a Maria, y Harold esperaba a Cess, o viceversa. Pero cuando Harold y Cess se quedaban juntos por alguna razón, veía cómo Harold trataba de conocerla más. Cada pregunta iba ligada a ese propósito: conocer. Yo pensaba a mis adentros: “¡Qué amable muchacho, que quiere conocernos y ser atento con nosotras!” Pero francamente comencé a dudar –dudar en buen plan- de su amable caballerosidad al haber querido acompañar a sus dos amigas y a su hermana a hacer compras… Simplemente era extraño. Un hombre, ¿yendo de compras con sus amigas y su hermana, sin el propósito alguno de adquirir siquiera producto alguno? Fue tal mi inquietud, que no pude evitar preguntarle sarcásticamente en un momento en el cual caminábamos juntos: “Oye, ¿y a ti te gusta venir de compras, o qué? Porque es raro que a un hombre le guste venir de compras, o que quiera acompañar a las mujeres a hacer sus encargos comerciales…” Harold me volteó a ver con una mirada extraña. “Sí, sí me gusta” – respondió rápida, pero amablemente, como si se hubiera tratado de una pregunta ofensiva, o peor aún: una pregunta descubridora. “La verdad es que fui educado entre puras mujeres y así me enseñaron. No es que me ponga super emocionado cuando alguien va de compras, pero sí me gusta venir porque es divertido, y puedo estar viendo otras cosas por mientras”, continuó su explicación. “Es más, casi siempre voy porque les ayudo a cargar los bultos. ¿Te ayudo con los tuyos?”, riéndome y complacida por la respuesta de mi amigo, le extendí las bolsas de nuestras compras para que él las llevara y fue inevitable hacer bromas sobre mi nuevo “sirviente”, “joven cargador”, “chalán” y “mozo” que me había conchabado a tan bajo precio.

Nos hubiera encantado haber pasado el Año Nuevo con nuestros amigos colombianos, pero nuestros anfitriones, la familia Cárdenas, tenía otros planes para nosotras. Por tal motivo, unos minutos después de nuestras compras, Yosleny nos recogió y nos llevó de regreso a la casa Cárdenas. El último día del calendario del año 2006, lo pasamos con la querida familia Cárdenas, entre música y carne asada. Pero ese mismo día, Maria y Jairo hablaron con Wladi para darnos permiso de llevarnos a pasear a la playa de Galveston al siguiente día: el 1° de enero. ¡Cómo recuerdo el cansancio en mis ojos ese 31 de diciembre! Cess y yo nos fuimos a acostar a las 5 de la mañana del día 1° de enero: fuimos las primeras en hacerlo, pues el resto de la familia y parientes siguieron la celebración de año nuevo hasta alrededor de las 9 de la mañana. Pero una cosa nos mantenía con humor y emoción para “levantarnos al día siguiente”: nuestro paseo a Galveston con los colombianos y Yosleny.

Ese paseo fue uno de los más divertidos que pasamos en Texas. En realidad, cada paseo lo fue. Éste fue singular por el frío tan crudo que se sentía en la playa desértica. Harold, Yosleny y Cess se fueron en el asiento trasero de la camioneta y durante todo el camino nos fuimos platicando y riendo de las bromas sarcásticas que nos hacíamos unos de otros. Era el primer día del año 2007, y éramos los únicos turistas en la helada playa de Galveston. Jairo, Maria y Sebitas fueron a comprar algunas cosas para el picnic, y nos dejaron a Yosleny, Harold, Cess y a mí, en el muelle, para caminar y conocer. Nos tomamos algunas fotos, apreciamos las bellas garzas, vimos el hermoso mar azul, y entre otras cosas, Yosleny y yo estuvimos platicando sobre nuestras vidas, conociéndonos más… Harold y Cess también estuvieron platicando sobre la vida de Cess, conociéndose. De nuevo, mis pensamientos elogiaban la buena actitud de hospitalidad y caballerosidad de nuestra camarada. “¡Qué amable muchacho, que quiere conocernos y ser atento con nosotras!”

El picnic también fue uno de los más peculiares en los que he estado. La luna llena brillaba con una luz tenue, hermosa, iluminando la desértica y fría playa. Todos temblábamos y nos moríamos de frío. Por cierto, Harold estrenó su gorro que había adquirido un día antes, en el día de compras, por gusto de la propia Cess. “Ése está más bonito, me gusta más”, Cess le dijo cuando Harold cogió uno de los sombreros exhibidos… y una vez que iba a pagar, de inmediato cogió el gorro que le había gustado a Cess, y ese día del picnic, lo estrenó. Terminamos nuestra tarde de picnic tomando un rico y caliente Starbucks -para variar. Desde ahí como que se hizo tradición tomar cafés de Starbucks, y también la rara tradición de que Harold me pedía la bebida que a él se le ocurriera, pues casi siempre que yo le hacía mi petición a mi gusto, él me pedía otra, y el mesero le daba otra totalmente diferente… eso sí: siempre le atinaba a mi antojo. Fue así como terminamos nuestro primer día del año 2007, tomándonos fotos, conversando y riendo: todo mientras tomábamos un rico café.


Capítulo 3.
Nuestra vida en la casa López y el doble suspiro que se escuchó en el vacío aquel memorable 11 de enero

Fue en aquellos fríos y grises días de enero cuando optamos unánimes en mudar nuestra estancia de la casa Cárdenas, a la casa de los López: con Jairo y Maria, pues el equipo de edición había sido instalado en su departamento, y por cuestiones prácticas, entre Wlady, Jairo y Maria, y nuestros papás, se decidió que Cess y yo nos quedaríamos un tiempo con ellos.

No costó ningún esfuerzo adicional acoplarnos a la vida de los López, ni al cuarto de Sebitas, que tan hospitalario nos lo había prestado un fin de semana antes, y lo volvió a hacer para esta ocasión. Cess y yo disfrutamos cada día de ese mes y medio que pasamos con ellos. El día comenzaba alrededor de las 7 de la mañana, pues Yosleny llegaba a la casa a las 8. Con un rico desayuno, las lap-tops y los discos duros externos, o mejor conocidos como “hard drives” se prendían para que sus dueños se dedicaran primeramente a checar correos, pendientes y demás; y enseguida nos dedicábamos a la edición, masterización de audio, y a las interminables revisiones de calidad, pronunciadas vulgarmente en inglés por nosotros como “Q-A’s”.

El equipo de edición se fue reduciendo poco a poco. Pasamos dos días de filmación en Conroe, TX., aquel tranquilo pueblo donde vivían nuestros técnicos Carlos y George Calderón. Wladi exponía las sesiones y entre Stephen Jonson y Cess filmaban: todo se hacía en el improvisado estudio que se había montado dentro del clóset del cuarto de Carlos Calderón; mientras Maria, Yosleny, Harold y yo seguíamos editando, afuera, en el comedor del departamento. Un día después, Harold entró a trabajar a su escuela. Así que teníamos dos manos y una lap-top menos de ayuda. Eso sí: él se encargaba de conectarse al Mensajero Instantáneo de gmail para estar en constante contacto con los miembros de la familia… en especial con Cess y conmigo. Y claro: se encargaba también de hacer la obligada visita diaria a la casa de su hermana y cuñado a partir de las 4 de la tarde, después que salía de trabajar. A todas nos gustaba recibir su presencia, pues lo tomábamos como un tiempo de descanso y relax para platicar y despejar nuestra mente de las voces grabadas de las sesiones que editábamos. Alrededor de las 5 de la tarde, la puerta era golpeada unas cuatro o cinco veces. Enseguida, Sebastián corría por instrucción de su mamá: “vaya y pregunte quién es”. El niño de casi cuatro años, corría hacia la puerta y preguntaba: “¿quién es?”. Una voz grave contestaba desde el otro lado: “¡tío!”. De inmediato, tres señoritas se arreglaban cabellos, cutis y posturas, mientras Sebitas volteaba con su mamá: “es tío, mami”. Maria, quien seguía editando, le daba la siguiente instrucción a su pequeño hijo: “pues abra la puerta, ya oyó que es tío”. Sebitas abría la puerta, y enseguida se escuchaba la voz de Harold que lo saludaba entusiastamente: “¡HE-HEY! ¿Cómo estás, buddie?”… después, la plática se extendía a veces hasta más allá de las 9 de la noche…

Yosleny siguió asistiendo a la casa hasta el 10 de enero. Fue en aquella primera semana que tuve mi primer encuentro con la dichosa alarma de seguridad de la casa: una mañana, cuando Yosleny llamó a la puerta, nadie se encontraba disponible para abrirle. Jairo se había ido a trabajar ya; Cess y yo todavía nos encontrábamos dormidas, y Maria se bañaba. De golpe me levanté de la cama cuando escuché el recado que Yosleny grababa en la máquina contestadora: “Maria, estoy aquí afuera, pero nadie me abre. Mejor me voy a ir”. Corrí de inmediato a abrirle la puerta principal, pero, ¡cuál fue mi sorpresa auditiva cuando abrí aquella puerta traicionera y la alarma se disparó! Y más fue mi decepción para tanto escándalo: Yosleny se había ido ya. Asustada, todavía medio adormilada, y riéndome de ansias, traté de apagar la alarma, pero ésta se disparó aún más elevando el tono del pitido hasta la más alta frecuencia y volumen posibles para dejar fuera de toda cordura a cualquier ladrón, o en este caso, a cualquier inocente inquilino… Recuerdo con humor y pena ver a Maria salir del baño envuelta en una toalla, a medio bañar,  y verme de pie enfrente de dicha caja de control, tapándome los dos oídos con ambas manos. Maria corrió a apagar la alarma y luego recibió la llamada de los policías para explicarles que todo había sido un incidente, el cual, no sería el único del que sería responsable durante toda nuestra estancia en la casa vigilada.

Ese tiempo que estuvimos las cuatro juntas –y Sebitas- aprendimos mucho unas de otras. Nunca dejábamos de hablar, más que cuando editábamos las frases de Willie o de Carla en su exposición. Un día tuvimos la grata visita de Sandra Mejía, la amiga más cercana a la familia que vivía em Waco, TX., y viajaba hasta Houston a visitar a la familia; y otro, la visita de los García, papá e hijos originarios de la mismísima capital mexicana. A veces cocinando, haciendo cuentas, atendiendo deberes domésticos, o haciéndonos mantenimiento personal como manicure o maquillaje, Yosleny, Maria, Cesia y yo, nos manteníamos ocupadas en la edición, mientras el sr. Jairo nos daba soporte técnico y atendía sus pendientes personales de KTC y de trabajo. Harold seguía con sus visitas diarias después de la escuela, alentando el tiempo de desahogo y descanso entre nosotras con pláticas, soporte técnico, sarcasmos y café caliente.

Seguimos en constante contacto con nuestra familia en Guadalajara. Nunca faltaban las oportunas recomendaciones de mamá y papá para que nosotras no fuéramos carga a la familia que nos hospedaba y ayudáramos en todo.  Las indicaciones de ser discretas especialmente en el trato con nuestro amigo Harold nunca faltaron, las cuales, apreciamos mucho. Cess y yo optamos en platicarles todo lo que vivíamos, y ellos recibían contentos nuestras pláticas, mandándonos una carta de vuelta con consejos y con sus puntos de vista. ¡Cómo valoramos que nuestros papás hicieran eso! Siempre sus consejos fueron muy atinados y nos orientaban bastante, consolando y dando dirección.

Los días se fueron como el agua, y el jueves 11 de enero, el día de nuestro regreso a casa, se aproximaba rápidamente. Cada noche mi hermana y yo platicábamos y desbordábamos nuestros corazones con anhelos de quedarnos más tiempo. Para contar respecto a este punto, es necesario regresarme unos cuantos días, y ubicar a mis lectores en el día miércoles 3 de enero, cuando fuimos a filmar al departamento de George y Carlos, en Conroe. ¡Qué mejor describir lo que sucedió plasmando la decisión que se tomó en Conroe con una carta enviada a mis padres el jueves 3 de enero! Aquí va, un poco editada, pues se trata de una carta de 13 páginas que incluyen algunas fotografías, en la cual, Cess y yo comunicábamos a mis padres nuestros sentires, decisiones y anhelos para que ellos aprobaran los proyectos que se estaban planeando en el plazo de tiempo que solicitábamos de más. Así pues, escribo únicamente algunos fragmentos que fueron escritos de mi propio puño y letra, con la ayuda indispensable de mi hermana en su redacción, aquella larga noche de lágrimas y risas:

“Hola, papi, mom, cuñis, Pris, Matty-nú, Bet y Sally:
Pues ya estamos aquí en la casa de Maria, en el cuarto de Sebitas, preparándonos para dormir…
Hoy fue un día muy productivo. Cess y Wlady filmaron como 4 sesiones…
Después de comer estuvimos platicando todos juntos sobre las próximas filmaciones que se harán dentro de dos semanas, y Wlady, como pensando en voz alta, nos dijo: “Sería muy bueno que ustedes estuvieran aquí en esos días, nos ayudarían bastante”. Y así comenzamos la plática sobre si era mejor regresar, o no; o si quedarnos, o trabajar desde Guadalajara… etc. En fin. Maria gritó por allá (ella estaba en la sala, escuchando), y dijo: “¡No! Es mejor que se queden más tiempo y luego se regresen!”. Yo, bromeando, les dije que si ellos nos pagaban el boleto de regreso, pues sí nos quedábamos.
Después al rato, Wlady nos volvió a preguntar más serio. En realidad quería que nos quedáramos. Wlady preguntó por ustedes. Preguntó si no habría problema de que se alargara un poco más el tiempo para vernos; y que si ustedes estarían de acuerdo. Yo le dije que obviamente nos extrañaríamos más, pero que ustedes estarían de acuerdo, pues ustedes forman parte de todo este trabajo y lo apoyan.

Lo que estamos pensando, es quedarnos, puede ser, todo lo que resta de enero. Unas dos semanas más de lo que habíamos planeado. Podría ser hasta el 25 de enero (depende del plan que se haga), y si necesitan más tiempo, pues hasta el 31 de enero, que es una semana más.
Ustedes vean, piensen y decidan. Por nosotras, la respuesta es: SÍ, NOS QUEREMOS QUEDAR. A ustedes les toca decir si sí, o si no, y hasta cuándo.”

Era claro que los ánimos que habían estado muy relajados esos últimos días de vacaciones en Guadalajara, finalmente se habían activado para trabajar y anhelar más tiempo de estancia en Houston. La decisión se tomó por parte de nuestros papás y Wladi: nuestra extensión de estancia se alargó hasta el viernes 2 de febrero. La noticia fue tomada entusiastamente por nuestros amigos y por nosotras. …Y de seguro hubo un doble suspiro cuando llegamos con las gratas nuevas con Maria y Harold: “¡NOS QUEDAMOS MÁS TIEMPO!”

Para el 8 de enero, recibimos noticias de nuestra familia, avisándonos que ya habían encontrado una casa grande a las afueras de la ciudad. La mudanza se realizaría antes de que el mes de enero terminara… ¡Y nosotras no estábamos! Fue un tiempo de sentimientos encontrados, de eso no hay duda. Mi cuñado Mario había hecho el arreglo con papá de que las dos familias se unieran y vivieran juntas. Así que, antes de que el mes terminara, la mudanza de toda la casa González, y la mudanza de toda la casa Salazar se llevarían a cabo, sin la ayuda de Cess y mía, que nos encontrábamos en Houston. Al mismo tiempo ¡cómo lamentábamos no poder haber estado ahí!, pero por otro lado, suspirábamos con cínico alivio cuando recordábamos los montones de mochilas, zapatos, libros, ropa, bolsas, cuadernos, recuerdos, chamarras, videos, aparatos, trastes, muebles, instrumentos musicales, cuadros, adornos, recopiladores, lámparas, archiveros, plantas, cobijas, artículos personales, cortinas, sillas, y cualquier otra cosa imaginable que pudimos guardar y atesorar en la casa y en todos los rincones, recovecos y  closets posibles a lo largo de cinco años…

Cada mañana y cada noche, cuando recibíamos noticias de México, recordábamos lo pesado que se estaba convirtiendo la mudanza para toda la familia, especialmente para mamá. Eso oprimía mucho nuestros corazones, y anhelábamos que Dios los fortaleciera con paz y ánimo. Cess y yo habíamos dejado nuestro cuarto y el resto de la casa como si hubiéramos ido solamente a un mandado. Tal y como estaba, así seguía. Y mi mamá, junto a papá, tuvo que revisar cada chambrita y recuerdo de Cess y míos… esculcaron cada cajón y cada rincón de nuestro cuarto y oficina… desentilicharon cada espacio y compartimiento de nuestras pertenencias… Los correos iban y venían con palabras de ánimo para nuestros papás, y llegaban con preguntas y frases como “¿Qué hago con los mil pares de zapatos que mantienen coleccionados dentro de su clóset?”, “¿Quieren que saque las dos docenas de mochilas y bolsas que me encontré arriba de su clóset?”, “¿Qué hacemos con toda la colección de libros de la SEP abierta y con los patines que tenían guardados?”, “Cesia, ¿qué les vas a hacer a las tres colecciones y sets que tienes de videos?”, “Hani, ¿qué le hago a los millares de CD’s que tienes guardados, a tu colección de morrales, a todas las fotografías y colguiges que estaban pegados a la mampara de la oficina, y a todos los zapatos que tienes desamparados abajo del clóset del cuarto de televisión?”

…Mientras tanto, en Houston, cuatro semanas nos quedaban por delante. ¿Qué nos depararía el destino durante este tiempo en tierras tejanas? No lo sabíamos. Solamente Dios lo sabía perfectamente y cada paso y decisión que tomábamos había sido previamente calculada por Sus designios divinos hacía mucho tiempo atrás… Lo único que nos emocionaba demasiado era que estábamos siendo útiles cada una en su área y que el tiempo que estábamos viviendo juntas, separadas de nuestra familia era un regalo irremplazable de parte Suya, pues crecimos en fortalecimiento e intimidad entre nosotras como hermanas. Todas las noches abríamos y exponíamos nuestras mentes y corazones y durábamos horas hablando y compartiendo. ¡Qué tiempo más especial!  Por su parte, nuestra familia estaba pasando un tiempo de enseñanza a través de toda la dura mudanza. 
La relación entre nosotras y nuestros papás estaba incrementándose como nunca antes por la constante correspondencia que nos mandábamos unas dos o tres veces al día. Ellos estaban enterados de los avances en la edición y de cada suceso que acontecía en Houston. Cualquier cosa o duda que surgía, se los notificábamos. Cualquier pensamiento, o cualquier enseñanza se los compartíamos, y eso causó que nuestros corazones se abrieran al 100% con nuestros papás, quienes siempre estuvieron dispuestos a escucharnos y orientarnos. Eso también provenía de Dios. Y por supuesto, Dios nos había provisto maravillosamente un rato más de desasosiego y de convivencia memorable con nuestros queridos amigos.



Capítulo 4.   
Los primeros “star-bucks”, rumbas, viajes, ronquidos, fotos, asados, alitas a la BBQ, y demás, que fortalecieron y propiciaron la conexión…
                               
                El domingo 7 de enero se reunió todo KTC en el local. Harold nos hizo favor de llevarnos a Cess y a mí, y primeramente nos invitó un “Starbucks” para calentarnos. Hacía mucho frío, y como era costumbre, el café que me tomé también fue a gusto de su elección. Esa misma tarde fuimos invitados por la familia Rodríguez a un restaurante mexicano, y ¡cómo nos reímos con Jairo y Harold! …Solamente tomamos algunos minutos para descansar en el departamento López, y en la tarde nos dirigimos con Harold a la casa de Dorca a comer unas arepas venezolanas hechas por ella misma, para “que las probaran las tapatías”. ¡Simplemente, deliciosas!

            Esa tarde-noche fue peculiar. Comenzamos a hablar del baile y de las rumbas dentro de la cultura caribeña del Sudamérica, y como con un repentino impulso, Yoanka puso a tocar música huapachosa de la tierra colombiana y de la América del sur. Harold no se hizo esperar para lucir sus habilidades bayaderas de rumba ante su foro tapatío femenino, y al son de la música caribeña, comenzó a bailar con Yoanka. Cess y yo no lo podíamos creer por la única razón que no estábamos acostumbradas a esa cultura de baile. México es famoso por sus mariachis y zapateados, pero no por el baile jacarandoso. Al principio nos sentimos tímidas de participar en la rumba que con tanto candor y normalidad se organizaba, pero después, Cess fue la primera en armarse de valor y mostrar su interés por aprender pasos nuevos, nada más y nada menos que con su nuevo maestro-instructor-compañero de baile, que con mucho gusto se ofreció a enseñarle: Harold Herrera.

            Tímida e indecisa, me acomodé en un espacio estratégicamente bien analizado para que ningún hombre que osara sacarme a bailar lo lograra: con devoción, me dediqué a jugar y a entretener a los niños pequeños en las escaleras, mientras divisaba desde lejos a mi hermanita, quien modesta e intrépida trataba de seguir el paso de su camarada bailarín, quien muy caballerosa y respetuosamente le enseñaba los pasos que se deben de rumbear al son de la salsa colombiana; aunque eran los pasos para el papel del hombre…  Unos cuantos minutos antes de que las cabriolas sureñas terminaran, decidí incorporarme al grupo de danza y, feliz seguí el ritmo de Maria, que parecía instructor profesional de aeróbics. “¿No que no sabían bailar?”, fue el comentario –sarcástico- de Harold cuando, una vez terminada la fiesta en donde Dorca, nos subíamos a su carro. Después, nos fuimos hablando sobre el baile, culturas, rumbas, canciones favoritas de baile, amigos, matrimonio… etc, etc…

Una de esas tardes que nos alistábamos para hacerle una visita a Nelson, hermano de Jairo, y a toda su familia, Harold nos invitó a conocer su departamento. Caminamos algunas cuantas callecillas dentro del coto de departamentos de los López hasta detenernos frente a la puerta #1612. Harold abrió la puerta; Cess y yo dimos un paso hacia delante, ingresando al pequeño y hogareño departamento. Al mismo tiempo que dimos un respiro profundo de reconocimiento femenino del ambiente: “huele a limpio”, pensamos, aprobando la soltería ordenada y limpia de la que era dueño nuestro anfitrión. Él nos mostró cada detalle de su departamento –bueno, de casi cada detalle, pues no entramos a su cuarto-, como haciéndonos parte de los recuerdos de su vida y explicándonos el uso de cada objeto que atesoraba en su departamento. Después, nos encaminamos rumbo a la casa de Nelson y Elvira para festejar un cumpleaños, pasando una velada divertida y chistosa con tan queridas personas. Y entre otras anécdotas, conocimos también el nuevo carro de Nelson que hizo saltar de susto a Cess cuando probó el sensor de ajuste del asiento delantero…

            Para pasar tiempo juntos y relajarnos de la masterización, edición y de los famosos “Q-A’s”, Jairo y Maria estuvieron ideando alguna actividad recreativa vacacional relajante para el fin de semana. A Maria se le ocurrió que podríamos ir a visitar a su prima a su gran y hermoso rancho para pasar una velada hermosa a la luz de la fogata y al sabor de los “mas-melos” quemados, pero por alguna u otra razón, su prima enfermó y nuestra idea de flojear en su rancho fue cancelada.

Así pues, en lo que se nos ocurría otra idea campestre para el fin de semana, el miércoles 10 de enero pasamos una muy divertida velada de boliche, o mejor dicho por nuestras camaradas colombianas: fuimos a jugar bolos. ¡Qué recreada tan más animada la pasamos! Los récords cambiaban frecuentemente. A la cuarta ronda, yo encabezaba sorprendentemente la lista de ganadores con 37 bolos, luego, Harold, con 29. Entre Jairo y Sebitas se compartían el récord de 23; Maria llevaba 18, y Cess, su demoníaco record que no cambiaba ni por equivocación: 6. Tal vez porque hacía mucho tiempo no jugaba, o tal vez porque tenía algunas distracciones, pero mi hermana perdía la oportunidad de derribar algún bolo en cada turno que le tocó, manteniendo la pantalla de récord con puros “6’es”.
           
            Entre tostitos con queso derretido, alitas de BBQ, y apio fresco, los récords fueron cambiando lentamente hasta llegar al final y revelador final: Jairo y Sebitas ganaron con 92 bolos. Harold con 85, seguido por mí, con 82. Maria quedó en cuarto lugar con 52 bolos derribados, y nuestra querida Cess quedó con un asombroso récord final de 18 bolos… pero la fama de Cess con los bolos pronto cambiaría al descubrirse su habilidad en la geografía ese mismo fin de semana, en Waco; la cual relataré más adelante… Nos tomamos una serie de fotografías en una máquina de fotos instantáneas con Maria, que tardó varios minutos en salir. Una última vuelta a la plaza, y regresamos a casa a descansar.

La decisión de hacerle una visita grupal a Sandra Mejía en Waco, un hermoso pueblo a tres horas de Houston, fue resuelta de inmediato. Los preparativos y las maletas para el viaje fueron rápidamente organizados y pronto nos vimos viajando Jairo, Maria, el pequeño Sebastián, las dos tapatías, y el tío Harold, dentro de la van blanca de Sandra –que había sido prestada para mayor comodidad- aquel helado viernes 12 de enero. Así fue como la tradición de viajar y de visitar lugares nuevos en Texas para conocerlos, nació; pues de aquí en adelante, cada fin de semana fue aprovechado a su máximo con algún viaje o paseo recreativo organizado a la perfección por nuestros queridos anfitriones colombianos.

            Los tres días que pasamos en Waco fueron inolvidables y de los más divertidos. Primeramente pasamos una singular velada post-navideña en casa de la querida pareja anglosajona, amiga de Sandra y Nely: Jay y Peggy. La velada consistió particularmente en ayudarle a Peggy a quitar los adornos mil que tenía esparcidos por toda su sala y comedor para la época decembrina, mientras convivíamos entre chascos sarcásticos, adornos navideños, insulsas ocras, himnos antiguos, y jugando el divertido juego de mesa “pictionary”. Aquí fue donde Cess lució sus nociones orientadas dentro de la geografía de su propio país cuando Harold, del equipo contrario, le dijo que dibujara “Tijuana”. Cess, con un aire despreocupado, como siempre, le reclamó entre risas: “¡Pero yo ni sé dónde está Tijuana!”. Pobre Cess… nunca debió de exponerse ni de exhibirse de tal forma ante semejante público. El resto de la noche la pasó recibiendo sarcásticos recordatorios sobre sus habilidades y característicos dones en el juego de bolos, y en la geografía…

            Es inevitable que se me dibuje una sonrisa pícara cuando recuerdo la hora de despedida. Peggy, dirigiéndose a Harold para desearle un “feliz año nuevo”, lo abrazó y le dijo: “yo creo que pronto nos vas a dar la noticia de que te casas… Eso espero. Luego nos avisas para ver quién es la “lucky-girl”. Harold sonrió como siempre que se tocaba ese tema tocante a su persona, y simplemente atinó decir no sin un poco de timidez: “Sí, así será. Algún día muy pronto les avisaré”.

            Esa misma noche, alrededor de las 12 am., llegamos al diminuto, pero hogareño departamento de Sandra, donde también vivía su hermana menor Nely-Paty. Brindamos con un vino tinto seco, acomodamos los colchones en la sala de tal manera que las cuatro y únicas mujeres solteras del grupo fueran perfectamente acomodadas para dormir, y finalmente se apagaron las luces. Debo de confesar que durante el ajetreo que se formó al organizar cobijas, almohadas, mochilas y colchones, los casi tres vasos de “fascinables” que me tomé para no rechazar la oferta del adorable anciano Jay, y el vaso de vino seco con el que rematé, hicieron su obvio efecto y fueron la causa de que yo haya sido víctima de la más alta traición a mi persona, por mi propio cerebro y equilibrio. ¡Me sentía tan extraña! No podía más que asentir con una rara sonrisa a todas las frases que oía a mi alrededor mientras me sostenía de cualquier cosa que estuviera cerca para no desbalancearme y caer al piso. No estoy segura ni me puedo imaginar la escena de mi persona que logré captar ante los ojos de mis espectadores, aunque puse todo mi esfuerzo conciente restante para aparentar que estaba lúcida casi al 100%. Después, me dejé caer en el cómodo sillón doble de la sala, hasta que mi cama fue preparada por mi servicial hermana, la única notificada y advertida de mi estado… Desde entonces hice un solemne juramento de no tomar más allá de mi conciencia, no importando si un adorable viejito me ofrecía deliciosos y dulces “fascinables” totalmente gratis…
           
            A la mañana siguiente fuimos despertadas por la corriente helada de aire que sutilmente se dejó deslizar por encima de nuestras narices cuando la familia López y Harold salían sigilosamente por la puerta para celebrar tiempo juntos como familia. Cess y yo ya no pudimos dormir, y nos dedicamos a platicar y a conocer más a Sandra y a Nely Paty. ¡Eran tan lindas y divertidas! Originarias de Colombia igualmente, nos relataban sus anécdotas con lujo de detalles y con el acento y sabor característico de la tierra caleña. Los demás pronto llegaron y el resto del día lo dedicamos a intercambiar anécdotas propias y ajenas mientras disfrutábamos de la quietud y placidez del departamento. Entre otras cosas, para despabilarnos un ratico de tanta flojera, visitamos la vida nocturna de aquel pueblo tranquilo de Waco con el objetivo de saludar al oso negro que servía de mascota de la universidad, pero lo único que obtuvimos fue congelamiento masivo. ¡Hacía un horrible frío tremendo! Y por esa razón optamos en regresar a nuestra acogedora posada.

Nos pusimos ropa de carácter –en otras palabras, nos pusimos pijamas, como si se tratara de unas verdaderas vacaciones familiares de relax donde no existían barreras de modestia entre ajenos; las mujeres –menos yo, que me dedicaba a escribirles a mis padres- aprovecharon en intercambiar tips cosméticos, y todas a una se desmaquillaron metidas en el baño, mientras Harold registraba dichas actividades con su cámara. Pedimos una pizza, vimos algunas películas, seguimos riéndonos y platicando; comimos un delicioso postre de helado con fruta y crema batida, y rematamos la noche con diversos juegos que nos brindaron verdadero solaz: “caras y gestos”, “cucharas”, “lo dudo”, y “manotazo”. En esa época el famosísimo y tradicional juego de cartas “99” todavía no se había incorporado como parte esencial de nuestro retozo personal… algunos días más tuvieron que transcurrir para su incorporación a nuestra rutina y para que fuera uno de los factores más importantes que propiciaron la convivencia con el tío H. Después, toda la familia López, incluido el tío, y las dos tapatías, dormimos acomodados en la sala, dejando a nuestras dos anfitrionas la comodidad de su recámara. El departamento era diminuto y tuvimos que compartir la sala y comedor con toda la familia López. Fue ahí cuando descubrimos los ruidos extraños que una persona puede llegar a crear con su garganta al momento de respirar cuando se está dormido profundamente… nosotras descubrimos los de Harold. Yo traté de ignorarlos llevándolos al vacío de mi inconciencia sin éxito alguno, mientras, Cess quedó profundamente dormida cuando optó por la práctica decisión de seguir el ritmo del ronquido con su propia respiración para así arrullarse y transportarse felizmente al país de los sueños inconcientes…

Durante esa segunda quincena de enero el clima cambió drásticamente. Si antes había estado frío, ahora estaba congelado. Antes de irnos de Waco, Jairo, Harold y Sandra se encargaron de derretir con agua el hielo que se había acumulado en el caminito hacia el estacionamiento, y sobre la van. A través de pequeños detalles nos dábamos cuenta del cuidado que nuestros amigos tenían para con nosotras, especialmente de parte de Harold. Siempre era caballeroso y respetuoso en su trato con nosotras, cuidándonos y protegiéndonos… especialmente con el clima que hacía, pues teníamos que caminar con cuidado para no resbalarnos, o abrigarnos bien. Claro que existía una relación de amigos cercana, tanto que pronto lo habíamos adoptado como nuestro hermano; pero su trato hacia nosotras siempre fue respetuoso, y eso lo apreciábamos bastante Cess y yo.

Regresando a Houston fuimos testigos de uno de los accidentes vehiculares más horribles que hemos visto. Casi siempre, cuando las personas experimentan juntas situaciones extremas de gozo o de tragedia, se forma un vínculo difícil de alterar. Nosotras y nuestros amigos vivíamos como una familia. Pero el accidente que vimos nos acercó más, para convertirnos en una familia unida. Después de haber sido testigos del espantoso accidente donde pereció al menos una vida, Cess y yo nos fuimos cantando tonadas de ánimo y consuelo el resto del viaje para bajar los ánimos que se respiraban en el ambiente. Maria y yo habíamos llorado mucho al ver sufrir a las pequeñas víctimas, y los demás estaban muy consternados, aunque nos consolaron. Celebramos el regreso a casa sano y salvo con un asado delicioso.

Al día siguiente por la mañana, mi hermana y yo nos abrigamos hasta los dientes para salir de la casa de Maria y dirigimos al departamento de Harold a recoger su lap-top que había dejado: era una brillante idea usar su equipo de edición aún cuando él se encontraba trabajando. Esa misma tarde, después del arduo día de trabajo, tuvimos el privilegio… no, mejor dicho: el gran honor de ver la serie de acción de la FOX: “24”, con el mismísimo Jairo y Harold en persona, fanáticos admiradores de Jack Bower, interpretado por el aclamado actor de películas de acción, Bruce Willies, que en aquella época era la serie de acción y misterio más popular de la televisión. ¡Cómo nos reímos mi hermana y yo al ver la desilusión de Jairo y Harold cuando se dieron cuenta que no podían conectar la televisión al aparato estereofónico cuando faltaban escasos minutos! Resignados, se sentaron a ver las primeras escenas de acción de su serie favorita, y después, repentinamente, Jairo volteó a ver a Harold y le dijo con son de súplica brillante: “Son 3 horas… ¿será que intentamos de nuevo en conectarlo?” Cess se les unió, cooperando con sus habilidades –éstas sí eran verdaderas habilidades de técnica, y pronto gozamos, entre dulces bebidas, manzana y “don Cheto”, las aventuras violentas de Jack Bower.

Por aquellos días de convivencia con nuestros amigos, Cess y yo entendimos literalmente lo que significa "invertir en la vida de otros". En una carta de ánimo a mi mamá por el abrumante trabajo de mudanza que se le acumulaba, también le compartí con respecto a esto. El haber conocido a Sandra fue una gran lección para mi vida. Una mujer de lo más especial, soltera, cuyo corazón y su vida no mostraban ni la más mínima amargura, resentimiento o frustración…

Algunos fragmentos de dicha carta:
Me gusta mucho estar aquí, todos han sido muy lindos con nosotras... me siento privilegiada. Ayer Maria nos contaba sobre la vida de Sandra y de Harold, y sobre la vida que han tenido. Estaba hablando de los dos, cuando dio un ejemplo: "la otra vez, los dos me dieron un sobre que decía: "para la comida de las tapatías". Yo le pregunté a Parold: ¿y esto, qué es?"... Y que Harold le contestó: "¿Pues qué no ve, ahí?" ...Y cuando Maria lo estaba contando, se le llenaron los ojitos de lágrimas, de contenta por ver sus corazones sensibles y generosos.

Cess y yo también lloramos. …Hemos visto cómo Sandra y Harold, aún cuando son solteros de más de 28 años, han sabido ser responsables y salir adelante ... y después de todo eso, ...tienen su corazón tan dispuesto, ¡¡que hasta pagan la comida de las tapatías!! ¡Cómo lloré! Le di muchas gracias a Dios por su don inagotable... También le agradecí por todas las enseñanzas en mi estancia en Houston. El tener la oportunidad de tener una relación cercana de amistad, por el msn, NO significa que sea una amistad verdadera donde cada uno se invierte en la ivda del otro. Agradezco a Dios tanto por todo lo que me ha permitido vivir”.



Capítulo 5.
Sobre los vanos intentos de adelgazar y la inauguración del “99” hasta los pequeños detalles que dejaban revelar el verdadero amor…

Los días transcurrieron como el agua que corre por un apacible, pero rápido río. Desde que Yosleny se había ausentado, cada día comenzaba cuando despertábamos: alrededor de las 8 de la mañana. Entre Maria, Cess y yo preparábamos un desayuno nutritivo “light”: fruta con yogurt y pan de banano o de naranja. A pesar de que nos habíamos propuesto comer menos para adelgazar, por las tardes cocinábamos pizza, o rica sopa hecha por Maria, acompañada por tajaditas de banano y delicioso arroz; rematando con un delicioso postre compuesto por pan dulce o helado de vainilla. El tío seguía realizando sus visitas diarias: alrededor de las 5 de la tarde la puerta sonaba. Sebitas o alguna de nosotras abría la puerta, y el tío pasaba para quedarse la tarde completa, a veces, hasta las 11 o 12 de la noche. A veces pasábamos la tarde entera compartiendo fotos con él sobre Colombia o Guadalajara, o él nos invitaba un café o un helado. Un día nos compartió de su único recipiente -1 pinta- de nieve que tenía guardado en su congelador, y a veces cerrábamos la noche con un brindis de “Squirt con tequila”, o un rico café.

Recuerdo bien aquella tarde que Harold nos invitó a su departamento para jugar con su “X-box”. Nos habíamos enterado que él tenía en su poder y dominio una consola de juego “de video” el mismo día que nos habíamos re-encontrado en COMPUSA, pero tuvieron que pasar dos semanas para que nuestro camarada nos viera dignas de usarlo. Así pues, nos divertimos de lo lindo Cess y yo jugando con su juguete mientras él revisaba su correspondencia y las cuentas administrativas de su casa. Fue así que la tradición de que Harold nos invitara a su departamento por la revancha de las competencias de carreras de carros de su “X-Box” surgió…

Pero otras tardes nos quedábamos por horas platicando sobre la niñez de Jairo y cómo “lo habían levantado con pura agua-panela”. (Traducción: cómo “lo habían criado únicamente de los nutrientes del agua hecha con piloncillo”) Algunos días acompañábamos a Maria a “mercar”, o a hacer la despensa de la semana. Siempre fue divertido: las tres éramos verdaderas hermanas. Fue por aquellos días que la empresa donde trabajaba Jairo hizo un recorte de personal, liquidando a nuestro querido amigo. Con los sentimientos encontrados dábamos gracias a Dios por la dirección acompañada de paz que le daba a la familia López, especialmente a Jairo, pues veía esa “difícil situación” como una oportunidad de cambiar de ambiente y ritmo de trabajo, provista especialmente por Dios.

Así que, los días en casa López se volvieron aún más amenos y divertidos por la presencia de nuestro anfitrión. Admirábamos tanto su corazón sencillo y manso en semejante situación: ser la cabeza de la familia, que tenía un bebé en camino, y al mismo tiempo ser anfitrión de dos inquilinas mexicanas, privado de cualquier fuente “segura” de recursos. Las cartas de nuestros papás eran constantes para que nosotras incrementáramos nuestra ayuda ahora con esta nueva situación, sin ser carga.

Así pues, se resolvió que, para bajar de peso –si es que esa era nuestra meta- podríamos reducir la cantidad y calidad de comida por día, a la vez que ahorrábamos dinero. A nuestra gran idea se añadió la iniciativa de Jairo de despertarnos más temprano y estar puntales, a las 7:15 en el gimnasio del coto de departamentos. Con ánimo entusiasta nos levantamos aquella mañana, nos abrigamos y nos encaminamos todos juntos hacia el gimnasio. Hasta el pequeño Sebitas nos acompañó.

Respecto a la relación con Harold, cada vez se fortalecía más. Podíamos conocerlo en un ambiente amigable y familiar, sin máscaras ni poses. Constantemente les platicábamos a nuestros papás acerca de esa relación, y ellos nos dirigían para que nuestros corazones fueran prudentes en el trato con Harold. “Guarden sus corazones y decidan no distraerse del objetivo de este viaje. Sean sabias y discretas con este muchacho. Disfruten de su amistad, pero véanlo como cualquier otro amigo que algún día será esposo de otra mujer. No se hagan expectativas y estén en paz y calma”.

Esas tardes que Harold nos visitaba y que nosotras nos relajábamos de la edición, el tema principal siempre era el matrimonio (¿habrá sido por nuestra edad?) Todos dábamos nuestro punto de vista –que era muy parecido- y todos aprendíamos de los demás. Aquí escribo algunas líneas de una carta mandada a mi mamá con respecto a eso: “…Ayer estuvimos platicando con Harold acerca del matrimonio, cortejo y todo eso; estuvo muy buena la plática (mientras "trabajábamos”. Ahí estaba Jairo y Maria también). Y le conté de mi propia experiencia, y él nos contó su experiencia. Todos concluimos eso: que Dios nos había guardado... Y luego, ya que se fue el tío, nos quedamos platicando con Maria hasta las 12 de la noche sobre lo mismo: matrimonio, y cómo Harol ha sabido "ahuyentar” a las mujeres que andan detrás de él, de una manera firme, pero caballerosa”.

Cess y yo apreciábamos mucho que Harold no fuera un muchacho común: a través de muchos procesos en su vida, y a través de la educación de sus padres, Harold había fomentado los mismos principios que Cess y yo creíamos y vivíamos. Y aunque lo estimábamos y admirábamos mucho la estructura interna de nuestro camarada colombiano, habíamos decidido guardar nuestros corazones y pensamientos, no distrayéndonos con él, sino enfocarnos en el objetivo principal del viaje, que era la colaboración en la edición y filmación de sesiones. Cada noche, antes de dormir, Cess y yo derramábamos nuestros corazones y pensamientos sobre todo lo que vivíamos en Houston, como siempre lo habíamos hecho desde hacía años atrás. Nuestras pláticas eran sobre lo que nuestros papás nos habían escrito y sobre lo que Dios nos estaba enseñando en ese viaje. Sorprendida, veía cómo la decisión del consejo proverbial “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón…” era una realidad en mi hermana desde hacía cinco años, cuando ella lo había decidido así.

 Así pues, seguimos disfrutando de nuestra amistad con Harold, aprendiendo y compartiendo los mismos intereses en un ambiente amigable; teniendo en mente que todo eso provenía de Dios como un refrigerio y descanso. Nada más. El platicar con él, con Maria y Jairo nos agradaba mucho, pues además de que era muy ameno hacerlo, siempre compartíamos los mismos valores e intereses. Cada plática concluía con una enseñanza, un concepto, un tip o algo nuevo que aplicábamos a nuestras vidas. Rara vez el tema de conversación giraba sobre películas, deportes o modas. Con todos ellos se platicaba de temas mucho más interesantes… Claro, cuando íbamos por la calle adentro del "súper ferrari" de Harold, nunca faltaba su reseña turística cuando nos aproximábamos a la casa: “¿Ya les había comentado que yo vivía en estos apartamentos?”

Mientras tanto, en Guadalajara, las cosas iban avanzando rápidamente. Fue por aquellos días que la mudanza de los Salazar y González a la casa nueva se realizó con ayuda de mucha gente. Pero el tiempo transcurría y en el que más se notaba era en nuestro querido sobrino Mateo. En ese tiempo ¡él comenzó a caminar! Entre las cosas que nos hacían entristecer de habernos ausentado todo ese tiempo de nuestra familia, era precisamente privarnos de ver crecer a Mateo. Las cartas de mamá y Pris llegaban anunciándonos con regocijo la nueva gracia de Matt: “Matty ya sabe aplaudir”, “Matty ya comienza a hacer “solitos”, “Matty ya sabe dónde está su cabeza y nariz”. Y cuando llegó el anuncio de: “Es oficial: Matty ya camina”, me solté a llorar junto con Cess… Los sentimientos encontrados eran una sensación bastante típica a la que nos comenzábamos a acostumbrar durante toda nuestra estancia en Houston.

Los cumpleaños se acercaban: el de Jay Trujillo, el tercer aniversario de la vida de Sebas, y el de nuestro anfitrión Jairo. Para celebrar, fuimos invitados al restaurante “Papasitos” a festejar con música ranchera y una suculenta comida. Recuerdo muy bien las palabras de Harold cuando nos vio a Cess y a mí cuando le abrimos la puerta: “wow! Ahora se pusieron la pinta!” (traducción: “¡wow! ¡Ahora se pusieron guapas!”… o “se arreglaron” …o “¡Hasta que se pusieron su mejor atuendo!”, o: “¡vaya! ¡Por fin se peinaron!”) Esa tarde que fuimos a conseguirle una tarjeta de felicitación a Jay, Harold actuaba muy extraño… no sé si sería una percepción equivocada de él, pero parecía que “algo”, o “alguien” había provocado que sus nervios se alteraran aquella velada… En el restaurante, Harold se sentó junto a Cess y fue inevitable que se despertaran algunas “sospechas” en los espectadores… pero la fiesta y los días continuaron sin ningún percance, mas que la diversión y convivencia sanas.

Para festejarle a Sebitas, Cess se ofreció hacerle un pastel de cumpleaños que lo culminamos en la casa de Nelson y Elvira, con ayuda de Harold. ¡Cómo disfrutaba de nuestras recetas mexicanas nuestro amigo colombiano! A veces guardábamos pan de banano o de naranja para que él se lo desayunara al día siguiente o se lo llevara como refrigerio a su trabajo; cada vez que hacíamos pizza o algún platillo tapatío, él llegaba a comerse lo que sobraba; y cuando ni Cess ni yo habíamos hecho algún platillo para el día, cuando Harold llegaba, hacíamos quesadillas para festejar. El compartir recetas culinarias era muy halagador, pues siempre eran bien recibidas, como cuando los colombianos probaron por vez primera papas fritas con limón y salsa picante Valentina.

Recuerdo bien el día cuando el juego de cartas “99” se hizo parte esencial de nuestra convivencia. Fue aquella noche del martes 23 de enero cuando tratando de idear alguna actividad o juego recreativo, Harold llamó a Sandra para pedirle las instrucciones de dicho juego. La llamada se cortó unas dos o tres veces, pero finalmente conseguimos las reglas y puntajes del “99”. De inmediato comenzamos a jugarlo y a practicarlo una y otra vez hasta entenderlo y memorizar el puntaje a la perfección. Desde entonces, cada vez que el tío realizaba su obligada visita a casa López, la iniciaba con un “99”, y la concluía con otro, acompañado por un helado, una quesadilla, o un pan de banano. (¿Y así queríamos adelgazar?)

Pero nuestra estancia en Houston llegaba a su fin. Un sentimiento de tristeza comenzaba a invadir nuestros corazones, anhelando quedarnos más tiempo, aunque al mismo tiempo, en las balanzas internas de nuestras conciencias visualizábamos los beneficios de los que seríamos partícipes cuando regresáramos a Guadalajara: ver a nuestra familia. Ver a Matty. Casa nueva. Ayudar a desempacar. Decoración de cuarto. Wladi y nuestros amigos tenían el mismo sentir, (bueno, eso creo) y Wladi nos planteó de nuevo la posibilidad de extender nuestra estancia en Houston. Ese mismo día notificamos a nuestra familia por teléfono. Yo me encargué de hacerlo. Mamá y papá, aunque tristes por esa iniciativa, nos habían cedido; y sabiamente se tomaron algunos días para darnos su decisión final. Recuerdo que constantemente nuestros amigos nos preguntaban: “¿Ya les contestaron sus papás?”. Aquella tarde que mamá habló para darnos su veredicto final, nuestros amigos trabajaban y platicaban sentados al comedor. Mamá y yo hablamos largo y tendido y me dio la respuesta. Para felicidad de Maria (tono sarcástico) nuestra estancia en Houston se extendió “un mes y piquito” más, hasta después de las Conferencias que se habían organizado a principios de marzo. Nuevamente la pregunta cósmica invadía nuestros corazones: “¿Qué nos deparará el futuro en este próximo mes?”…Todavía no alcanzábamos a visualizar lo que pronto sucedería. Pero junto con la respuesta que recibí de mamá, estaban las sabias recomendaciones de seguir desarrollando la discreción, sabiduría, prudencia y servicio en nuestro trato con nuestros amigos, no perdiendo el enfoque.

Los días de filmación con Carla Cantú y Willie Morales llegaron rápidamente. El jueves 25 y el viernes 26, Carla estuvo filmando otras sesiones con Stephen Johnson y con Cesia. Ese día que me quedé sin ella, la extrañé demasiado, y yo creo que los demás, especialmente Harold, también la extrañaron sin duda. En la noche nos reunimos en la casa de los Rodríguez, nos vimos con mucho gusto y comenzamos a contarnos nuestras respectivas impresiones del día. La noche siguiente llevamos a Carla y a su hijo, y a Stephen, a pasear a la plaza. Carla tenía algunas dudas con respecto a la educación en casa, y Cess y yo le pudimos compartir nuestra propia experiencia y orientarla. Fue una muy buena oportunidad de convivencia. Pero Harold también aprovechó el paseo y mientras esperábamos a que nos dieran una mesa en el restaurante italiano, Harold le preguntó a Cess su opinión sobre las bodas,… y cómo se había imaginado la suya en lo particular. Era chistoso, pues a veces que los veía platicando, comenzaba a preguntarme. A veces nuestro camarada hacía preguntas muy obvias y directas, pero como hasta ese día no había revelado alguna intención más formal con nadie, mis dudas tenían que ser acalladas con prudencia…

Nuestro divertidísimo paseo a KEMAH fue uno de los más relajantes y placenteros que pasamos en Houston. ¡Cómo me di vuelo tomando fotos de cualquier cosa y evento! Y claro, platicamos, caminamos, comimos y nos divertimos de lo lindo cuando tratamos de pasar corriendo por la traicionera fuente, o cuando nos tomamos una foto con la estatua de tiburón. Comimos delicioso pescado en el hermoso restaurante/acuario mientras Harold nos contaba su extraño sueño que había tenido en el que yo le hacía una pregunta extremadamente difícil y desafiante… Hasta el día de hoy sigo preguntándome qué tipo de pregunta sería yo capaz de hacerle a Harold para sacarlo de quicio de tal manera… Y hasta ahora pienso que fue como un presagio de lo que pronto sucedería...

De nuevo Harold se acercó a Cess, y mientras yo me enajenaba con la cámara, gastando la pila hasta matarla, el par de amigos se comunicaban sus perspectivas sobre la vida casada, sus proyectos y planes. No era ninguna novedad, pues ese tipo de temas eran los que siempre discutíamos desde el primer día que habíamos convivido. Celebramos varios partidos de “99” con un café starbucks mientras disfrutábamos el rico y cálido clima del hermoso puerto turístico de KEMAH. Después de hacer una visita al museo de KEMAH que estaba cerrado, visitamos el “river trip” donde gritamos de lo lindo mientras el gran bote nos llevaba por el río sintético a admirar a los animales artificiales de la selva. Visitamos la tienda de souvenires donde nos divertimos probándonos sombreros de toda clase, y donde el espantoso elefante de peluche (un hombre disfrazado) me espantó, haciéndome gritar y salir corriendo. Cerramos el día con broche de oro: unos tostitos con queso derretido y unas margaritas de “Taco-cabana”.

Finalmente tuvimos el placer de conocer en persona a Willie Morales –después de conocerle todos sus tonos de voz de los que era capaz de modular en los videos, y después de ver cada mueca de las que era capaz de hacer, que se quedaron filmadas en las sesiones, el día 30 de enero. Willie nos visitó a cenar después del primer día de filmación en Conroe con Stephen Jonson, celebrando con deliciosas quesadillas. ¡Willie era tan agradable y para Cess y para mí era como si lo conociéramos de años! Al día siguiente nos levantamos temprano para hacerle el desayuno a Willie, a Jairo y a Cess, que se irían a Conroe a terminar las filmaciones. Nos despedimos de Willie y tuvieron que pasar algunos días para que lo viéramos nuevamente. …Pero en situaciones muy diferentes. Willie nos platicó después sus impresiones que tuvo cuando nos había visitado ese día 30 de enero en casa López… impresiones muy acertadas que estaban a escasos días de revelarse. 



TO BE CONTINUED.....