Mi mamá es de las mujeres más valientes que conozco. Y lo digo en serio.
Nos entregaron los cubre-bocas, y mientras nos vestíamos con las batas, nos explicaban que dentro encontraríamos un lugar especial para lavarnos las manos antes de entrar. Comenzamos a caminar por el largo pasillo. El cubre-bocas comenzó a darme calor, y mejor lo bajé a mi barbilla. Tocamos la puerta y nadie respondió. Después de algunos minutos, se abrió aquella puerta para encontrarme con aquella inquietante escena. Hacía más de 7 años que no veía a mi amiga, y verla de nuevo, bajo esas condiciones, sedada y entubada, totalmente vulnerable, no fue precisamente la misma imagen de como la recordaba años atrás. Joven y alegre, siempre tuvo un espíritu de servicio y gozo hacia los demás. Me acuerdo que con ella solía carcajearme de lo lindo por las bromas que hacíamos juntas.
Las lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro, mojando completamente el cubre-bocas de tela azul. Simplemente, no me pude contener. Al ver que no sería capaz de hablar, Mamá tomó la iniciativa y le habló al oído a mi amiga, pues su mamá nos había dicho que a pesar de no estar completamente despierta, podría escucharnos.
Mientras escuchaba las palabras consoladoras que mamá le decía al oído a esta joven niña y a su madre, y ser testigo de la escena que presenciaba delante de mis ojos, de tanto dolor físico y emocional que a diario nos rodea, pensé en lo valiente que siempre había sido mi madre. Aquella sabia mujer alegre que siempre sabía que hacer en cualquier situación.
Ese mismo día mi hermana acababa de ir a otro hospital a visitar a otros amigos en situaciones similares de dolor y enfermedad. Durante el trayecto de vuelta a casa, me fui pensando en lo mucho que la enfermedad forma parte de nuestras vidas. Siempre está ahí. Diariamente. En pequeñas o grandes porciones, el dolor está ahí... siempre. Fui enumerando a las personas amigas y familiares, personas que conozco cercanas a mi vida que están sufriendo ya sea por alguna gripa, un dolor de huesos, o con alguna enfermedad grave, y fueron muchos los que conté. Pero no los había hecho concientes, hasta este día... hasta que me encontré frente a frente con el cruento dolor destructivo.
Actualmente estamos en fechas de fiestas. Fechas que son proclamadas como tiempos de amor y paz, de dicha y de gozo familiar. Pero por otro lado, al ver las masas acumuladas a la entrada de ese gigantesco hospital público, al presenciar el ruego de un par de ancianos ante un oficial para que les permitiera el paso, al ver a los pacientes amoratados sobre las camillas, al ver a la mamá de mi amiga llorar y ser consumida literalmente por el cansancio y el dolor, reflexioné en lo irónico que puede llegar a ser la vida de repente. Algunas veces irónica. Otras, no tiene sentido. Pero otras, con sorpresas que deleitan el alma bajo las más tristes circunstancias.
Mientras esperábamos en fila en otro establecimiento, observé a un pequeño niño de escasos 7 años, regordete y con hermoso cabello castaño rizado, que sufría de un posible autismo. Estaba vagando feliz en su mundo interno, danzando, brincando y bailando mientras su padre hablaba con la encargada. Recordé que hacía a penas algunos minutos había visto a una pobre mujer en la calle, sin ambas piernas, deslizarse y arrastrarse sobre un patín con ayuda de su rodilla, pidiendo limosna. A penas se alcanzaba a divisar por arriba de los carros. Se quedó quieta, mirando al horizonte al lado de la acera. Su rostro sucio, conformado de bellos ojos verdes, expresaba realmente mucha tristeza. Más que pobreza, frío, angustia o dolor, expresaba profunda tristeza. Una de las expresiones más tristes que he visto en toda mi vida.
Hoy en la noche papá recibió una llamada inesperada que llenó mi corazón de alegría. Con todo mi corazón deseo que esa llamada cumpla su propósito dentro de algunos escasos días. Pero mi punto aquí es, que dentro de un mismo día... -en menos de las 24 horas, experimenté más emociones que las que sentí el día de ayer. Admiración por la valentía y sabiduría de mamá. Conmoción por la enfermedad, dolor e impotencia. Ternura ante la limitación física. Tristeza ante la tristeza. Emoción por la sorpresa inesperada.
Las emociones, parte de la vida. La vida frágil y llena de alegrías y tristezas, de retos y fracasos, de salud y enfermedad. Pero sin las cuales, no habría sabiduría.
Simplemente, no habría vida.
lunes, 21 de diciembre de 2009
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La vida sigue su curso. Disfrutamos los tiempos felices y aprendemos de los difíciles. Reímos con los que ríen y lloramos con los que ríen. Nuestra espereanza es que vivimos, y que, absolutamente nada de lo que nos pasa carece de propósito.
ResponderEliminarLove u.
Ay, Juaaan!!! Qué lindooo!!! Al tratar diariamente con mis hijitos, esto aprendiendo que no tiene sentido negar sus emociones, positivas o negativas; mi verdadera participación en su vida es reconocerlas, demostrarles que me interesan y ayudarlos a saber qué hacer con ellas. Para eso, primero necesito yo, saber qué hacer con las propias y poder dominar lo que siento cuando veo lo que ellos sienten... complicated...
ResponderEliminarTe quiero!!!
(No supe cómo poner mi nombre aquí... jajaja), pero soy yo...