lunes, 2 de agosto de 2010

¡Y se amaban...!


¡Se amaban! Esa fue mi conclusión. No podía dejar de conmoverme internamente mientras escuchaba a mi abuela narrar con nostalgia y deleite la gran personalidad peculiar de mi abuelo y la relación que llevaron entre ellos dos a lo largo de sus vidas. Más de dos horas fueron las que pasé con mi abuela en el sillón de su sala, mientras nos alumbraba la escasa luz del ocaso que penetraba por la ventana. A veces el nudo en la garganta no me permitió hablar. Y cuando pude hacerlo, resumí todos mis pensamientos y emociones a frases cortas de sosiego acompañadas de profundos suspiros...

Dos vidas tan diferentes pero tan parecidas entre sí, unidas en un mismo cauce. Dos vidas llenas de sufrimiento, aventuras y retos, vinculadas en un mismo camino, en un mismo destino. Días de alegría. Noches de locura y pasión. Meses de sufrimientos. Años de compañerismo. ¡Y se amaban!

No pude resistirme. Tenía que preguntarle más. Tenía que saber, indagar. Quería conocer a ese hombre recio y fuerte que amó a su familia más que nada en el mundo. Quería mirarlo, infiltrarme en sus emociones, en su mente, …en su corazón. Conocer sus pensamientos, sus más íntimos deseos y emociones. Sus anhelos, sus temores, su hambre y motor por la vida. Fue así como conocí a ese hombre en la intimidad de mi abuela. Fue así como mi corazón comenzó a palpitar aún más intensamente. Su pasión por la vida. Su amor, admiración y respeto por la fuente de la vida.

Hablaban. Hablaban constantemente. Compartían anhelos, ideas, pensamientos… compartieron más allá que caricias y miradas… compartieron los más profundos secretos de su corazón. Eso fue lo que los mantuvo unidos hasta el final de sus días. El amor que se tenían el uno al otro fue lo que los sostuvo en medio de tanto dolor y peripecia que enfrentaron. Juntos se apoyaron. Juntos se miraron a los ojos, y aunque ninguno de los dos poseía la respuesta, decidieron caminar juntos. Así, fusionados en mente y corazón, a veces encontraron solución a sus problemas, pero siempre encontraron consuelo en el refugio que cada uno brindaba al otro. …Se amaban. Realmente se amaban.

Y así, después de más de dos horas de estar escuchando a mi abuela, aquella mujer valiente e inquieta que nada la detuvo en ninguno de sus días, agradecí a Dios por mi pasado. Soy el pedacito de inmortalidad de ese amor que duró más de cincuenta años. Soy la continuidad de ese sacrificio personal que cada uno mantuvo hacia el otro con no poco esfuerzo por mucho, mucho tiempo. Pero también provengo de aquellos lados oscuros de ambos corazones. Esa es mi identidad, esa es mi herencia ancestral, mi vida.

Ahora, veo mi presente, miro hacia el futuro… ¿amaré con tal intensidad como lo hicieron mis abuelos? La vida tiene diferentes tonos de color de rosa… algunos muy oscuros. Mi vida tiene un sinfín de tonalidades oscuras también. ¿Seré capaz de morir a ellos para amar con todo mi ser, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, con todo lo que soy? Quiero amar. Muero por amar. Y no solo quiero continuar la inmortalidad de la intensidad del amor que tuvo la vida de mis abuelos, sino superarla, sobrepasarla. Me siento en un asombro intenso y profundo al admirar vidas notables como las de mis abuelos, y me enfrento con mis propios retos por realizar. Quiero abundar y llevar a un nivel máximo todo ese potencial de sacrificio y amor incondicional… No sé si lograré hacerlo, pero quiero intentar. Quiero hacerlo, experimentarlo, vivirlo. Y que algún día lejano, allá, muy adelante en el futuro, en los años venideros, uno de mis nietos escriba sobre mí y sobre su abuelo… y pueda pronunciar con asombro y maravilla en su corazón y en sus ojos luminosos: ¡y se amaban!

1 comentario:

  1. Ay sí, qué bonito es amar, pero con ese amor incondicional verdadero que todo lo soporta y que muere a sí mismo para darse por los demás.
    Love u.

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