sábado, 3 de abril de 2010

La vida

Hoy platicaba con una de mis mejores amigas con la que viví de los mayores y más importantes momentos de mi vida años atrás. Hablábamos sobre el tema que siempre discutimos libremente ella y yo: la vida. Yo le compartía sobre la visión que tengo de mi vida y cómo Dios la ha ido confirmado a lo largo de los años a través de mis papás y de personas alrededor que vienen y me lo dicen. No es algo que “quiera que pase”, sino la imagen de mi vida que he visualizado ya por varios años.

Ella me compartió entonces, que no tenía ninguna pista de lo que sería su vida en un futuro. Me compartía sobre todas las posibilidades que se le van a ofrecer esta próxima semana y todas las decisiones que tenía que tomar en consecuencia. Y entonces, comenzamos nuestra discusión sobre las diferentes perspectivas que tenemos cada una sobre la vida. Una de las premisas de mi amiga es que cada persona apunta a un propósito específico; y cada una tiene un papel muy importante en ello: algunas hacen las grandes cosas. Otras, influencian, y otras solo opinan sobre el proceso y resultado. Es verdad. Pero entonces, le compartí la manera en como yo veo la vida:

El propósito de Dios en nuestras vidas no es hacer una obra grande. El propósito de Dios es nuestras vidas mismas: lo importante no son las grandes cosas que haces en la vida, sino lo que construyes en el interior de ella mientras haces lo que debes de hacer. El Reino de Dios es invisible; no se puede medir con puestos de trabajo, carreras o doctorados; edificios ni dinero. Es como la semilla más pequeña de todas que crece con paciencia tiempo a tiempo hasta ser un árbol enorme. Mientras edificamos esa estructura interna que Dios colocó en cada uno de nosotros, al mismo tiempo que hacemos lo que tenemos a la mano hacer dentro de la jurisdicción en la que él nos puso, nuestra vida se expandirá. Y no me refiero a que se expandirá con más encomiendas, con más negocios, con más entradas y solvencia. Se expandirá nuestra influencia en más personas para impartir ese mismo crecimiento y desarrollo interno en ellos de tal manera que ellos sean también capaces de ver sus vidas integralmente, cuya base es la edificación de esos principios y ética internos que nos fueron colocados para desarrollarlos. Después de todo, la vida de los seres humanos es el gran propósito de Dios: crearlos para expresarse a Sí Mismo a través de ellos. No a través de empresas, escuelas, negocios o instituciones de caridad.

Todos tenemos una jurisdicción en la cual nos desenvolvemos. Pero no es lo importante lo que haces con esa jurisdicción, sino lo que construyes dentro de ti al funcionar dentro de esa jurisdicción. Ese es el verdadero motor de impulso. A la medida que trabajas y desarrollas esa estructura interna que nadie puede ver, se te da más. Esa jurisdicción crece. Se expande. Es un principio, así funciona. Si no trabajas tu estructura interna, tu jurisdicción no se ampliará nunca. Al contrario, se enjutará. Te limitarás a hacer lo que se supone que hagas, y eso será todo. No habrá avance. No existirá esa grande obra. Simplemente, el propósito no habrá sido cumplido.

No importa que no tengas un trabajo reconocido. Una carrera, un doctorado. Una posición alta. Posesiones. Hijos. Cónyuge. Tampoco importa que no puedas ir a salvar a los niños esclavos y hambrientos de Kenia. Lo importante no son las obras externas invisibles: eso es solo un resultado, un añadido, un plus de lo que realmente está funcionando y existe dentro de ti. La gran obra y propósito de Dios son los procesos internos en cada uno de nosotros. Las obras, son solo un pequeño reflejo y resultado de lo poderosa que es tu estructura interna.

…De eso se trata la vida. Y eso es vida para mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario